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TABARÉ Y DESPUÉS

 Publicado: 06/01/2021

Legado y desafío


Por José Luis Piccardo


En 1989 me tocó acompañar al director del medio en que trabajaba a realizar la primera entrevista que se le hizo a Tabaré Vázquez tras su nominación como candidato a intendente por el Frente Amplio (FA) a las elecciones municipales de Montevideo. Nos recibió con su túnica blanca en el consultorio de la calle Soriano. Cuando salimos, tras la extensa y amable conversación, le dije a mi acompañante: “Es muy inteligente, pero no tiene carisma, no va a llegar…”. Poco después me juré no opinar nunca más sobre carisma y posibilidades electorales de cualquier persona. 

Los liderazgos podrán surgir a partir de consultas entre dirigentes y decisiones tomadas en torno a una mesa o en una reunión de delegados partidarios, pero llegan a ser realidad en el escenario donde deciden las multitudes. Nunca antes ni en otro lugar. Parece una obviedad; sin embargo, ya tenemos un desfile de opinantes lanzando sus vaticinios hacia 2024.

El irrepetible liderazgo de Tabaré fue construido gracias a su peculiar talento político, pero en contacto con la gente. Con la gente de su partido, pero también con la que no lo era. Cuando el simple ciudadano de cada barrio, pueblo o rincón geográfico siente que alguien es capaz de interpretar sus aspiraciones y esperanzas, ahí surge un líder. Ahí el prestigioso oncólogo y docente grado 5 Tabaré Vázquez se transformó en Tabaré, el político uruguayo con mayor arraigo popular en el último siglo. 

También hay que decir que en el período histórico en el que actuó en política, Vázquez no hubiese llegado a ser intendente de la capital y presidente del país integrando otro partido que no fuese el Frente Amplio. Su talento y carisma se potenciaron dentro de la única fuerza política ascendente en ese lapso, que en los duros años previos fue construyendo la más fuerte identidad partidaria del Uruguay, superando también en eso a los partidos históricos (Colorado y Nacional) con más de un siglo de existencia. Para el politólogo Óscar Bottinelli, en todas las elecciones la gente ha votado antes al FA que al candidato. De todos modos, este ha sido fundamental para afirmar procesos; una figura que no dé la talla en cuanto a las expectativas populares termina restando posibilidades al partido e, incluso, comprometiendo un resultado. Porque si bien gran parte del electorado responde a priori al partido por el que siente pertenencia, hay otra porción, que es decisiva, que no se siente del partido y que define su voto por diversos factores; para esas personas, el candidato, hombre o mujer, resulta determinante. Más aún cuando las elecciones son muy parejas, como ha venido aconteciendo en los balotajes en Uruguay.

Pero un caudillo no lo es solo en relación a su performance electoral, sino fundamentalmente en cómo el ciudadano lo percibe como gobernante. Tabaré Vázquez estuvo al frente del gobierno del Uruguay cuando se hicieron las mayores transformaciones en muchas décadas, desde reformas estructurales hasta programas en las más diversas áreas, con gran incidencia en el rumbo del país y en la vida de su gente. Aunque, como sucede con todos los políticos, aun los de su talla, Tabaré haya tenido sus vaivenes en cuanto a apoyo ciudadano, se destaca por haber mantenido -exceptuando lapsos muy breves- saldos ampliamente positivos entre respaldos y rechazos. No ha sucedido eso con ningún otro político en el Uruguay moderno, al menos en la misma medida y durante tanto tiempo, y es difícil que acontezca algo similar en otros países democráticos. En ese sentido, Tabaré ha sido excepcional.

Aun así, no las tuvo todas consigo incluso al interior de su propio partido. Algunas de las iniciativas que impulsó fueron resistidas dentro del Frente Amplio y, a su vez, él tomó decisiones que en algunos casos no contaron con el pleno respaldo dentro del FA. Por ejemplo, no fue apoyado por la mayoría de su fuerza política con relación a un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. En el caso de la interrupción del embarazo, con la que estuvo en desacuerdo, su partido respaldó la consulta cívica que la avaló. De todos modos, la fuerza de su liderazgo le permitió lo que para otros no hubiese sido posible. Un ejemplo fue el Plan Ceibal (la entrega por el Estado de una computadora laptop a cada escolar), que implantó sin consultar al Frente. Es difícil que alguien más hubiese podido echar a andar una iniciativa tan trascendente sin que se reclamara su previa consideración dentro del FA, así como en el Parlamento y en otros ámbitos. 

De todos modos, más allá de encuentros y desencuentros con su propio partido, Vázquez logró mantener su indiscutible liderazgo dentro del mismo, primero como intendente, luego como presidente en dos períodos, y en todo momento como el principal referente partidario. 

El después

Es explicable que un liderazgo de tal potencia no tenga un relevo fácil. Tabaré fue líder en el Frente Amplio, pero, como se ha reconocido en estos días, su figura trascendió su organización y pasó a integrar la selecta galería de las figuras más importantes de la historia nacional.

Es harto improbable que el Frente Amplio vaya a construir un liderazgo similar, capaz de galvanizar su diversidad, de representarla, contenerla y potenciarla. Deberá ingresar en una etapa exigente, siendo oposición tras gobernar quince años el país y exhibiendo varias debilidades, con insuficiencias en materia de reflexión ideológica y programática, con las dificultades que hoy exhibe para sintonizar con el ciudadano medio, lo que se ha acentuado en el marco de la pandemia. Necesitará introspección, autocrítica y acción política buscando sintonía con vastos y diversos sectores de la sociedad, y no solo con aquellos que han sido sus respaldos tradicionales más sólidos. El FA tendrá que “abrir la cancha” para fortalecerse.

En ese proceso se deberá consolidar una nueva generación de dirigentes. No es que no haya figuras importantes y con posibilidades para proyectarse con destaque en el escenario nacional. Pero no existen laboratorios que fabriquen líderes, ni es automático que estos surjan con las características que muchos frenteamplistas desean ver en un dirigente, hombre o mujer.

El camino al liderazgo lleva esfuerzo y tiempo. El de Tabaré Vázquez resultó meteórico. Lo fue en cuanto a que no tenía antecedentes de actuación político-partidaria y alcanzó la Intendencia en su primera elección. Con el flamante candidato, la izquierda -tras un arduo e inteligente proceso de acumulación, desafiando las máximas pruebas, como las que le impuso la dictadura- logró su primera victoria electoral. Pero para dar los pasos posteriores, aunque en un ascenso sin pausas, Tabaré fue midiendo los tiempos y las posibilidades. Al finalizar su gestión en la Intendencia, no optó por la segura reelección sino que apuntó a la presidencia del país. Durante dos quinquenios sus propósitos se vieron postergados. Tuvo paciencia y capacidad para continuar acompañando el crecimiento del FA. Y en 2005, quince años después de su llegada a un cargo ejecutivo, alcanzó la máxima magistratura del país. Supo leer los ritmos y las señales de la política, y tras otros cinco años fuera del gobierno, aunque aportando a su fuerza política desde el máximo cargo de dirección, volvió a ser candidato y ganó por segunda vez la Presidencia de la República, que ejerció casi hasta el final de su vida, completando el mandato ya gravemente enfermo. 

Tabaré entendió que no debía correr una carrera para apurados, que no podría saltear etapas mediante acuerdos internos para escalar en la consideración popular. La acumulación de experiencia fue una condición para avanzar. La carrera política de Tabaré Vázquez arroja lecciones a las nuevas generaciones de militantes y dirigentes. Lecciones que deberían leerse también como desafíos.

Los grandes referentes del FA, desde Liber Seregni a Tabaré Vázquez, han sido hijos de tiempos y condiciones diferentes y han vivido, por personalidad y por circunstancias históricas, peripecias distintas. Son distintos. Es así que hay un Seregni ideólogo (identificado con la renovación de la izquierda y realizando énfasis muy especiales en asuntos como la democracia y el conocimiento y reconocimiento de la realidad que se desea transformar), un Seregni estadista (pese a que nunca ocupó cargos de gobierno, pero supo ubicarse en el centro del escenario político y gravitar en él) y un Seregni organizador (hombre de partido, articulador, constructor de diálogos y acuerdos para fortalecer la unidad y la acción política). El seregnismo puede ser invocado con pleno derecho por cualquier dirigente frenteamplista, pero, hasta ahora, ninguno ha reunido esos tres rasgos esenciales del líder histórico del FA. Podrán tener otros, también valiosos, pero que posean esas tres condiciones, ninguno. Con relación a Tabaré Vázquez acontece otro tanto. Nadie reúne todas sus cualidades, y más de una están ausentes en la actual generación de dirigentes frenteamplistas. Al menos por ahora.

Seregni y Tabaré podrán seguir acompañando, guiando, ayudando al FA. Y más les vale a los frenteamplistas que hagan posible que así sea, y que ese legado esté presente en el futuro. ¡Y en este presente complicado!

Pero ellos no estarán en las próximas campañas, no asistirán a congresos ni a plenarios ni a consejos de ministros ni a encuentros con dirigentes de otros partidos, ni harán oír la voz del país en los foros internacionales. La responsabilidad será toda de los frenteamplistas que quedan, de los cuadros dirigentes en primer lugar, de los actuales y de los que surjan. Mujeres y hombres.

Hay dos cosas que no deberían suceder: que se olviden los legados de esos grandes líderes históricos -que no son solo los dos mencionados, por cierto- y que se intente llegar, desconociéndolos, a los lugares que por sus capacidades alcanzaron, con sus humanas virtudes y defectos.

Más vale empezar por admitir que ser líder no es para cualquiera. Y que se paga siempre un alto costo político cuando se intenta llegar a los empujones, mediante movimientos ajedrecísticos en la estructura, planificando con apresuramiento lejanos tiempos electorales, saltando por sobre valores esenciales como la ética, la unidad y la fraternidad frenteamplistas, rebajando la política como actividad superior al servicio del país y su gente, o poniendo las legítimas ambiciones personales por encima de los intereses colectivos. Evitar esta manera de hacer política será imprescindible para quienes aspiren a una alta responsabilidad a nivel nacional o departamental, o para quien, con pleno derecho, se sienta en condiciones de ocupar un lugar en un organismo partidario. En cualquiera.

Honrar a Tabaré es, entre muchas otras cosas, eso. Todo eso.

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