Compartir

AS TIME GOES BY

 Publicado: 05/09/2018

"La flor de la vida": viejos amores


Por Andrés Vartabedian


Tienen 80 años. O más. Pero parecen más cerca de la vida que de la muerte.

El aviso en el diario que las directoras publicaran los convocaba. Debían estar interesados en contar su historia. Ninguna imaginada; la de sus vidas, simplemente. ¿Simplemente? Deseo de compartir las vivencias de sus décadas. Unas cuantas, ya. De todos modos, como en toda historia, algo de imaginación se colaría.

Cuando Claudia Abend (Montevideo, 1979) y Adriana Loeff (Montevideo, 1979) culminaron su filme, los nominaron “el coro griego”, y así los ubicaron desde la edición en La flor de la vida. Una buena parte de ellos transformó sus voces -aun sin saberlo- en comentario y síntesis de la historia de Aldo y Gabriella; los elegidos.

Aldo Macor y Gabriella Pelissero -por orden de aparición- serían quienes asumirían el protagónico del relato. En el caso de Aldo, un tanto más intencionadamente que en el de Gabriella. Es que Macor se ve a sí mismo como un personaje interesante y “entrador”, el tipo -entendido como representación de algo particular- ideal para lo que las directoras propusieran. Su historia, sus formas y maneras, hasta su porte, e incluso su acento italiano, lo tornan casi que insoslayable, sostiene.

En definitiva, Abend y Loeff avalaron su avasallante y egocéntrica presentación y lo siguieron. En definitiva, tras ellas, nosotros también lo seguimos. En definitiva, Aldo “tenía razón”; era el personaje ideal.

Sin embargo, Aldo presentaba características adicionales a las de su verborragia, elocuencia y confianza en sí mismo. Aldo poseía una historia de amor de ésas a las que podría adjetivarse de “interesante”, o muy interesante, rica en matices y hasta con “vueltas de tuerca” inesperadas. Aldo poseía una educación y cultura -de esa a la que se suele denominar “académica”- vasta y cultivada. Aldo era un hombre “viajado”, gustoso conocedor de paisajes y lugares. Y algo no menos importante –sospechamos-: Aldo poseía un archivo fílmico personal y familiar también amplio y atractivo. Algo difícil de dejar de sopesar por parte de nuestras dos documentalistas.

Claro está, parte de estas características relevantes Aldo las comparte con Gabriella. Lo más trascendente: Gabriella ha sido su esposa durante casi cincuenta años. Junto a ella ha sido padre de tres hijos; junto a ella ha viajado; junto a ella ha disfrutado del latín y el griego; junto a ella ha discutido de filosofía. Junto a ella ha registrado parte de ese itinerario en filmaciones y grabaciones caseras en diversos formatos.

Sin Gabriella, no hay historia; no hay “su” historia. Por tanto, Pelissero es necesaria en este relato; imprescindible. Abend/Loeff lo saben, y van tras ella. Es allí que comienza a completarse su película. Es allí que comienza a completarse La flor de la vida.

Aldo siempre consideró a Gabriella la esposa ideal, la madre ideal. La amante ideal, no. Nunca se lo planteó en esos términos. Producto de una época y una cultura, él ha seguido el mismo camino que cientos, miles y millones de hombres. También a la hora de la infidelidad; también a la hora de la búsqueda del “perdón”. Al mismo tiempo, Gabriella ha colmado todas sus expectativas -las del uno y las del otro-, y se ha sentido realizada; al menos, buena parte de su vida de esposa, madre y ama de casa. Y también perdonó, como tantos cientos, miles y millones de mujeres.

Sin embargo, a los cuarenta y ocho años de casados ha descubierto que “no se madura siempre en la misma dirección”, que la pasión no se sostiene por pura voluntad y que, antes del odio, siempre es mejor la separación. Por tanto, ha tomado la valiente decisión. Hoy día, mantiene con Aldo una relación atenta y cordial. Él lo sigue intentando; aún no lo concibe.

En ese viaje por los vaivenes de una vida -una vida que son dos-, y de una vida en común, con todo lo que de proyecto y construcción ello tiene, es que Claudia Abend y Adriana Loeff nos sumergen. Una vida, como dijimos, que tendrá el comentario a coro de otras muchas. Otras muchas vidas vividas que nos pondrán en perspectiva, que universalizarán la mirada, que reafirmarán o pondrán en cuestión lo que surja de ese binomio Macor/Pelissero. Vidas llenas de vida vivida que nos transportarán junto a ellas de la mano de la experiencia, la sabiduría, los anhelos, los sinsabores, las frustraciones, el tiempo y la reflexión en torno a él, la proximidad del último aliento, su asunción o la lucha denodada por demorarlo, sus ganas de seguir estando o su sensación del deber cumplido y la serena espera de lo fatal e inefable; el rol de lo físico y sus limitantes, el usufructo compensatorio de lo caminado…

