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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 62 (NOVIEMBRE DE 2013). CÓMO SURGE Y MUERE LA CIVILIZACIÓN PATRIARCAL
La mujer, del misterio infinito a la sociedad actual
Por Gabriela Balkey
Que vivimos en una sociedad patriarcal, no caben dudas. Esto es así desde el neolítico y la edad de hierro. Que eso esté cambiando, depende...
Durante milenios, el último misterio absoluto del ser humano, quizás la deidad, era femenina, redonda, pura maternidad. Basta ver las mal llamadas "Venus" paleolíticas.
Pero se acabó la glaciación, el ecosistema cambió y el ser humano tuvo que sedentarizarse para sobrevivir. De pronto, la representación del misterio de la mujer se volvió la imagen misma del poder. La mujer entronizada, con cabezas de animales salvajes sometidos, es una de las imágenes más comunes de esta época.
La androgamia (una mujer, varios hombres) era la norma. Los clanes se organizaban en torno a familias matrilineales y matrilocales. Con la invención de la agricultura nace la propiedad privada. Es que el campo hay que trabajarlo, plantarlo, volverlo a trabajar, cosechar. No es lo mismo andar por allí recogiendo frutos que tener que generarlos y almacenarlos. Ese arduo trabajo convierte esos frutos en "propiedad". Entonces, cada cual se encarga de un pedazo de terreno, y así nos arreglamos todos. El que tenga más, será porque más o mejor ha trabajado o porque le tocó mejor tierra, o más agua. Aunque en general, dependía más bien de cuántos hijos tuviera para trabajarla. De paso, el hombre ya había descubierto la paternidad.
La agricultura requiere una mano de obra mucho más abundante que la caza mayor. Es un error pensar que la agricultura fue una cosa maravillosa para la gente: fue una estrategia de sobrevivencia, y fue muy eficiente. Fue una lucha contra la precariedad de la existencia. Pero lo cierto es que en esa época aparecen los primeros huesos con artritis... Es que el grano hay que molerlo... Estos hombres y mujeres, a diferencia de sus antepasados, se pasan la vida trabajando.
El problemita es que no todo el mundo se sedentarizó al mismo tiempo. Las primeras aldeas ya tienen muros para defenderse de los animales que pisoteaban los campos labrados, y de otros predadores aun más peligrosos: los seres humanos. Las mujeres y hombres de las tribus aún nómades robaban todo lo que podían a aquellos que, ya sedentarizados, producían y guardaban. De hecho, guardar aconteció antes que producir; pero esa es otra historia.
Encontramos entonces, por un lado, a la mujer, que tiene que estar constantemente pariendo mano de obra, y por el otro al hombre, que está mejor dotado de testosterona para la pelea, y que no se la pasa embarazado. Para resguardar "lo suyo" del peor de los depredadores -su semejante-, tuvo que construir empalizadas y defenderlas. A partir de este embrión nacerá la guerra.
La mujer, paulatinamente, irá abandonando la labor agrícola. Está embarazada o amamantando todo el tiempo, moliendo, amasando, trabajando en labores que se realizan en el entorno del hogar... De a poco, el hombre va ocupándose de la tierra, sobre todo un poco más tarde, cuando finalmente domestica los animales y se encarga del rebaño, lo que implica desplazamientos importantes.
Pero la mujer no fue la única que se alejó del trabajo agrícola. Quienes tampoco podían trabajar el campo eran aquellos que se dedicaban a defenderlo. Se establece entonces un sistema de "don contra don", en que los que se encargaban de la protección de la tierra obtenían de aquellos que la trabajaban un tributo para que continuaran defendiéndolos. Para ser eficiente en esa defensa, la organización es la clave: así aparece el jefe, que será quien reciba el tributo y lo distribuya, y que mucho más tarde se transformará en rey.
