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HISTORIOGRAFÍA Y PROPAGANDA EN LA EUROPA DE LAS DERECHAS ASCENDENTES

 Publicado: 05/09/2018

Mitos zombies del fascismo y el nazismo resucitan en Europa


Por Fernando Britos V.


En el santoral de resucitados por los ascendentes movimientos neonazis y liberal-conservadores figuran personajes como el alemán Ernst Nolte (1923-2016), el estadounidense Richard Pipes (1923-2018) y el francés François Furet (1927-1997), rápidamente canonizados apenas fallecidos, o algunos más jóvenes como el maoísta del 68 Stéphane Courtois (n. 1947) y propagandistas de una generación algo anterior como el francés Paul Rassinier (1906-1967).

Nolte fue un vástago del catolicismo conservador y discípulo del filósofo nazi Heidegger. Richard Pipes, profesor polaco nacionalizado estadounidense, hombre de la CIA e integrante del Consejo de Seguridad Nacional de Reagan. Furet, típico renegado del comunismo. Courtois se autocalifica como “anarco-maoísta” y “arrepentido de la extrema izquierda”. Rassinier cumplió el periplo más intrincado y prolongado, por lo que vale la pena detenerse en él, aunque todos presentan un rasgo común que es precisamente el que los hace atractivos para los xenófobos, racistas y neonazis europeos: su reivindicación, directa o indirecta, del nazismo, del antisemitismo, del anticomunismo, variantes que –como advierte Enzo Traverso– lejos de amortiguarse con la desaparición de la URSS y con el presunto fin de la Guerra Fría, campean por Europa.

Rassinier fue hijo de agricultores del Franco Condado (en el este del país, cerca de la frontera suiza). Su padre había sido soldado en las tropas coloniales, en Indochina francesa, y a raíz de esa experiencia desarrolló una activa militancia pacifista y antibelicista que lo llevó a prisión durante la Primera Guerra Mundial. Su familia simpatizó con la Revolución de Octubre en Rusia y el joven Paul se afilió al Partido Comunista Francés en 1922. En c1927 marchó como recluta al ejército francés que ocupaba Marruecos. La acción de las tropas coloniales, la brutal represión sobre la población marroquí y la corrupción del ejército colonial reforzó su postura pacifista. De regreso en Francia se dedicó a la enseñanza liceal de geografía e historia y a la militancia política en su patria chica.

En 1932, a raíz de enfrentamientos internos en el PCF, es expulsado junto con Henri Jacob y con él funda el Partido Comunista Independiente (del cual es el Secretario General). Se presentaron a las elecciones enfrentando a los candidatos comunistas y obtuvieron un magro resultado. A principios de 1934 se incorporó al Partido Socialista (la SFIO -Section Française de l'Internationale Ouvrière- que había rechazado adherirse a la Tercera Internacional en 1920, y que se oponía al nuevo Partido Comunista de Francia). Rassinier rápidamente se transformó en Secretario de la SFIO en el territorio de Belfort y editor de su periódico Germinal.

Desde mediados de la década del treinta se reafirmó en su política pacifista y de oposición al armamentismo, pero en su discurso empezaron a aparecer ciertos rasgos, entreverados con la defensa de los derechos de los trabajadores, que le sonaban agradables al sector de la derecha francesa que veía con simpatía al nazismo, por ejemplo su postulación de la necesaria reforma del Tratado de Versalles que había marcado el fin de la Primera Guerra Mundial, su oposición al armamentismo comprendida la faceta que evitaba el envío de armas a la República Española para enfrentar la sublevación de Franco y sus compinches y su postura de identificar al nazismo y el comunismo.

Esas tesituras, envueltas en su folletería “socialista de izquierdas”, encontraba cada vez más audiencia en la derecha francesa cuya actitud explica el derrumbe militar y político de Francia ante el ataque alemán, en 1940, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La oposición al gobierno del Frente Popular (1936-1938) desató una violenta ola de antisemitismo que coincidía con la que desarrollaban los nazis. Las calumnias vertidas por la extrema derecha intentaban mermar la credibilidad de la izquierda y especialmente de León Blum, el primer ministro.

