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TIEMPOS TURBIOS (V)
La cotidiana
Por Eduardo Platero
El tiempo se nos fue en un soplo, entre el 13 y 14 de abril del 72 seguido por los asesinatos de la Seccional 20º, el día 17. Las bombas del Escuadrón; el “estado de guerra interno” y la masificación de los patrullajes y rastrillos que tenían por excusa la lucha antitupamara pero que perseguían el fin más amplio de imponer masivamente el terror. Todo se aceleró y luego del 14 de abril del 72 lo que llamamos “iniciativa táctica” se nos escapó de las manos. Contestábamos los golpes; ya no éramos dueños de planificar.
La derrota militar del MLN fue rápida; ya en junio, podemos decir, estaban “barriendo los rincones” y de paso liquidando otros grupos armados menores, pero el terrorismo de Estado prosiguió. El día en que “descubrieron” la Cárcel del Pueblo y rescataron a un lloroso Pereira Reverbel dieron también la noticia de la muerte de Luis Batalla en el Cuartel de Treinta y Tres.
Era un militante del PDC y nos pidieron que los acompañásemos en una silenciosa concentración en la Plaza Cagancha, frente a lo que era su sede. En ese clima exaltado de triunfalismo y terror fue un acto de heroísmo hacerlo.
No fuimos muchos aquella tarde helada. Pero lo hicimos.
Trascendieron las noticias de la tortura masiva y de “ejecuciones” disfrazadas de “combates” y el Escuadrón intensificó sus acciones. No había noche en que no se sintiera una explosión o una balacera. A lo que, para completar la sinfonía nocturna, había que agregarle el rítmico chocar de las herraduras sobre el pavimento, ya que patrullaban las unidades a caballo en grupos como de veinte de a dos en fondo. Se podrán suponer que nunca me detuve a contar cuántos componían el grupo.
Centralmente todo estuvo enfocado en las dos direcciones principales. La primera: no dejar que nos abatatara el terror, y para eso sacábamos todo lo que podíamos a la calle. Camionadas, actos grandes, manifestaciones relámpago, todo lo que podíamos movilizar. Y no era fácil, ya las escopetas Riot habían desnivelado las fuerzas y el Ejército en la calle no era cosa de broma.
Por otro lado, como siempre, en junio empezaba el baile de los ajustes salariales.
En ese marco se da el desconcertante episodio de los coches de AMDET rodeando el Palacio Legislativo. La orden, pública y publicitada, de Bordaberry a las Fuerzas Armadas de que “intervinieran” y la aún más pública y enigmática respuesta de que, para hacerlo, debían saber con qué objetivo.
Dio para especulaciones de todo tipo.
Yo, que nunca me hice demasiadas ilusiones con el “peruanismo” y menos con “el foco”, también tuve mis cavilaciones. Y por cierto, cada vez que me tocó dialogar con algún uniformado con posibilidades de decir lo mío, metía todo el verso de “con el Pueblo o con la Rosca”.
Los profetas de lo acontecido, que entonces y después, estuvieron en la tribuna han criticado y siguen criticando ese discurso. Exaltando la “pureza democrática” o de la aguda percepción de que los milicos servirían a la Derecha.
Una vez, en televisión me acorralaron con ese asunto y yo contesté con una imagen que aún considero válida: Si me tiran un león dentro de la jaula que estoy limpiando (cosa que una vez le sucedió a un compañero) y no tengo escape, trataré de convencerlo de que es manso y le diré “chicho, chicho”. No había otra. Si estabas en la jaula. Distinto si la mirabas de afuera o pasado casi medio siglo.
“No hay manejador cobarde” es un dicho del boxeo. Te arman cualquier pelea, total, el que subirá al ring eres tú, no el que firmó el contrato.
Pero, sigamos, cada cual con su punto de vista y su opinión. Yo estaba ahí y respondía por lo que pudiera suceder. Sin duda habremos cometido muchos errores, pero, estábamos ahí y debíamos contestar y enfrentar.
El año 72 pasó como un soplo (viento en contra) y el 73 empezó peor. El 9 de febrero; nuestra contestación con el paro de abril que sirvió, también, para ajustar los detalles concretos de la “ocupación de lugres de trabajo”. Algo que en Municipales, por la dispersión, nunca habíamos utilizado y que resolvimos con ese paro. En medio, discutimos mano a mano el último ajuste salarial con el Intendente Rachetti. Como él quería, grado por grado y categoría por categoría. Miraba los pesos como “Tío Rico” contándolos tres veces. Después del Golpe las negociaciones tenían a un tercero en medio: Pereira Flores, el Director de Relaciones Laborales, lo que las hacía más largas. De paso, Rachetti aprovechó el cambio y nos rebajó salvajemente el sueldo.