Las aldeas crecen en tamaño y cantidad. Cada una produce algo diferente o de forma diferente, y así aparece el comercio. En el comercio no solo se intercambian las mercancías: también viaja el conocimiento. Para una mujer embarazada, los largos viajes no son para nada cómodos. De modo que el hombre sale a comerciar. Con ello acrecienta sus conocimientos y sus relaciones sociales, sus "contactos". Poco a poco la mujer se aleja de lo que construye poder y el hombre va apropiándose de esos espacios. Y más aún: cuando la guerra empieza a jugar un rol más importante, porque no pasó demasiado tiempo para que una aldea codiciara lo de la otra, los que se encargaron solo de la defensa se dieron cuenta de que podían ir a más.
Antes, durante al menos 30.000 años, el tiempo era circular. Todo lo que había pasado ayer volvería a pasar mañana, el sol saldría como ayer y las estaciones se sucederían una a la otra, circularmente. La imagen simbólica más potente de este tiempo circular, de esta resurrección permanente de la naturaleza, fue la serpiente. Cuando va a cambiar la piel, parece totalmente muerta y tras un tiempo renace de su cadáver, fresca, nueva y reluciente, una y otra vez, constantemente. Se la asocia a la mujer desde el principio de los tiempos simbólicos por ello mismo: la capacidad de hacer aparecer vida donde no la había. La mujer era el misterio de la existencia, y la serpiente aludía además, a un más allá, un "otro lado", la absoluta alteridad de donde viene y adonde va la vida, de forma permanente, circular, sin principio ni fin.
Pero el tiempo del guerrero ya no es circular. Ayer ya nunca será lo mismo que mañana. Es que lo que se conquistó ayer hay que defenderlo porque puede perderse mañana, y lo que no se tiene hoy puede conquistarse. El tiempo se vuelve lineal. Esta linealidad permite la emergencia de un relato complejo, con planteamiento, desarrollo y desenlace. Nace la mitología... guerrera, naturalmente.
El hombre ha conquistado primero las herramientas sobre las que se construye el poder, pero imponerse sobre la mujer necesita una fuerte justificación después de tantos milenios de costumbre. Las mitologías empiezan a poblarse de panteones que reproducen el nuevo modelo social, con el acento puesto en la superioridad de lo masculino sobre lo femenino, si bien no dejan de reconocer que en el principio siempre hay un ser femenino que dota de vida. Aunque, ni tontos ni perezosos, empiezan a abstraer cada vez más ese inicio femenino: en casi todas las grandes primeras civilizaciones el principio de la vida es una sustancia oscura y acuosa y cada vez menos femenina, de donde los dioses emergerán. Pero el que sea acuosa y oscura ya es, en sí, femenino; no puede dejar de recordarnos el ambiente de una placenta.
Estas mitologías pueden ser más o menos violentamente antifemeninas, pero todas tienen la ginecofobia como trazo común. La mujer, de a poco, comienza a transformarse en un ser perverso y el caso de Lilith y Eva es paradigmático.
En la antropogonía (mito sobre el origen de la especie humana) hebrea, que tomará después el cristianismo, existen dos Libros del Génesis: el I y el II. En el primero, el más antiguo de todos, prebíblico (y curiosamente poco conocido), Elohim crea a los seres humanos. De entrada tenemos un problema: Elohim es el plural de Eloha (dios en cananeo). Los exégetas de estos mitos han querido explicarlo diciendo que se trata de un plural mayestático, pero no hay pruebas al respecto. En realidad, literalmente diría que "los dioses crearon" a su imagen y semejanza.
Al parecer, al principio hasta los monoteístas (en realidad, monólatras a esas alturas: creían que su Dios era superior a todos, pero aceptaban la existencia de otros) tenían una pareja creadora. Esta pareja divina crea a su vez a una pareja de barro, solo que en una de las creaciones agregaron excremento al barro. Obviamente, a la mujer.
Se podría pensar en el colmo de la grosería machista; sin embargo, pensémoslo un poquito más. ¿Con qué fertilizaban sus campos? Con excremento: sin eso nada crecía decentemente. El excremento produce fertilidad, de modo que la pareja divina dota de fertilidad a la mujer. Dicho de otra forma, la divinidad le dio un "algo más" a la mujer.