El fascista Charles Maurras escribió, el 15 de mayo de 1936, en el periódico L’Action française: “Es en calidad de judío que hemos de ver, considerar, entender, combatir y abatir a Blum. Este último verbo puede parecer un poco excesivo: me apresuro en añadir que sólo deberemos abatir físicamente a Blum el día que su política nos haya llevado a la guerra impía con la que sueña contra nuestros compañeros de armas italianos. Ese día, es verdad, no podremos fallar.”

La prensa francesa se dividía en dos bandos claramente definidos, estando los medios afines al Frente Popular en franca minoría. Los enfrentamientos mediáticos dañaron la imagen del Frente Popular y contribuyeron a su descrédito. La derecha francesa había acuñado el tema que era preferible el dominio de Alemania y el triunfo europeo del nazismo que un gobierno de izquierda y el “comunismo”. Esta es la principal explicación para el derrotismo francés que provocó el derrumbe de 1940, el colaboracionismo criminal del régimen de Vichy encabezado por Pétain y la posterior oposición a la depuración y juzgamiento de los nazis franceses después de 1944.

Durante estos años Rassinier fue un propagandista local, un figura muy secundaria en la política francesa y un furibundo anticomunista. En 1938, cuando se firmaron los acuerdos de Munich, mediante los cuales Inglaterra y Francia entregaron Checoeslovaquia a Hitler, estuvo de acuerdo con la entrega repitiendo las palabras del ex-primer ministro Blum que dijo que su apoyo era “sin mucho orgullo, es verdad, pero sin ninguna vergüenza”. Rassinier el pacifista consideraba la guerra como la mayor catástrofe y no creía que “ni siquiera Mussolini después de Etiopía, ni siquiera Hitler que hace correr la sangre en compañía de España, se arriesgarían a tal locura”. Le erró como a las peras.

En agosto de 1939, tras el Pacto Ribbentrop-Molotov de no agresión, Rassinier fue arrestado por la policía francesa, que sospechó que su periódico recibía financiamiento alemán. Gracias a la intervención de Paul Faure, el jefe de los “socialistas pacíficos” que se oponían a enfrentar a Hitler, fue liberado algunos días más tarde. Cuando Francia fue invadida por la Wehrmacht, en mayo de 1940, Rassinier fue movilizado y pasó semanas en un cuartel esperando órdenes que nunca llegaron. Tras la rendición volvió a dedicarse a la enseñanza en Belfort. La mayoría de los “socialistas de Munich”, como se denominaba a los que habían apoyado los pactos de 1938, se convirtieron en colaboradores de los ocupantes alemanes y adherentes del régimen títere de Vichy que encabezaba el mariscal Pétain. Rassinier no lo hizo abiertamente.

Según él, a partir de mediados de 1941 se unió al grupo Volontaires de la Liberté (alumnos de los liceos parisinos Louis-le-Grand y Henri-IV y estudiantes de la Sorbonne, republicanos, radicales, socialistas). La actividad del pequeño grupo consistía en la publicación de un boletín de información y de reflexión sobre el presente y el porvenir de Francia, con artículos de fondo sobre el nazismo, el marxismo y la democracia (aparecieron 54 números entre noviembre de 1941 y 1943).

En 1942, los Volontaires de la Liberté participaron en la difusión de Résistance (un periódico editado por el médico Marcel Renet, detenido y torturado por la Gestapo, que fue enviado a Buchenwald, sobrevivió y llegó a ser senador por el partido de De Gaulle). Sin embargo, un artículo que se mostraba muy complaciente con Franco y la tiranía en España provocó un debate y una escisión. El brillante estudiante ciego Jacques Lusseyran se vinculó con Défense de la France, una organización de la resistencia gaullista y conservadora. La mayoría de los Voluntarios decidieron mantener el grupo y se vincularon a Libération-Nord. Esta era una de las principales organizaciones de la resistencia antinazi, creada en la zona ocupada desde fines de 1940, que operó en toda Francia desde 1942.

Los Voluntarios mantuvieron la publicación del boletín en 1943 y organizaron acciones de sabotaje al Servicio de Trabajo Obligatorio (STO) que mandaba a cientos de miles de obreros franceses a trabajar, contra su voluntad, en la industria bélica en Alemania. También empezaron a publicar un verdadero periódico La IVème République (La Cuarta República) y ahí es cuando aparece Paul Rassinier.

Inflando su historia de resistente, Rassinier mintió al asegurar que él había sido uno de los fundadores de Liberation-Nord, cuando en realidad aparece como un mensajero entre París y el Territorio de Belfort. Como tenía vínculos con imprentas de su región, Rassinier produjo el primer número de La IVème République para los Voluntarios en la imprenta Schraag de Belfort con un tiraje de 5.000 ejemplares. En noviembre del 43 estaba pronto el segundo número pero nunca llegó a imprimirse. Rassinier fue detenido el 29 de noviembre y deportado a Buchenwald.

En 1945, después de su liberación, reanudó la publicación de La IVème République pero por las de él, es decir sin relación alguna con el grupo de los fundadores. Decía que era miembro de Volontaires de la Liberté desde junio de 1941 pero su participación recién comenzó a principios de 1943. En el complejo panorama de la resistencia, ese año y medio de diferencia es mucho más importante de lo que parece.

También lo es el ámbito y la modalidad de su participación en la resistencia, que es incomparable con los miles de fusilados, guillotinados, torturados y deportados. Se dice que Rassinier practicó la resistencia no violenta a los nazis, basada en sus principios pacifistas y por miedo a las represalias que los nazis desataban contra la población. Dice él que usando sus contactos en imprentas falsificó documentos de identidad y ayudó a establecer una ruta de escape hacia la cercana Basilea, en Suiza, por la que pasaron miembros de la Resistencia, pilotos aliados derribados sobre Francia y refugiados y judíos perseguidos, en colaboración con los servicios especiales británicos.

Rassinier escribió artículos para el periódico simpatizante del gobierno de Vichy Le Rouge et le Bleu (“El rojo y el azul”) y, más adelante, colaboró con J. L. Bruch, Pierre Cochery y Albert Tschann para fundar la ya citada publicación clandestina La IVe République que promovía la resistencia y trataba de sentar las bases de la posguerra, “porque todos los que sobrevivan a la guerra pueden y deben reconstruir juntos la paz y así salvar al país de una guerra civil”. La IVe République reclamaba que se exigieran responsabilidades a Alemania por los crímenes del nacionalsocialismo, pero insistía en sus críticas al Tratado de Versalles y no consideraba a Alemania e Italia responsables de la guerra en forma unilateral. Curioso pacifismo el de estos republicanos conservadores (en todo caso más conservadores que De Gaulle).

Los movimientos de resistencia interior, conocida como la Resistencia (Résistance intérieure française o La Résistance), fueron apareciendo durante el periodo de ocupación alemana y se federaron progresivamente. La Francia Libre de De Gaulle y el conjunto de la Resistencia Interior Francesa se unieron en 1942 para conformar la Francia Combatiente (France Combattante o Forces Françaises Combattantes), término que a partir de ese momento sustituye oficialmente al de Francia Libre. En 1943, se adhirieron al Comité Francés de Liberación Nacional instalado en Argel, para formar el Ejército Francés de Liberación que combatió junto a los Aliados hasta la liberación de todo el territorio francés. La mayoría de los miembros de la Resistencia interior eran miembros o simpatizantes del Partido Comunista Francés. Los verdaderos resistentes rechazaban los panfletos divisionistas que producía Rassinier comparando al comunismo con el nacionalsocialismo.

Después de varias advertencias, la Francia Combatiente condenó a muerte a Rassinier que increíblemente “salvó la vida gracias a una serie de redadas lanzadas por las fuerzas de ocupación alemanas y la policía francesa en respuesta a ataques contra alemanes en una farmacia y un café locales”. Entre los detenidos con documento de identidad falsificado uno se quebró en el interrogatorio y reveló cómo lo había obtenido. De este modo el “pacifista” habría sido detenido el 29 de octubre de 1943 (su versión remonta la detención al 30 y en el salón donde estaba dando clases). Su esposa y su hijo de dos años fueron arrestados también, pero los liberaron días después. Rassinier sufrió once días de interrogatorio y torturas que le dejaron con la mandíbula rota, una mano machacada y daños en un riñón.

Diez semanas después Rassinier fue deportado a Alemania y llegó el 30 de enero de 1944 al campo de concentración de Buchenwald, cerca de Weimar. Después de tres semanas en cuarentena, se convirtió en el preso número 44.364 y fue trasladado a Dora-Mittelbau, donde se construían los cohetes V1 y V2 y motores de avión en los 20 kilómetros de túneles excavados en las montañas de Turingia. Las empresas alemanas AEG, AG, Askania, BMW, Demag, Heinkel, Junkers, Rheinmetall, Ruhrstaal, Siemens, Telefunken o Walther, entre otras, colaboraron en los proyectos de armamento y motores de aviación así como otros procesos de investigación pero siempre con una mano de obra esclavizada. De los 60.000 prisioneros, que trabajaron en las condiciones más inhumanas, 40.000 perecieron por hambre, enfermedades, exceso de trabajo, agotamiento y maltratos físicos por parte de los SS y de la corrupta mafia de los Häftlingsführung (el nivel inferior de la administración del campo, a cargo de los propios internos), la mitad de ellos en el propio campo.

En los túneles y durante la fabricación de las V2 un numeroso grupo de prisioneros se organizó para sabotear las bombas (colocando mal las piezas y orinando en los giróscopos de dirección). Así se consiguió que muchos cohetes fallasen en el lanzamiento o errasen el objetivo contra el que eran lanzados. Los nazis no tardaron en darse cuenta de que determinadas fallas de las V2 eran producto de sabotaje por lo que se controlaba continuamente la producción y cuando se probaba la implicación de un prisionero era inmediatamente torturado y ahorcado delante de los demás como ejemplo del castigo a quienes practicasen el sabotaje. Se estima que unos 200 prisioneros fueron ahorcados por este motivo.

En su primer libro, Le Passage de la ligne ou l'Expérience vécue, Rassinier cita varios factores que contribuyeron a su supervivencia en condiciones verdaderamente privilegiadas. Desde abril hasta noviembre de 1944, su esposa le envió paquetes de comida y su amistad con el jefe de su bloque permitió que los envíos le fueran entregados directamente, sin ser sometidos a pillaje por la administración del campo. Durante un tiempo, obtuvo un trabajo cómodo como Schwung (una posición entre ordenanza y criado) del Oberscharführer SS (sargento mayor) encargado de los perros guardianes del campo, lo que -según él- le dio la oportunidad de observar a los S.S. de cerca. También, en parte como resultado de su interrogatorio, resultó aquejado de nefritis y pasó no menos de 250 días de su encarcelamiento en el Revier (la enfermería), un verdadero e inexplicado privilegio.

El 7 de abril de 1945 evacuaron a Rassinier de Dora en lo que se convirtió en un “tren de la muerte” que viajaba sin detenerse de un punto bombardeado a otro de la red ferroviaria alemana, sin alimento, sin agua y sin abrigo. Después de varios días, al tomar el tren una curva, saltó del tren, escapó a los disparos de los SS y al día siguiente fue rescatado por los estadounidenses. Volvió a Francia en junio de 1945 y le fue concedida la medalla Vermilion del reconocimiento francés y la Rosette de la Resistencia. También lo clasificaron como inválido a un 95%. Retomó su puesto como docente liceal pero, a causa de su estado físico, fue jubilado prematuramente en 1950.

También desarrolló actividades políticas como jefe de la SFIO en Belfort y fue parlamentario un par de meses hasta ser derrotado por su rival local, el radical de izquierdas Pierre Dreyfus-Schmidt que representaba al movimiento de la resistencia unificado y tenía como compañero de fórmula a un comunista. A raíz de esta derrota y atribuyéndolo a la oposición de su esposa, Rassinier no volvió a postularse.

Entonces aparece el Rassinier escritor en su faceta más tenebrosa: el mentiroso propagandista del negacionismo, la justificación del nazismo, el llamado revisionismo ultraconservador reivindicador de Hitler, Mussolini, Franco, el antisemitismo y el racismo xenófobo, el pseudohistoriador. Se declaró consternado al leer historias sobre los campos de concentración y las deportaciones que él consideraba inciertas. De la misma manera, le repugnaba la condena unilateral del Tercer Reich por crímenes contra la humanidad que, por su experiencia en Marruecos, él no consideraba únicos, y temía que los odios y enconos nacionalistas dividieran Europa. Insistía en la “pluralidad de los genocidios”, por ejemplo los bombardeos aéreos de británicos y estadounidenses sobre Alemania, y los crímenes que atribuía a los soviéticos.

El primer libro de Rassinier, Passage de la ligne, data de 1948. En él da su versión personal sobre Buchenwald y fue aclamado por los promotores de la Guerra Fría (según lo que parece una frase de autopromoción atribuible al autor sostenía que era “el primer testimonio escrito con calma y sangre fría, en contra de lo que reclaman el resentimiento, el odio idiota y el chovinismo”). Fue lectura recomendada por el sector de la SFIO que había sido colaboracionista en Vichy.

En su opera prima no solamente presenta una versión edulcorada del mundo concentracionario sino que derrama su odio anticomunista alegando que muchas de las brutalidades del campo fueron cometidas no por agentes de las S.S., sino por presos, en su mayoría comunistas, que asumieron la administración y dirigían los asuntos internos de los campos en su propio beneficio.

Su segundo libro, La mentira de Ulises (1950), critica las “exageraciones” y denuncia a autores tales como Eugen Kogon, quien había afirmado en L'Enfer organisé (1947) que el objetivo principal de la administración de los prisioneros del campo de Buchenwald era “mantener un núcleo de presos capaz de enfrentar a los S.S.” Rassinier replica que los presos de ese núcleo pensaban sólo en sí mismos y añade que los comunistas estaban tratando de salvar su propio pellejo tras la guerra: “tomando al asalto el banquillo de los testigos y con mucho griterío, evitaron ser acusados”.

Describe también sus visitas a Dachau y Mauthausen (financiadas por neonazis), observa que, en ambos lugares, obtuvo historias contradictorias sobre cómo se suponía que funcionaban las cámaras de gas y expresa por primera vez sus dudas sobre la existencia de dichas cámaras y niega que existiera una política nazi de exterminio.

La mentira de Ulises suscitó escándalo. Rassinier y su prologuista, el nazi francés Albert Paraz, fueron criticados y objeto de demandas, las que finalmente eludieron en 1955. Rassinier fue expulsado de la SFIO en 1951 y se vinculó a periodistas y medios anarquistas. Sin embargo, en 1964 se reveló en el curso de una demanda por difamación presentada por la comunista francesa Marie-Claude Vaillant-Couturier, que Rassinier había escrito artículos en la revista derechista Rivarol bajo el pseudónimo Jean-Paul Bermont, lo que le hizo perder muchos de sus contactos anarquistas.

Su degradación prosiguió y aunque se siguió manifestando como pacifista y anticapitalista se convirtió abiertamente en un propagandista del neonazismo. En 1961 publicó Ulysse trahi par les siens (“Ulises traicionado por los suyos”), una recopilación de discursos pronunciados en 12 ciudades de la República Federal Alemana tras la tercera edición de La mentira de Ulises.

El viaje había sido patrocinado por Karl-Heinz Priester, antiguo oficial de las S.S. y propagandista juvenil bajo la dirección de Goebbels (y colaborador de la CIA). Priester fue uno de los fundadores del partido neonazi alemán Deutsche Reichspartie (1950-1965). Rassinier también fue íntimo asociado de Maurice Bardèche (1907–1998), un crítico y ensayista neofascista que fue uno de los más notorios negacionistas franceses, racista, antisemita y xenófobo (su modelo no era tanto el Tercer Reich sino la efímera República de Saló, el estado títere de los nazis que Mussolini instaló en el norte de Italia, al que Bardèche consideraba un “fascismo purificado”).

En 1962, tras el juicio de Eichmann en Jerusalén, Rassinier publicó Le véritable procès Eichmann ou les vainqueurs incorrigibles (“El auténtico proceso Eichmann, o los incorregibles vencedores”), en el que condena los juicios a criminales nazis en Nuremberg y el del propio Eichmann. En 1965 denunció como una falsedad el segundo juicio de Auschwitz (las autoridades alemanas habían rechazado la presencia de Rassinier como testigo de la defensa de los nazis). Para este “pacifista” la continuación de los juicios por crímenes de guerra era parte de una estrategia sionista y comunista para dividir y desmoralizar a Europa.

En 1964, con Le Drame des juifs européens (“El drama de los judíos europeos”), Rassinier llegó a la conclusión de que nunca había habido una política de exterminio en el Tercer Reich. Criticó la obra de referencia de Raul Hilberg, La destrucción de los judíos europeos (1961), poniendo en entredicho la fiabilidad de los testimonios y la viabilidad técnica de los “supuestos métodos de exterminación”.

La obra teatral de Rolf Hochhuth El Vicario (de 1963) había puesto en cuestión el papel de Pío XII por su silencio ante el Holocausto (aunque todavía no se había conocido el que había jugado el Papa Pacelli antes de la Guerra impulsando el concordato con Hitler y después de ella para amparar a criminales nazis). Rassinier, ateo declarado, se agravió por la tesis de Hochhuth según la cual el Papa había guardado silencio mientras se exterminaba a los judíos de Europa, e interpretó la obra como una mera incitación a la división en Europa, al odio sectario anticatólico. El propagandista viajó a Roma y se le dio acceso a los archivos del Vaticano. La obra resultante, L'opération Vicaire (1965), era una defensa de Pío XII que ponía en tela de juicio las motivaciones de los críticos del papa. Rassinier demostraba que la oposición católica a Hitler salía favorecida de una comparación con el apoyo protestante al caudillo alemán, y llamaba la atención hacia las condenas de Pío XI al nacionalsocialismo antes de la guerra.

Rassinier continuó escribiendo entre 1965 y 1967, y su última serie de artículos, titulada Une Troisième Guerre mondiale pour du pétrôle? (“¿Una tercera guerra mundial por petróleo?”), fue publicada en La Défense De l'Occident entre julio y agosto de 1967. Su último libro fue Les Responsables de la seconde guerre mondiale (“Los responsables de la Segunda Guerra Mundial”).

Sería el historiador francés Pierre Vidal-Naquet (1930-2006) el encargado de derribar la imagen que Rassinier construyó y hacer la denuncia definitiva (e ilevantable) de su papel como mendaz negacionista, racista y xenófobo.

Robert Faurisson, el franco-británico negacionista del Holocausto, dijo que Rassinier era un auténtico revolucionario, un auténtico luchador de la resistencia y un auténtico deportado que amaba la verdad como esta debe ser amada: con fuerza y sobre todo lo demás. “Se notará –dice Vidal-Naquet– que ese elogio, con esa insistencia en el amor a la verdad que caracteriza a todos los falsificadores, no es exactamente el que ganará mis simpatías”.

Hay algo trágico en el destino de Paul Rassinier –dice Vidal-Naquet– no tanto por las discontinuidades en su carrera (de las cuales hay muchos ejemplos: Mussolini, Doriot) sino una falla en sus mismos comienzos. Lo que sucedió el día de su muerte (el 28 de julio de 1967) simboliza bastante bien su destino. En París el elogio en su funeral fue pronunciado por Bardèche; en Bermont, donde fue enterrado, por un miembro del grupo pacifista La Voix de la Paix. Las publicaciones de Rassinier no son el resultado de un “compromiso” heroico sino que en ellas se encuentra la voluntad de conjuntar una antología de los más estúpidos y gastados clichés del antisemitismo. En esa tarea fue ayudado con citas de un sionista extremista con inclinaciones insanas, Kadmi Cohen, afirma Vidal-Naquet. Rassinier está literalmente obsesionado por el tema de la conspiración judía internacional. La alianza entre judíos y comunistas es un elemento permanente de la política mundial. En 1950 –según Rassinier– Moscú, Tel Aviv y Varsovia forjaron una coalición contra una Europa renacida y el resultado fueron publicaciones como el Breviario del Odio de León Poliakov.

El orgullo de Rassinier radica en haber sido el primero en demostrar sistemáticamente que no hubo genocidio y en exonerar a los nazis de “los horrendos libelos de esa acusación”. Para él, el drama de los judíos europeos no son los seis millones de ellos que habrían sido exterminados como lo denuncian sino solamente el hecho de que hayan hecho esa denuncia. Los amigos de Rassinier están bien ubicados cuando afirman que lo que cuenta no son los sentimientos de un autor sino la validez científica de sus afirmaciones. En teoría –dice Vidal-Naquet– estoy de acuerdo con ellos.

