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CONOCIMIENTO, INNOVACIÓN
Uruguay y su difícil camino al desarrollo
Por José Luis Piccardo
En el arranque de su historia independiente, los pueblos latinoamericanos fueron herederos del retraso de las potencias colonialistas que llegaron a esta parte del planeta, y por esa y otras razones ingresaron tarde y con desventajas al reparto mundial del poder económico y político. Sin embargo, hacia el final del siglo XIX, Uruguay se equiparó en su producto a países que posteriormente lo superaron. Naturalmente que crecimiento no es lo mismo que desarrollo, el cual comprende un conjunto de factores que hacen al bienestar colectivo y que no se explica solo por la capacidad de generar riqueza.
De todos modos, la comparación entre naciones con similares niveles de desarrollo económico y productivo desde mediados del siglo pasado da cuenta del progresivo rezago de Uruguay, como lo ilustra el gráfico elaborado por “Rebasing Maddison”, versión 2018, “comparaciones de ingresos y la forma de desarrollo económico a largo plazo”, incluido en el libro del economista Ricardo Pascale Del freno al impulso. Una propuesta para el Uruguay futuro.[1] El cuadro da cuenta de la evolución del PIB (producto interno bruto) per cápita de Uruguay y varios países con los que se asemejaba en ese indicador: Finlandia, Australia, Nueva Zelanda y Singapur. En el gráfico, PPA (paridad del poder adquisitivo) representa la cantidad en moneda de un país para adquirir una canasta de bienes y servicios equivalentes en las economías que se pretende comparar.
Uruguay tuvo un largo estancamiento, alcanzando el mayor ritmo de crecimiento de las últimas décadas luego de la crisis de 2002, entre 2004 y 2016, para luego enlentecerse y volver, con leves altibajos, a su trayectoria histórica.
Para achicar esa brecha en materia de crecimiento, muchos entienden que es imprescindible que Uruguay diversifique las exportaciones, lo que requerirá transformaciones en la matriz productiva. El acotado número de bienes y servicios que el país ofrece expresaría ese hándicap. Flavia Rovira, investigadora del Cinve (Centro de Investigaciones Económicas), opina que la lenta evolución del crecimiento del país “es un reflejo de la baja complejidad de la economía”.[2]
El índice de complejidad económica (ICE) se basa en la idea de que una economía que produce bienes y servicios complejos y diversos es más resiliente y tiene más potencial para el crecimiento a largo plazo que una economía que depende de un número limitado de productos o sectores. Según Pascale, el concepto de complejidad económica es “una medida de la intensidad relativa de conocimiento de una economía medida en los productos que exporta”.[3]
Justamente, la llamada Economía del Conocimiento se relaciona con el logro de mayores niveles de productividad y competitividad. Se basa en la idea de que el conocimiento es una fuerza productiva en sí misma, y que el aprendizaje continuo, la innovación y la investigación son fundamentales para el crecimiento sostenible a largo plazo. Los avances en I+d+i (investigación, desarrollo e innovación) son condición del crecimiento sustentable económica, social y ambientalmente, aunque hay diferentes visiones (objetivos, rumbos, priorizaciones, énfasis) sobre cómo avanzar en esa dirección.
Pese a tener desde hace años el PIB per cápita más alto de Latinoamérica, Uruguay destina pocos recursos a la ciencia, la tecnología y la innovación -lo que se viene reiterando en cada presupuesto desde hace décadas-, existe un vínculo insuficiente entre la academia y la producción, y es bajo el nivel promedio de innovación de las empresas, todo lo cual repercute negativamente en la productividad. En innovación, Uruguay está en el puesto 69 en un total de 131 países, siendo superado por algunos de la región. La proporción de investigadores en la población económicamente activa era, en 2016, más de diez veces menor que en Australia, Nueva Zelandia, Finlandia y Corea del Sur, en términos relativos.[4]
En la apuesta a la producción con incorporación de conocimiento radican, en gran medida, las diferencias en desarrollo, aunque el crecimiento no lo explique todo: no es proporcional a la equidad, o sea, a una distribución de la riqueza que permita el acceso del conjunto de la sociedad a los frutos de ese crecimiento. Según el exministro Danilo Astori, “las fuentes primarias” de la desigualdad “nacen donde, como y cuando se produce y no cuando se distribuye”.[5] El crecimiento económico sustentable y con avances en la equidad no se logra sin políticas públicas con determinada orientación, lo que, según muestra la experiencia universal y también la de Uruguay, requiere un fuerte protagonismo del Estado, no en contraposición al mercado, sino buscando una relación entre ambos que abra caminos a la inversión, el crecimiento y la distribución. Las ideas diversas sobre la relación Estado/mercado expresan un aspecto importante de la diferencia entre izquierda y derecha, más allá de los múltiples matices que existen dentro de ambas tendencias.