Esas criaturas serán Adán y Lilith. (No se la nombra en este Génesis, pero Isaías, más adelante, menciona a una tal Lilith, y los exégetas bíblicos afirman que se trata de esta primer mujer). Las relaciones entre Adán y Lilith no serán las mejores. Adán quería someter sexualmente a su pareja, a lo que ella respondía "jamás sin mi permiso". También se menciona el hecho de que el sometimiento se establece en función de las posiciones al hacer el amor. Lilith quería estar arriba, Adán se negó enfáticamente. Entonces, Lilith, que conocía el nombre secreto de Dios, lo pronunció y se fue volando del Edén (cuyo origen se remonta al Gan Eden, o jardín donde vive el hombre, mesopotámico). Sí. Se fue sin que la echasen, porque no quiso dejarse someter. Terminó, allá por el Mar Negro, en una cueva divirtiéndose con los demonios.
Parece que Adán quedó muy triste y le pidió a Dios que la fuera a buscar, de modo que Dios mandó a tres ángeles a buscarla, pero ella se negó a regresar. Los ángeles transmitieron un mensaje divino advirtiendo a Lilith que, si no volvía con Adán, le mataría a todos sus hijos. A lo que Lilith respondió que mataría a todos los hijos de Adán que no hubieran cumplido una semana de vida. Tras ardua negociación, llegaron a un acuerdo: Lilith no mataría a los hijos de Adán que tuvieran una imagen o símbolo de esos tres ángeles a modo de amuleto.
Así que Dios volvió a Adán para darle la mala noticia, pero accediendo a hacer otra mujer, esta vez más obediente. Así hizo a Eva de una de sus costillas, para que fuera a la vez mujer e hija, totalmente dependiente, subordinada y obediente. Después, historia conocida.
Este mismo proceso han sufrido las diferentes mitologías. Aparece entonces la mujer, primero ambigua, con cosas buenas y malas, y luego totalmente malvada, demoníaca. Es peligrosa porque justamente no se somete de buena gana al nuevo orden patriarcal reinante. Lilith es insubordinada, rebelde; Eva es sometida, pero desobediente.
Así, observamos cómo el macho se vuelve dominante a través del acceso a los elementos infraestructurales que construyen poder, y al mismo tiempo elabora un relato cultural para justificar ese poder. Con la invención de la escritura, este proceso no hace más que acentuarse.
Mientras el poder se construye sobre las mismas bases, este estado de cosas parece no cambiar. Sin embargo, hoy en día, el poder ¿sigue construyéndose de forma similar? Parecería que no. La posesión y la riqueza de la tierra, el comercio a través de viajes incómodos, la destreza en la guerra, no son más los generadores de poder. Entonces, ¿por qué la sociedad continúa siendo patriarcal? Quizás sea por las mismas razones por las que pasaron centenares, e incluso miles de años, entre el comienzo de la masculinización y su implantación definitiva en las primeras sociedades civilizadas.
Pero no es solamente una cuestión de tiempo. La masculinización, para triunfar como modelo social, necesitó la elaboración de un relato cultural nuevo, adaptado a sus necesidades. A pesar de cambios más o menos significativos, ese relato cultural no ha variado sustancialmente. Las religiones, entre otros elementos constitutivos de la cultura, siguen reproduciendo esos mismos patrones, y no podemos obviar el hecho de que la mayor parte de la humanidad aún cree en ellos.
Las luchas feministas desde hace mucho más de un siglo han obtenido conquistas importantísimas, tendientes a la paridad entre los géneros. Todavía no estamos en posibilidad de comprender la relevancia de dichos movimientos para el futuro civilizatorio. Pero lo cierto es que ya hoy no escapa a nadie que buena parte de los órganos de poder más importantes del mundo están en manos de mujeres. Hay mujeres al frente del Fondo Monetario Internacional, de Alemania, del Brasil, por mencionar solamente algunas. Esto abre dos preguntas: ¿Significa esto que la sociedad patriarcal ha sido superada por la presencia de la mujer en los órganos de poder más importantes? ¿La situación es mejor para el colectivo cuando una mujer está al frente?