Teníamos un dicho para los machetes, “¿Qué, querés revocar el Palacio?” Bueno, lo revocó: lo cubrió de mármol y construyó el Mirador. ¡Con lo que nos quitó!
El vértigo siguió: la Huelga General; la Reafiliación; la recomposición de la situación en Cantón Central y el enfrentamiento al intento de crear una Federación de Municipales del Interior “nacionalista y afiliada a la ORIT”. Pocos meses después el intento, también en Durazno, de juntar los pocos y dispersos amarillos con que contaban para hacer una Central Nacionalista que terminó en un escandaloso tironeo por los dólares y los viajes. El fracaso fue tan grande que la ORIT decidió irse, ya que nada podía hacer. Uno de los promotores, un tal Somoza, que contaba en su haber con la división de los tabacaleros y una pequeña base en el Clínicas; corrupto y necesitado, terminó por venderle las Actas al Canario Félix, que las hizo publicar.
En el 75, cuando el malón contra el Partido, se descubrió que Somosita había sido el infidente y marchó preso. Arrastrado y alcahuete, los compañeros presos en el 5º de Artillería lo bautizaron “Rataplín”. Le costó el divorcio con mi prima, una rica heredera de Mercedes que era Presidenta de la JUP de Soriano. En una visita le aseguró a mi madre: -“¡Te juro, tía, si fue por ladrón, no me importa, pero si fue por comunista, ¡me divorcio!”
Se divorció…
El “Tiranos, temblad” y los malones de sopetón que nos hacía la Policía en el local sumado a la presencia frecuente de Tellechea. El tiempo no daba para pensar en las situaciones individuales. Todos sabíamos que las cosas eran diferentes y nadie se hacía ilusiones respecto a que se diesen cambios favorables; pero no daba para reflexionar.
Tratábamos de entreverarles las cartas con las entrevistas a propósito de pedir autorización para celebrar el 1º de Mayo. Ya me he referido al tema, era una especie de semblanteo. Nosotros, buscando una fisura lo suficientemente amplia entre ellos como para intentar romper por ahí y ellos, creo que desconfiándose. Ninguno quería perder contacto con la “extinta” y a la vez querían explorar si habíamos avanzado algo con alguna de las fuerzas o grupos.
Nosotros debíamos cambiar de rostros –porque los requeridos quedaban excluidos– pero no cambiábamos de planteo. Sin la fuerza para imponerlo, pero sin fisuras.
Ellos, en cambio, presentaban los mismos rostros, ya que cada mando era un punto en ese equilibrio inestable, pero también mantenían invariable el planteo: -“¡Ya van a ver como arreglamos todo! Necesitamos tiempo y que confíen en nosotros.” Eran un mosaico muy variado y todos especulaban tratando de ver si alguien (Cuerpo, logia o persona) tenía mejores relaciones y posibilidad de obtener respaldo. Sin mucha cintura pero… ¡con la fuerza! No se podían desprender de ella, habían dado el Golpe, y eso no tenía vuelta. Entre sí se desconfiaban y maniobraban, pero en “El Golpe” y en las torturas eran cómplices. Solidariamente responsables.
Pese a que hicieron del 23 de setiembre su “Día de la Victoria”, con desfile y todo, se sabían aislados. Divididos, desconfiándose entre ellos. Uniéndose para abortar el generalato de Trabal pero sintiendo que debajo de ellos estaba el vacío. Y que la economía la manejaban otros.
Por abajo éramos nosotros los que teníamos la fuerza, pero no la suficiente como para llevar adelante el Paro General por el cual luchábamos ante la sensata y fraterna negativa de los compañeros. Ya me he referido a todo ello y me queda la sensación de que he trasmitido una especie de forcejeo con actores pero, sin gente. Gente de carne y hueso, nosotros, que protagonizábamos todo eso pero que, además, vivíamos. Teníamos nuestras vidas.
Vivíamos. Teníamos nuestros problemas particulares, el primero de ellos: parar la olla. Pero teníamos o habíamos dejado de tener pareja, familia. La vida familiar sufría tensiones. Cada uno de nosotros era luchador y ser humano.
A ello me quiero referir ahora.