No soy especialista en demografía histórica –continúa– pero soy capaz de seguir un argumento elemental. No diré nada sobre el número de los que desaparecieron, notando simplemente que de acuerdo con el informe de Richard Korherr (1903-1989) –inspector en jefe de la oficina estadística de las SS– hacia fines de marzo de 1943, más de dos millones y medio de judíos habían sido ya “evacuados”, lo que significa sin duda alguna que, en la mayoría de los casos, habían sido asesinados y que esa cifra no incluía a “las muertes ocurridas en la zona del frente” que podían incluir las víctimas de los Einsatzgruppen. Rassinier, por su parte, estima el número de bajas judías en un millón, más o menos. Pero ¿cómo razona?, se pregunta Vidal-Naquet.

La respuesta es que no razona, sino que sigue un argumento que consiste en citas inconexas de las fuentes más variadas y poco confiables. La clave del problema radica en la gran cantidad de judíos que vivían en Polonia, en los Estados Bálticos, en Ucrania, en Bielorrusia y en Besarabia: más de cinco millones de seres humanos. Para “salvar” en el papel a la mayoría de esos judíos del exterminio, Rassinier utiliza una sola fuente: un artículo de un periodista judío soviético, David Bergelson, que se publicó en el periódico en yiddish Die Einheit (5/12/1942) y que fue reproducido, según él, en el periódico alemán de Buenos Aires Der Weg, en enero de 1953, que afirmaba que la mayoría (el 80%) de los judíos de Ucrania, Lituania y Letonia habían sido salvados gracias al Ejército Rojo. Después, la cobertura geográfica es ampliada libremente a Polonia, Rumania, de modo que en los años 1941-1942 más de dos millones de judíos habrían sido evacuados a Asia Central. El manejo de las fuentes es típico de Rassinier. Esa fuente no vale nada y más bien parece un argumento propagandístico. De hecho no se sabe cuántos judíos podrían haber sido salvados por el ejército soviético. Como Rassinier tampoco sabía cómo hacer que cerraran las cifras que él daba por buenas hizo una sorprendente observación final: si 3.268.471 judíos que según él estaban vivos en 1945 no están en Israel ni en Europa, deben de estar en algún otro lado. Por ende, concluye que más de un millón de judíos que habrían sido conducidos a Asia Central, cruzando China y el Pacífico, deben haber llegado a los Estados Unidos entre 1945 y 1961. Como Rassinier hacía esa elucubraciones en 1963, adujo que Mao Zedong seguramente habría ayudado a esos judíos a abandonar la URSS y por lo tanto pronto aparecerían en América del Norte, en América del Sur e incluso en Israel. Con argumentos de este tipo Rassinier se sentía plenamente justificado para afirmar que el genocidio nazi “era la más trágica y macabra mentira de todos los tiempos”.

Como vimos, Rassinier no fue el único negacionista francés; pero junto con él estos especímenes vuelven a tomar vuelo en una Europa encrespada de xenofobia y racismo. Lo que sí es seguro es que él no ingresará al Panteón ni como resistente ni como víctima de los campos de concentración. Nunca podrá caber en el recuerdo que André Malraux profirió el 19 de diciembre de 1964 cuando los restos de Jean Moulin fueron ingresados en el panteón de los héroes:

“Como Leclerc entró en Les Invalides, con su cortejo de exaltación de sol de África y combates en Alsacia, entra aquí, Jean Moulin, con tu terrible cortejo. Con los que como tú murieron en las mazmorras sin haber hablado e incluso, quizás aún más atroz, habiendo hablado. Con todos los desaparecidos y rapados en los campos de concentración. Con el último cuerpo tembloroso de las terribles filas de Nacht und Nebel finalmente derribado a culatazos. Con las ocho mil francesas que no volvieron de los presidios. Con la última mujer muerta en Ravensbrück por haber dado asilo a uno de los nuestros. Entra, con el pueblo nacido de la sombra y desaparecido con ella -nuestros hermanos en la Orden de la Noche. [...] Escucha hoy, juventud de Francia, lo que fue para nosotros el Cántico de la Desdicha. Es la marcha fúnebre de las cenizas que entran aquí ahora. Junto a las de Carnot con los soldados del año II, las de Víctor Hugo con Los Miserables, las de Jaurés veladas por la Justicia, que descansen con su largo cortejo de sombras desfiguradas. Que hoy, juventud, puedas pensar en este hombre como si hubieras acercado tus manos a su pobre cara deformada del último día, a sus labios que no hablaron, pues ese día ésa era la cara de Francia”.

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