A la primera pregunta, cualquier mujer del mundo, que gana mucho menos que su colega varón por el mismo trabajo, responderá con facilidad que no. A la segunda, cualquiera que haya vivido bajo el mando de Margaret Thatcher, por ejemplo, podrá responder que no, con la misma facilidad.
Para superar la sociedad de tipo patriarcal que nace con la civilización parece hacer falta la emergencia de un relato de la condición humana diferente, una cosmogonía, una antropogonía diferentes, y sobre todo parece necesitarse que las mismas se vuelvan mayoritarias. No se trata solamente de una cuestión política, sino fundamentalmente de una cuestión cultural, que implica entre otras cosas desmontar un relato humano que tiene en uso unos 14.000 años. Implica desmontar las bases mismas de casi todos los relatos religiosos de nuestras civilizaciones.
Al principio, la infraestructura determinó la construcción de una superestructura funcional a aquella, pero la superestructura parece presentar enormes resistencias para adaptarse a un nuevo modelo infraestructural. Aquellas bases que hacían de la mujer un ser doméstico, productor de mano de obra saludable, necesaria para la construcción de poder, han dejado de existir.
Estos cambios infraestructurales, en términos históricos, son recientes. No hace más de dos siglos que el poder deja de construirse sobre las mismas bases ancestrales. Ojalá no tengamos que esperar milenios para que estas modificaciones se traduzcan en un relato de la condición humana diferente. La aceleración de los procesos históricos parece dejarnos presumir que será mucho, pero mucho más rápido. Sin embargo, de momento, y por más que muchas mujeres estén ocupando lugares de poder primordiales, lo cierto es que seguimos sumidos en una sociedad patriarcal que ya no se sustenta en bases materiales concretas, sino que se presenta como una etapa de resistencia al cambio de nuestros ancestrales relatos culturales.
Paralelamente, es la propia mujer la que, como miembro de la cultura, reproduce en la educación familiar los mismos patrones culturales que ha introyectado. La mujer, tras tantos milenios, da por sentado que ese rol, asignado allá por la edad de hierro, es el suyo y no cuestiona mucho más. El papel del relato religioso de la condición femenina ha sido clave para el éxito de la "armonía" patriarcal (léase: una apacible división de roles, perfectamente aceptados y vividos cordialmente). Sería un error pensar que lo que conocemos a través del cristianismo tiene tan solo dos mil años, ya que, como se ha visto, este relato nace con la propia civilización y se decanta en las diferentes culturas que han sufrido procesos muy similares, y que constituyen la mayoría de las grandes civilizaciones del planeta.
Por otra parte, es difícil encontrar en la historia épocas o lugares en que existiera una real paridad de géneros. La civilización minoica aparece como maravillosa excepción.
Sin embargo, nada nos puede hacer pensar que una civilización dominada por las mujeres sea mejor que una dominada por los varones, puesto que la felicidad colectiva no depende del género de sus gobernantes, sino de los intereses que esa persona defienda. Tanto su género como sus orientaciones sexuales son absolutamente indiferentes en ese sentido.
El tema, entonces, no parece ser que las mujeres ocupen cargos de poder en sociedades patriarcales: es mucho más profundo y complejo. Quizás estas mujeres poderosas sean apenas un primer síntoma de los cambios civilizatorios que parecen inevitables a largo plazo, cuando la infraestructura y la superestructura sintonicen nuevamente.
Las luchas feministas, algunas mejor encaradas que otras, son como el sonido de las sirenas que alertan al colectivo acerca del incendio que lentamente está comenzando a destruir la vieja civilización.
Lo cierto es que una vez más, y casi sin darnos cuenta, el drama del cambio se opera en el escenario de la cultura.