Creo que no había en todo el Uruguay casa en que no se sintiese el cimbronazo económico. Los economistas tienen diversos índices para medir la actividad económica. ¡Hasta el “Índice Hamburguesa” que mide el costo comparativo de la misma en distintos países! Soledad, mi hija, maneja el "Índice Torta Frita”, ya que, cuando aprieta la cosa, aparecen muchos vendiendo tortas. Recordando aquellos años, puedo manejar dos índices: el de la migración (¡todos los días te enterabas de alguno que había emigrado!) Y el más casero: el “Índice Pan Viejo”.
Cuando en los años 60 empecé a recorrer, los días de lluvia te encontrabas en todas las cuadrillas a los compañeros con un modesto asadito de falda. Pero la falda fue remplazada por el pan viejo. Que lo calentaban en el fuego y le daban al mate.
No había hogar en donde, por despidos represivos o por cierre de la empresa, no se hubiese perdido algún trabajo. Confieso que en toda mi vida laboral conviví con el doble empleo. Mejor dicho, el doble ingreso. Los compañeros “se rebuscaban” con otro trabajo. Fijo o changa. Pero lo normal era que uno de los dos de la pareja tuviera doble empleo y la mujer, por lo menos uno.
No abundaré, pero entre la necesidad de ganarse la vida, la represión, la liberación de alquileres y el exterior, los activos se disminuían.
¡Qué podías decirle a compañeros que emigraban llenos de dolor, pero, como dicen, “bandeados de males”!
Nosotros nos ingeniábamos para mantener contacto con la gente. Ya no mitines en la puerta; saludos de pasada cuando estaban llegando y conversación con el delegado.
Montevideo había sido dividido en zonas y los responsables de los colectivos laborales tenían la orden de avisar a los teléfonos que les habían dado. Para honor de todos, ninguno nos vendió. Es más, creo que muy pocos patrones denunciaron.
Pero, el movimiento en la Sede disminuyó. Que razzias; que doble empleo; que los emigrados: que la formación capilar del Partido Comunista que se las ingeniaba para llegar “a domicilio”, la cuestión es que el pasaje por ADEOM se hizo menos frecuente y concentrado en horas diurnas. ¡Nadie quería andar por la calle de noche!
Solo unos pocos manteníamos una presencia larga. Quinteros rezongaba por esas presencias que violaban los criterios de seguridad, pero algunos lo necesitábamos. No se me ocurre otra imagen que la de una serie de náufragos en medio del mar. Luchando contra el oleaje y por manteneros unidos. ¡Necesitábamos sentirnos cerca de algún otro!
Porras convalecía de un amor intenso pero quebrado; yo, que iniciaba pareja pero la pobre, la mitad de los días tenía que ir a dar clase al medio de Canelones y la otra mitad a la “Scuola Italiana” que había sustituido al “Sacre Coeur”, de alumnado de alta gama pero con un profesorado demasiado zurdo.
Las monjitas se las tuvieron que picar por sospechosas de sus vínculos con los tupas. En eso también estaba la particular dureza con que se reprimió en Treinta y Tres a los jovencitos.
Zeballos y Sabelli que se trenzaban con el ajedrez. Ignacio Romero, nuestro Jefe de Seguridad, cocinero maravilloso, capaz de darle gusto a los tallarines que aportaban los viernes los compañeros de Recolección con casi nada. Algún morrón ya invendible con una cebolla más o menos, que nos regalaba el puestero de la mitad de la cuadra.
No estaban los contenedores y cada recorrido tenía sus “casas de entrada”. Los viernes las fábricas de pasta tenían los tallarines sobrantes del día anterior. Eso, los bizcochos viejos de Guichón y un amorcito que se había hecho Porras en una fiambrería nos salvaron muchas veces. Como dije, “convalecía” de un amor pero era ”ligador” y se tenía fe. Cuando rompió con la gordita de la fiambrería se lo reprochamos amargamente. Óscar Minini, del turno nocturno de Recolección que hacía tiempo con nosotros y en general nos íbamos juntos. Yo a mi casa y él al Corralón.
No sé cómo, apareció la baraja. Al principio yo me espanté; si algo teníamos prohibido en la sede eran las copas y las barajas, pero, sin que nadie lo autorizase o reprochase, los naipes hicieron su aparición.
Lindner y yo nos prendimos. A él le gustaba más el truco y a mí el tute; en el primero hay mucho de semblanteo ¡y eso era lo que tenía que hacer todos los días! El tute es más implacable y menos jaranero. Nuestro abogado el Dr. De la Fuente, los días que le tocaba, se prendía al truco y se divertía de lo lindo.
Otro “truquero” era don Antonio Migliani, hombre leal si los hubo. Pintor de Paseos y vendedor de una papelera, terminaba la vuelta en el Sindicato. Con Idilio apenas se tragaban, pero conmigo siempre tuvimos relaciones cordiales y pese a que había abandonado su actividad sindical, todos los días pasaba. Azucena, Silvia, Olga Monteiro, Nelly Torrado, Gloria Márquez y otros de Palacio pasaban un ratito en escapaditas. Walter, del Sur, y Exequiel Alonso y Tráppani pasaban a mediodía y nos dejaban algo de la cosecha del día. Y, en fin, eran unos cuantos los que seguían viniendo en escapadas.
Pero la indisciplinada patota que seguía en el local luego de que Pedro Bolaño encendía el luminoso y se iba cerrando la puerta éramos los truqueros.
Yo, medio avergonzado de mi tolerancia cómplice, no conté en la CNT esas sesiones, pero, un día pasé por el SUANP ya de tardecita y me encuentro con dos grupos dándole al naipe. Con una diferencia: ¡jugaban a la “Escoba de Chorizo”! Y cómo jugaban; llevaban guía de las barajas que habían salido y de los cantos… ¡Unos maestros de ese juego que yo creía de niños!
Resulta difícil de entender, pero esas veladas de tute y truco, clandestinas, imprudentes y sin justificación alguna nos unieron de una manera que aún no puedo explicarme.
* * *
La primera mañana en mi casa, luego de la prisión y de la interminable noche de visitas (la última se fue a las 3 de la mañana) le comenté a Raquel algunas ausencias y la pobre, llorando, me contó. Don Antonio: cáncer a la cabeza. Monterito, lo mismo en el hígado y murió negándose a tomar calmantes para seguir junto a los compañeros. Minini, algo trágico y reciente: se había ido a la Pesca y era de los tripulantes del barco que se dio vuelta campana y se hundió con todos dentro. El cuerpo todavía no había aparecido. Silvia, también cáncer a la cabeza.
Fue terrible. De los exiliados sabía, pero no de los fallecidos. Me lo había ocultado y ¡se me murieron todos juntos esa mañana!
Lloramos abrazados un buen rato, pero tampoco en el 84 la vida daba tregua para llorar. Esa tarde había Asamblea del Complejo de Millán y Lecocq y concurrimos con Julio Quinteros que era vecino… al igual que el temido Comisario Alem Castro.
Centro Comunal repleto, terrible desorden y Alem Castro con cara amenazante en un costado. Intervine yo, absolutamente abstracto luego de siete años, insistiendo en que era necesario que nos diésemos una Dirección “concreta y permanente”. Fue bueno que hablara, pero creo que entendieron poco. Luego habló Quinteros. El “Cabezón” con su voz de barricada se mandó una agiteta que hizo delirar de alegría a la gente. Alem Castro se retiró discretamente.
La diferencia era que ahora éramos nosotros los que empujábamos. Con mucho de espontaneo y hasta ingenuo, pero con un entusiasmo que todo se lo llevaba por delante. Como un fuego fatuo florecieron las “ollas populares” y de un envión se juntaron las firmas para la protesta de FUCVAM. El paro de enero del 84 sorprendió hasta a los autores, pero fue masivo y no se animaron a reprimirlo o castigarlo. Distinto y más trabajoso fue el Paro Cívico fijado para el 27 de Junio por el PIT que había sido “ilegalizado” a raíz del de enero pero seguía sesionando públicamente y con prensa. Esa vez los partidos opositores apoyaron.
Sanguinetti, cazurro siempre, desmarcó al Partido Colorado y la Dictadura se jugó a amenazar y tratar de evitarlo. Como siempre, con la entusiasta colaboración de “El País” y “Radio Carve”, tan carroñeros de toda la vida.
No pudieron. Con desniveles se hizo y en agosto hicimos un acto masivo en Diagonal Agraciada, frente a los Lamaro y de cara al Palacio Legislativo.
Estaban los regresos, iniciados por el multitudinario del Flaco Zitarrosa y a razón de uno por mes. Rodeados de gente y sin que nada pudiese parar esa reconquista de la calle.
Siempre peligrosos, el día que asesinaron a Roslik habían retenido compañeros en todos los cuarteles a los cuales nos obligaban a ir a firmar. Yo pasé en Inteligencia citado “para un Acta” que recién en la tarde se llevó a cabo. Una pavada para cubrir las apariencias de que me habían retenido… al salir los que me estaban haciendo el aguante me comunicaron lo de Roslik.
Por ruso y vaya a saber por qué cosas, lo mataron a él, pero en todos lados retuvieron personas por las dudas. Lo que me afirma en que estuvo planificado. Los sectores más comprometidos, y por eso mismo, los más recalcitrantes le tiraron con un muerto a Medina, que debía ascender a Comandante en Jefe.
El escándalo superó al terror y Medina llegó a la Comandancia para iniciar el diálogo hacia la salida. Tampoco el asesinato pudo sacarnos de la calle. ¡Ya no nos paraba nada!
Vuelvo atrás: tendrán que perdonar que la memoria de un veterano haga esos vaivenes. Estábamos en los primeros años de la Resistencia y quiero recordar cosas.
En lo político, el Partido Comunista estaba pasándose a la clandestinidad. Cosa no fácil; calculo que entre el Partido y la Juventud debían andar por arriba de los cincuenta mil.
La última vez que me vi con Eduardo Bleier fue en un café de Maldonado y Ejido. Quería meterme a la Juventud en ADEOM. Vehemente como siempre, cuando yo le puse objeciones me dijo: -“Mañana mismo, a las nueve tendrás cuatrocientos jóvenes en el local”. A lo que le contesté: -“A las nueve y cinco los tendrás en la calle, te los echo”. Se calentó pero terminó por entender que no era posible disimular tanta gente. Y que en los sindicatos no había disimulo posible.
Nos queríamos mucho, teníamos detrás unos cuantos asaditos de domingo en el Taller de Gonzalito en lo que era todavía el Arroyo Malvín. Me pasaba a buscar con su hijo y yo subía con Soledad, más o menos parejos en edad. Hacíamos el asado afuera, charlando de todo y de nada, comíamos y nos dormíamos una siesta al solcito mientras los gurises jugaban.
Gonzalito era terriblemente desprendido con sus cosas, las estanterías estaban llenas de trabajitos, algunos magníficos, que él ni cuidaba. ¡Pero nosotros nunca le llevamos nada de recuerdo!
La vida nos separó, lo mataron sin duda por su coraje y yo atesoro el recuerdo de aquellos asaditos sin más propósito que aflojarnos un poco.
No siempre uno puede aflojarse. Eso de endurecerse sin perder la ternura no es tan fácil.
Nosotros, en el Movimiento Sindical, estábamos en primera línea. El 1º de Mayo del 74, con dos grandes concentraciones en La Teja y la Curva nos dejó la experiencia de que no debíamos hacer cosas grandes. El siguiente lo adelantamos al 30 de abril. Largamos “relámpagos” en un montón de lados. A nosotros nos tocó el Centro, 18 desde Cuareim hasta Paraguay para que la gente se dispersara aprovechando el descampado que luego fue “El Entrevero” y el arranque de la Diagonal Agraciada. Drescher, el bancario, estabas a cargo de dar el arranque justo a las 19, hora de salida de las oficinas y cierre de los comercios. Andábamos todos con cara de “no te conozco” dando vueltas hasta que el Alemán, en un cambio de luces se plantó en medio de la calle, tiró el pucho, lo pisó, miró el reloj y cabeceó para iniciar. Aún retengo su gesto. Nos lanzamos a la calle y caminamos volanteando y agitando con el paso un tanto apurado, pero corajudo. Nos dispersamos sin problemas, cuando llegó la primer “chanchita” ya éramos todos transeúntes de nuevo.
Por nuestra cuenta, en una fecha de Turismo que coincidía o con el aniversario del primer acto del FA o con alguna fecha patria hicimos una soltada de globos blancos, rojos y azules en la Plaza Independencia.
El Gordo Romero era vendedor en la calle, según la temporada jazmines, medias, estampitas o globos. Ese año le tocaba la Plaza Independencia ya que, de acuerdo a compromisos entre ellos, le tocaba a otro el Cine Censa. Se nos ocurrió que cambiara el balón de siempre, que inflaba globos que no flotaban, por uno de hidrógeno que si flota. Un peligro porque es inflamable. Pero lo hicimos y en la tarde más soleada pasábamos, le comprábamos un globo que tironeba por volar y nos íbamos juntando en medio de la Plaza. Frente a Artigas y ordenados por color. En un momento dado soltamos los globos que, en tanto se elevaban, mostraban la tricolor de Otorgués. No sé en cuánto esas acciones contribuían a mantener la moral general. Sin duda que lo hacían, pero no teníamos forma de medirlo.
Eso sí, a nosotros nos servía de mucho cada cosa que hacíamos.
Luchábamos y vivíamos. Vivíamos y luchábamos.
Por primera vez leo a Platero. Me quedo con su frace. Vivíamos y lucha vamos.