Vidas llenas de vida vivida que nos sitúan frente al espejo de nuestros prejuicios y fantasías y nos permiten el beneficio de la complejidad mientras nos arrancan una sonrisa cómplice o una mueca plañidera, viendo en sus palabras sus trayectos. Palabras que Abend/Loeff seleccionan precisa y exquisitamente. Como también seleccionan los planos que nos ubican en sus ojos y en sus arrugas, en sus labios y sus semblantes; pedazos de vida dibujados. Intimidad absoluta, aun a sala llena de este lado, aun a sala vacía del otro (los testimonios se recogen sobre el escenario de la sala principal del Auditorio Nacional del Sodre, de espaldas a la platea). La magia del arte cinematográfico. La cámara los protege, los arropa casi imperceptiblemente. Pueden estar tranquilos; sus historias están seguras. El primer plano hace su trabajo.

Mientras tanto, Aldo Macor y Gabriella Pelisseri continúan sus búsquedas con la vista puesta hacia el futuro. Porque aquí no hay enfermos ni derrotados -otra inteligente elección de las realizadoras-, no hay meros “padecientes” o seres abandonados; hay gente viva que pretende seguir estando. Y ello no significa únicamente sobrevivir; implica un compromiso con el estar dignamente. A sabiendas de que el camino a recorrer será más corto que el ya transitado, pero con la convicción de lo bello del vivir y de lo único e intransferible de la senda.

Y en ese devenir hallaremos los matices. Y al hombre fuerte algo le pesa. Ese hombre “egoísta, egocéntrico y ególatra” -como él mismo se define-, ese hombre que conoció el dinero en abundancia y el éxito en sus emprendimientos, el del físico trabajado que nos enseñan los registros de antaño, comienza a dejar entrever su soledad, su insospechada soledad, su preocupada soledad; su recobrada necesidad de atención y afecto, su no querer entregarse a los días iguales a sí mismos, llenos únicamente de la rutina de doler en solitario. Y busca que lo físico no pese, que no impida... Y busca la trascendencia en el arte, la mirada del otro... Y pregunta a sus directoras si llegará a ver el estreno.

Y el vals nos transporta por las épocas y los sueños, los logros y las despedidas, las playas y los inviernos. Y nuestras realizadoras dejan entrever el mecanismo, el artificio, la construcción de su relato. (Metarrelato que impondría un nuevo comentario, hoy desechado). Y vemos un recorrido por las cámaras que ha utilizado la pareja Macor/Pelissero en su pintarse a sí misma. Y en la evolución tecnológica percibimos la evolución de las épocas, el pasaje de los años… también el deterioro. Y a la vez que los equipos son cada vez más jóvenes, a nuestros protagonistas les gana su antónimo. Y surge, irremisiblemente, la melancolía del mirarse a sí mismo siendo otro.

Mientras tanto, nos preguntamos por qué ese afán de registrarse. ¿Responde ello únicamente a las posibilidades económicas que permiten la adquisición de los bienes? ¿Se vinculará a los usos y costumbres de determinado estatus social? ¿O estará ligado al respaldo cultural que los acompaña y que los impele a la búsqueda consciente de la perdurabilidad? Quizá todo ello. Quizá todo ello y más. Por momentos, Lito Vitale parece observarlos en su devenir audiovisual y, cual músico de cine silente, improvisar en su piano las composiciones que los acompañan. Y la elegancia y sensibilidad de su música se aproxima cálidamente a la de los protagonistas, así como también a la de sus directoras Abend/Loeff; a su sentido humano y humanista, a su delicadeza y respeto por el otro, por nosotros, a su búsqueda de la empatía; incluso, a su sentido del humor.

Y como en el vals, la vida seguirá girando, procurándose a sí misma, ya más espíritu que materia. Hay vida vivida, sin dudas. Pero también hay vida por delante. Y un halo de esperanza en el porvenir nos gana la mirada. Porque la vida puede ser algo más que un pasaje fugaz. Y bailará, sin dudas, hasta el fin del amor.

Ficha técnica

Título original: La flor de la vida Uruguay, 2017, 86 min.

Dirección: Claudia Abend, Adriana Loef

Producción: Claudia Abend, Adriana Loef

Guión: Claudia Abend, Adriana Loeff

Fotografía: Jackie Bourdette, Fabio Berrutti

Música: Lito Vitale

Edición: Claudia Abend, Adriana Loeff

Elenco: Aldo Macor, Gabriella Pelissero

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *