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A RAÍZ DE "ORIGEN" DE DAN BROWN

 Publicado: 05/09/2018

Materialismo y religión


Por Luis C. Turiansky


Todo empezó con la revolución industrial del vapor. Un ingeniero militar, Sadi Carnot (1796-1832), quiso saber cómo mejorar la eficacia de las calderas y tanto profundizó en el estudio empírico y su generalización, que formuló los principios básicos de la ciencia llamada termodinámica. El segundo de estos principios, el de entropía, tiene diversos enunciados, todos igualmente complicados. Pero cualquiera puede observar sus efectos en su casa, al comprobar que el café, al enfriarse, traslada su calor a la taza y ésta al ambiente circundante. Este fenómeno es irreversible y para mantener caliente el café será necesario añadirle más energía, poniéndolo de nuevo en la hornalla. La energía térmica pasa siempre de un objeto caliente a otro más frío y nunca al revés.

ENTROPÍA GENERALIZADA

Lo malo con la entropía es que, en este mundo superespecializado, las más variadas disciplinas han adoptado el término para expresarse en forma metafórica según sus propios menesteres. Si originariamente la palabra se acuñó para la termodinámica, hoy aparece también con diversos sentidos, no siempre apropiados, en computación, economía, sociología, biología y cuanto se nos ocurra.

Frente a este galimatías, el biofísico Jeremy England, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, EE.UU., parece haber preferido eludir dicho concepto tan profanado llamando a la teoría que publicó en 2013, en forma tajante y llana, Dissipation-driven adaptive organization, lo que puede traducirse como "Organización adaptativa inducida por la dispersión". En ella sostiene que el fenómeno de dispersión de la energía térmica en el universo habría conducido a que la materia se organice en estructuras cada vez más complicadas, que absorben más energía y la trasladan al entorno, hacia los confines del espacio en expansión, aumentando con ello el grado de entropía. La materia viva es especialmente eficaz en este sentido, por lo que pudo haber surgido como una consecuencia natural.

En ello se inspira el célebre escritor norteamericano Dan Brown, autor, entre otros títulos de éxito, del célebre "Código de Da Vinci", de 2003. En su nueva novela,[1] nuevamente entran en juego las fuerzas conservadoras de la Iglesia Católica, pero el solo anuncio del "futurólogo" Edmond Kirsch, de que dará a conocer públicamente, en una especie de concierto gigantesco en el Museo Guggenheim de Bilbao, un descubrimiento suyo que acabará con las religiones, siembra el pánico en el seno de las tres religiones monoteístas mundiales.

¿Hasta qué punto son estas predicciones fundadas? ¿Puede un descubrimiento científico acabar con la religión?

LA VIDA COMO RESULTADO DE LA ORGANIZACIÓN DE LA MATERIA

El tema del surgimiento espontáneo de la vida a partir de la materia inanimada ("abiogénesis") no es nada nuevo en el mundo de las ideas. Aun aceptando un "primer soplo" semejante al Big Bang que habría dado nacimiento a nuestro universo, es común pensar que el resto prosiguió por su cuenta, según las leyes de la evolución. El tema controvertido es, pues, el origen. De ahí el título del libro que nos ocupa.

De pronto, en el racional siglo XIX, tras el descubrimiento de formas de vida microscópicas y sobre todo gracias a la obra monumental de Louis Pasteur, el concepto de "germinación espontánea" fue aborrecido y enviado al basural de la historia. Ya no más la suciedad en sí sería la causa de las enfermedades, sean sus responsables los gérmenes que en ella viven y se reproducen.

Como corolario, se diría que la cuestión del origen natural de la vida quedaba definitivamente descartada, pero algunos tercos siguieron buscando, a la par con los enormes progresos alcanzados en el campo de la química orgánica. Un cura moravo (¡qué paradoja!) de nombre Gregor J. Mendel sienta entonces las bases de la genética.

Los filósofos siguieron haciendo su trabajo, pero ellos no son capaces de encontrar las pruebas necesarias en apoyo de sus teorías, esto es la tarea de la ciencia. El "materialismo dialéctico" de Marx y Engels, por ejemplo, se basó en los elementos proporcionados por la ciencia de su tiempo. Hoy en día, a la luz de los descubrimientos que aparecen en todos los campos, sus enunciados probablemente serían algo diferentes.

En sus referencias históricas, Dan Brown omite mencionar los trabajos del soviético Alexander Oparin y del británico John Haldane, que desde 1920 dedicaron separadamente grandes esfuerzos para lograr en laboratorio la síntesis de la materia viva, reproduciendo las condiciones que se suponía habían reinado en la Tierra hace muchos millones de años. En el caso de Oparin, desde luego, su trabajo estuvo marcado por el interés ideológico del régimen soviético. Pero indiscutiblemente fue un pionero de la investigación seria en este campo, inspirando a los especialistas que le sucedieron.

Como sea, hasta hoy nadie ha logrado hacer surgir la vida del "caldo originario", preparado con esmero, pero no obstante se han podido sintetizar algunos "ingredientes" indispensables: aminoácidos, albuminoides, ácidos nucleicos y otras tantas sustancias misteriosas. Este proceso culminó en 1953, cuando James Watson y Francis Crick publicaron la estructura helicoidal doble del "ácido desoxirribonucleico" o ADN, verdadero algoritmo de la vida. Se puso así en marcha la revolución genética, gracias a la cual puede ser que pronto tengamos la noticia de la creación en laboratorio de materia viva.

Tanto más por cuanto actualmente el estudio del origen de la vida está directamente vinculado al desarrollo tecnológico y, en consecuencia, al de la economía. Por lo tanto, no sería de extrañar que, finalmente, se le favorezca con fuertes inversiones.

Esto es lo que explica el impacto periodístico y literario alcanzado por la teoría del joven investigador Jeremy England. Sobre todo porque se formula en el momento oportuno trayendo al tapete algo nuevo: ya no se trata únicamente de las condiciones reinantes en momentos en que la organización de la materia habría pasado en la Tierra a la fase de materia viva, sino que además se ajusta a determinadas leyes físicas que hasta hoy tienen validez.

Sin embargo, el propio England insiste en señalar que lo suyo no pasa de ser una teoría, atractiva y convincente por cierto, pero que todavía no se ha probado en la práctica. Pese a ello, algunos celebran ya el caso como un hito en la historia de la ciencia. Por ejemplo, el escritor Santi Tafarella, en Prometheus Unbound ("Prometeo desencadenado", 27.1.2014), compara a England con Charles Darwin y su teoría del origen de las especies.

El materialismo, al pasar del terreno de la filosofía al de la ideología y la política, se ubica naturalmente en oposición a la religión, fundando sus esperanzas en que, una vez aclarados los grandes dilemas actuales del conocimiento, esta desaparecería por sí sola. Quien esto escribe considera ilusorio este punto de vista. Al fin y al cabo, tanto Darwin fue hasta su muerte un anglicano practicante como es England hoy un judío ortodoxo. Muchos hombres de ciencia contemporáneos han confirmado que su pasión por la verdad científica no se riñe con su fe.

¿EL FIN DEL "OPIO DEL PUEBLO"?

Es un hecho que, en los círculos científicos, creyentes de diversa confesión y ateos pueden convivir perfectamente y hasta colaborar en proyectos comunes sin que se produzca el menor conflicto. Pero hoy el mundo está plagado de fundamentalismos y guerras santas, de ahí que un relato bien escrito y rico en detalles aparentemente científicos sobre una conspiración destinada a impedir la demostración de que la religión es un engaño tiene el éxito asegurado. Pero fundamentalismos hay muchos y también los hubo y hay en el campo del ateísmo.

Al comienzo, el rechazo de la religión por parte de los movimientos sociales de inspiración anarquista y socialista, estaba dirigido sobre todo a la política de la jerarquía religiosa y su manipulación de las conciencias, y no tanto al fondo espiritual de la religión. Fue expresión de libertad y no de proselitismo ateo. "La religión es el opio del pueblo" es una frase de Karl Marx que suele citarse, pero que, en todo caso para los fumadores de opio, naturalmente carece de sentido peyorativo [2].

En un tiempo, en un país de fuerte tradición católica como lo es Italia, era común ver en las paredes de los hogares humildes, colgados uno al lado del otro, los retratos de Cristo y de Lenin o Stalin. Sería presunción achacarles falta de cultura política, cuando el propio Marx, junto con Friedrich Engels, criticaron también, en "La ideología alemana" (1846), el hecho de que la misma "se limita a la crítica de las ideas religiosas y considera los productos de la conciencia como las verdaderas ataduras de los hombres y por ello al combatir solamente las frases de este mundo, no combaten en modo alguno el mundo real existente" (Ed. Progreso, Moscú). Posteriormente, sin embargo, en la época en que primó la visión dogmática del marxismo, la frase sobre el "opio del pueblo" se convirtió en una consigna que debía aplicarse al pie de la letra.

En el otro bando, conocidos son los golpes recibidos por los dogmas religiosos a través de la historia: Copérnico, Galileo, Darwin, entre otros, demolieron una tras otra las visiones del mundo basadas en la interpretación textual de las Sagradas Escrituras. Resultó que los dinosaurios no eran humoradas de Dios ni dragones que Noé olvidó embarcar en su arca, sino grandes reptiles prehistóricos que realmente existieron. La antigüedad de las capas geológicas en las que fueron hallados sus restos demostró que el mundo era mucho más viejo de como dice la Biblia. Para peor, los paleontólogos encontraron fósiles de primates que no eran ni monos ni seres humanos, por lo que recibieron el nombre de pitecántropos (hombres-monos). Hoy sabemos que la humanidad en su conjunto procede de una especie de homínidos africanos llamada Homo Sapiens ("hombre sabio").

Pero la Iglesia ha sabido adaptarse al progreso del conocimiento humano. Reconoció la redondez de la Tierra y aceptó que esta y los demás planetas giran en torno al Sol y no al revés como afirmaba. Asimismo, adujo que el tiempo descrito en la Biblia es distinto del tiempo real y que muchas de sus afirmaciones tienen valor puramente metafórico. Pero sin ceder por ello un ápice en cuanto a la esencia espiritual de su doctrina.

¿Cómo se explica esta contradicción? La religión aparece allí donde el conocimiento racional no basta. El hombre primitivo, aterrado por los fenómenos inexplicables de la naturaleza, concedió a los elementos poderes mágicos y optó por ganarse su benevolencia mediante ritos de subordinación y sacrificios, dando origen al llamado "animismo". En el curso de la historia, estas fuerzas simbólicas se transformaron en seres llamados dioses y, finalmente, la unidad del Estado condujo a la concentración del poder espiritual en una sola entidad divina, ya sea reconvirtiendo uno de los dioses existentes (como el viejo dios del sol Ra convertido en Amon Ra, deidad única venerada durante un breve período en el Antiguo Imperio Egipcio), o consagrando a la divinidad representativa de la tribu triunfante, tal el caso de Jehová, más tarde Dios de los cristianos y Alá de los musulmanes.

Pero nunca llegaremos a conocer toda la realidad. De ocurrir, la misma ciencia desaparecería. Vale el aforismo: "Entre lo que no sabía Einstein y lo que no sé yo no hay casi diferencia". Ese inmenso espacio oscuro de la realidad que nos escapa es el terreno que ocupa la religión y probablemente seguirá ocupando.

Si la teoría del Big Bang ha acabado con la infinitud del tiempo, no es lo único que hace tambalear hoy los asideros de la física tradicional. Desde la formulación de la mecánica cuántica de Max Planck (1900) y el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg (1925), la ciencia ha entrado a un terreno en el cual la medición de los fenómenos de la naturaleza, especialmente en el campo de las partículas subatómicas y del espacio cósmico, se convierte esencialmente en un problema de estadística. El propio Einstein, de espíritu racional, no lo entendió y creyó que sus colegas se sobrepasaban, de modo que llegó a comentar con sarcasmo: "Dios no juega a los dados". Sin embargo, es la mecánica cuántica la que ha triunfado y permitido los portentosos adelantos actuales de la tecnología.

El Big Bang y la pérdida de la certeza en la observación de la materia a escalas extremas (lo infinito y lo infinitesimal) se acomodan perfectamente con la idea de un ser superior que todo lo maneja. Fuimos más bien los materialistas los que tuvimos que tragarnos ese duro bocado.

Por su parte, la biología moderna trata los mecanismos de la selección natural en la evolución de las especies con mayor liberalidad que como lo veía Charles Darwin. El factor azar interviene en mayor medida y las mutaciones ya no se consideran reacciones de adaptación de los individuos a los cambios del medio ambiente sino errores fortuitos del sistema de replicación del ADN, que posteriormente permitirán triunfar a los mejor adaptados.

Dice el biólogo francés Jacques Monod (1910-1976) en su brillante obra "El azar y la necesidad":

"Pero una vez inscrito en la estructura del ADN, el accidente fortuito que, como tal, esencialmente no se puede prever, será mecánica y fielmente replicado y traducido, o sea multiplicado y trasladado a millones y miles de millones de ejemplares. Proveniente del reino del azar puro, entra así en el de la necesidad y de las certidumbres más implacables. Puesto que será a escala macroscópica de todo un organismo que la selección tendrá lugar"[3]

.

A veces hasta parecería que la naturaleza se mofa de nosotros. Por ejemplo, gracias a la serie de divulgación de Carl Sagan "Cosmos, un viaje personal" (1980), adquirió celebridad una variedad de crustáceo del Japón llamado "cangrejo samurai o Heike" (Heikeopsis japonica). El bicho presenta en la coraza un dibujo que recuerda un rostro humano, más exactamente el de un antiguo guerrero japonés. En 1952, el biólogo británico Julian Huxley (quien fuera también el primer Director General de la UNESCO entre 1946 y 1948) expuso que el fenómeno podría estar relacionado con la acción del hombre, puesto que desde tiempos inmemoriales los pescadores devuelven al mar los ejemplares así marcados, por superstición y en consideración a la leyenda dedicada a los Heike, una estirpe guerrera cuyos últimos individuos, al perder una batalla, se lanzaron al mar para no caer prisioneros, lo que luego alimentó la leyenda de que se habían convertido en cangrejos. De tal suerte, los cangrejos con este dibujo se salvan de la sartén y pueden reproducirse sin estorbos, para triunfar en la selección[4].

En principio todo lo que no tiene explicación lógica puede atribuirse a fuerzas sobrenaturales (o extraterrestres, según los gustos, si nos atenemos a las teorías en boga que atribuyen a la vida un origen cósmico). Un materialista dirá que lo inexplicable se debe a causas naturales todavía sin conocer, mientras que un creyente pensará que detrás de los misterios está la voluntad de Dios. Seguirán cada uno por su propia senda, pero puede ser que lleguen a las mismas soluciones de los problemas planteados.

En consecuencia, en el mundo actual son el fanatismo y las guerras religiosas lo que hay que extirpar, pero no necesariamente la religión como tal.

[1] Origen, en español por Editorial Planeta, Madrid, 2017.

[2] La frase completa, tomada de "Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel" (1844), dice así: "La miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, y también es el espíritu de situaciones carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo" (Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2005, pág. 50). Aquí se ve claramente cómo, al sacar una frase de su contexto, muchas veces se desvirtúa.

[3] Jacques Monod, Le hasard et la nécessité, Éditions du Seuil, París, 1970, pág. 135 (traducción propia).

[4] El propio dibujo se fue perfeccionando, probablemente también gracias a esta intervención humana. Sin duda el pescador se volvía más exigente y, presionado por el ritmo del trabajo, no salvaba a los ejemplares con retratos menos llamativos o "mal hechos". En consecuencia, los ejemplos que se divulgan hoy son de un realismo asombroso.

Un comentario sobre “Materialismo y religión”

  1. Excelente artículo nos llama la atención sobre una novela que no podemos dejar de leer, por ser cuestionadora de conceptos muy arraigados y ser al mismo tiempo cautivante y muy amena. El artículo nos da elementos para reflexionar sobre los misterios de la vida y su relevancia práctica.

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