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VADENUEVO DE COLECCIÓN: De nuestro N° 4 (enero de 2009). LA PESADA HERENCIA DEL "SOCIALISMO REAL"

 Publicado: 10/07/2019

Tirar el lastre inútil


Por Gonzalo Pereira


El desbarranque del campo socialista determinó la dispersión política y organizativa de muchos. Fue la consecuencia del desconcierto y la muerte de las verdades indiscutidas. "La línea", es decir, la orientación general, y también concreta, que aplicamos durante años como guía de las acciones hacia la revolución democrática y liberadora, con la perspectiva de un tránsito relativamente rápido al socialismo, dejó de ser convincente. No obstante, la gran mayoría de quienes nos jugamos por aquella plataforma no abandonó el compromiso por una sociedad mejor. El triunfo del Frente Amplio, que siguió congregándonos en pos de ese ideal, nos estimula para continuar. Pero se nos plantea también una exigencia: si tenemos menos certezas que en el pasado, con más razón debemos hacer un esfuerzo para identificar nuevos fundamentos que sostengan la actividad política.

Esa tarea requiere resolver otra reflexión previa e imprescindible: hay que alijar el barco, tirar los lastres que frenan, sacar de las cabezas los axiomas, las verdades que no necesitaban demostración y que ahora no se sostienen. Para eso debemos ver los hechos y tratar de entenderlos.

Tentativamente, y con el mayor de los respetos a quienes no lo compartan, vamos a señalar y a comentar viejas "verdades" que hay que abandonar:

  1. Las relaciones sociales de producción que corresponden al socialismo implican la propiedad del Estado como forma de propiedad social de los medios de producción.

La desaparición del socialismo es el hecho principal que debemos entender en lo que refiere a la práctica. La racionalidad que exigíamos a nuestros adversarios en el debate sobre la sociedad socialista pasaba por reconocer el "socialismo real". Esa racionalidad nos la debemos a nosotros cuando ese "socialismo real" desapareció. Desapareció el "socialismo real" organizado mediante la propiedad del Estado sobre los principales medios de producción. Y no debido, por suerte, a la guerra nuclear, sino en plena emulación con el capitalismo. Existen interpretaciones inaceptables de las causas de la desaparición del campo socialista, por ejemplo la que lo explica por la "traición" de Mijail Gorbachov. No es un tema que admita simplezas.

Más allá de las razones políticas, que también juegan y en las que no vamos a ingresar aquí, debemos aceptar que el fracaso del "socialismo real" en la competencia pacífica con el capitalismo radicó en que la propiedad estatal de los medios de producción se demostró incapaz de desarrollar las fuerzas productivas con la velocidad que lo hizo el capitalismo. La propiedad estatal careció de un factor sustitutivo de la ganancia capitalista, que guía la acumulación del capital: la incorporación de la ciencia a la producción y al aumento de la productividad del trabajo. No podemos seguir pensando en el mismo "socialismo real" que fracasó, no podemos sostener la conveniencia social de la propiedad estatal sobre los medios de producción.[1]

Al mismo tiempo, carecemos de una propuesta concreta sobre la forma de propiedad social sobre los medios de producción diferente que la propiedad estatal. Seamos honestos y asumámoslo: no apelemos a vaguedades como la propiedad cooperativa como forma de propiedad social u otras improvisaciones. No nos debemos sumar alegremente a la simplicidad de la consigna "Profundizar los cambios" si por eso se entiende el avance progresivo de la propiedad estatal sobre los medios de producción. Mucha agua habrá de pasar antes que la realidad y las cabezas alumbren una propuesta creíble de propiedad social sobre los medios de producción. Es una situación similar a la que Federico Engels describía en "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado": la pareja humana resolverá en la nueva sociedad su forma de relación y seguramente se reirá de nuestras especulaciones. La definición de la forma concreta del socialismo y de la propiedad social sobre los medios de producción deberá esperar una mayor maduración de la sociedad.

  1. La fase de transformaciones democráticas y liberadoras puede abrir un rápido tránsito al socialismo.

Los hechos sucedidos a nivel internacional y nuestras incógnitas indican que también ha perimido esta tesis. Hay que asumir que tenemos capitalismo para rato. Reconocerlo, ¿significa bajar los brazos? En absoluto, y mucho menos para quienes, como los que integramos en décadas pasadas el Partido Comunista del Uruguay (PCU), nunca fuimos indiferentes a las formas alternativas de desarrollo del capitalismo. Por eso identificamos la necesidad histórica de la fase democrática de liberación nacional y nos jugamos por ella. Aunque es, claramente, una fase capitalista de la producción social.

  1. La principal tarea democrática de la revolución uruguaya es la transformación agraria mediante la erradicación del latifundio.

Esto era lo que planteábamos con referencia a la fase democrática de liberación nacional. Pues bien, ya en el siglo XXI, transcurrido más de medio siglo desde dicha tesis planteada en la Declaración Programática del PCU, no hay fuerzas motrices en el campo que exijan la erradicación del latifundio y el reparto de tierras.[2]

Tampoco en una reforma agraria que erradique al latifundio se encuentra la profundización de los cambios iniciados por el gobierno frenteamplista. Las tareas en el campo son otras.

  1. La cuestión cardinal de la revolución uruguaya es la construcción del Partido Comunista.

El desplome del campo socialista, particularmente de la URSS, trajo también otras realidades. No solamente se descompuso su organización social sino además la crisis o desaparición de los partidos comunistas. Lo nuestro no fue nada a nivel mundial: desaparecieron los grandes partidos comunistas europeos y nada menos que la roca, el PCUS, el Partido de Lenin, como lo llamábamos con devoción. ¿Qué conclusión hay que sacar? Que no era correcta la tesis.

Lo que la vida mostró es que la cuestión cardinal radica en que sean acertadas las propuestas de transformación social que se impulsan en la acción política. Mientras se demuestren como acertadas, la organización política que las sostiene se despliega y crece si aplica esfuerzo y sacrificio. Pero si las principales orientaciones se demuestran vanas, ni siquiera el centralismo democrático y la estructura leninista del partido pueden evitar la disgregación y la caquexia.

Dejemos aquí el pasado, aunque las ideas viejas a descartar seguramente son más que las que nos atrevimos a indicar. Pero reconocer los errores es la forma de superarlos. De manera que deberíamos abandonar definitivamente, si algo quedara, nuestra vieja actitud soberbia, llena de seguridades sobre el rumbo de la humanidad y la nueva sociedad.

También nos consta que el problema de la caída del paradigma no fue solamente de los comunistas: muchísimos compañeros de izquierda, sin compartir íntegramente las tesis del PCU, se apoyaban en ellas, en mayor o menor medida. La desaparición de nuestra fantasía del campo socialista y la sociedad del futuro fue una catástrofe para nosotros pero también para otros que creen en el socialismo, de manera que asumir hasta el fondo lo sucedido debería ser una necesidad extendida.

Debemos identificar lo que hay que conservar de esa experiencia que terminó mundialmente con la debacle del "socialismo real" y las tareas a las que debemos aportar para que el sueño de una sociedad más justa pueda hacerse realidad. Es decir, en última instancia, cómo avanzar hacia esa meta en nuestro país y con el Frente Amplio.

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