Fortalezas
Pese a los rezagos en su crecimiento, Uruguay ha tenido avances importantes en diversos planos, incluso en ciencia, tecnología e innovación. Entre las que podrían considerarse nuevas áreas de posibilidades para el país, hay que destacar a la industria del software, transformada en una de sus principales actividades exportadoras. En la agropecuaria -principal fuente de divisas a lo largo de la historia- se avanzó mucho desde la década pasada en la incorporación de conocimiento. Otro tanto cabe destacar en la agroindustria. Sería erróneo contraponer la diversificación productiva a los esfuerzos para avanzar en la producción relacionada a los recursos naturales y las ventajas comparativas que ellos otorgan al Uruguay. Asimismo, el país ha demostrado capacidades con relación al turismo y los servicios globales, como los jurídicos y financieros, en información y comunicaciones, o en áreas de tanta proyección como la biotecnología.
Hay valiosos aportes al desarrollo del conocimiento por parte de la Universidad de la República, así como de otras instituciones públicas y privadas, y a partir de la década anterior se dio un salto importante en la construcción de institucionalidad relacionada a la ciencia, la tecnología y la innovación. Entre las contribuciones elaboradas desde el Estado se destaca, por su ambicioso horizonte, Estrategia de Desarrollo 2050, documento de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), de 2019, que propone caminos para el desarrollo sostenible, basado en la articulación de más de veinte estudios prospectivos realizados desde 2015 y en los que participaron más de 2000 técnicos y referentes de los ministerios.[6] Hay asimismo otros aportes con distintos enfoques sobre estrategia de desarrollo provenientes de centros de investigación privados.
En otro orden, aunque inseparable del concepto de crecimiento con justicia social, Uruguay está entre la veintena de democracias plenas del mundo, posee una sólida institucionalidad -que en estos momentos, por notorias circunstancias, los actores políticos, sociales y jurídicos deberían cuidar especialmente en tanto valor superior de la República- y exhibe un conjunto de parámetros que contribuyen a posicionarlo como la nación con mayor desarrollo humano en la región, donde también se destaca por haber logrado desde hace años la mejor distribución de la riqueza, con las limitaciones anotadas.
Rezagos
Lo esbozado en los párrafos anteriores, que constituye una auspiciosa base para la superación, no implica desconocer, como ya se señaló, que Uruguay está lejos de ser un país desarrollado. Tiene problemas estructurales que, desde hace décadas, le impiden, entre otras cosas, avanzar más rápidamente en el combate al núcleo duro de la pobreza -en torno al 10%, con vaivenes-, o en la eliminación del déficit de vivienda y otras necesidades básicas a las que no accede un porcentaje considerable de la población. El bienestar colectivo no alcanza a una parte importante de la sociedad; hay baja movilidad social; le ha resultado difícil al país mantener la desocupación en tasas consistentes por debajo del 10%; hay subocupación, con una informalidad que si bien es la menor de América Latina, no baja del 20%, lo que refleja las dificultades de empleo, tanto respecto a su calidad como al nivel de las remuneraciones, en especial entre los jóvenes, las mujeres y las personas con baja escolaridad.
Desafíos
El desafío de achicar la brecha con el primer mundo implica una carrera contra el tiempo, porque el vértigo contemporáneo no da tregua. Según el referido estudio de la OPP, hay cinco megatendencias que marcan el contexto del Uruguay del futuro: revolución tecnológica, cambio demográfico, concentración económica, cambio climático y crisis ambiental, y cambio cultural.
La era digital, en tanto se caracteriza por un impresionante desarrollo de la inteligencia artificial y la robótica y por avances científicos y tecnológicos sin precedentes, está transformando la forma en que las personas interactúan, trabajan y viven. Es en este mundo que Uruguay deberá encontrar su lugar.
No sería lógico pretender que el país pueda fabricar (inventar, diseñar y agregar mucho más conocimiento) a artículos como los dispositivos informáticos o los autos. Pero también a partir de su principal recurso natural, la agropecuaria, está lejos del rendimiento que logran algunos países con los que cabría la comparación, dos de ellos incluidos en el gráfico publicado al comienzo. No es por el tipo de cambio o las tasas de impuestos -aunque estos factores incidan en la rentabilidad- que Uruguay no logra producir más e incorporar más valor a su producción de bienes y servicios. Tampoco tiene la “culpa” de ser tomador de precios internacionales de sus principales y tradicionales rubros exportables.
Según Pascale, la lenta evolución de la Productividad Total de los Factores (PTF), que es la diferencia entre la tasa de crecimiento de la producción y la tasa media de crecimiento de los factores utilizados para obtenerla, “se explica por la severa aversión al riesgo y por el escaso uso del conocimiento”. Insiste en que “la innovación es la base para impulsar la productividad”.[7]
Está ampliamente aceptado que Uruguay deberá aprovechar cada vez más y mejor sus recursos naturales y su experiencia productiva, incluyendo rubros como el software y varios servicios que tienen una trayectoria más reciente. El futuro dirá qué otras áreas podrán desarrollarse y encontrar lugar en cadenas de valor y en el comercio internacional. La expansión de la forestación abrió vastas posibilidades. No puede saberse todavía cuánto podrán desarrollarse esa y otras actividades, ni cómo lograrán una inserción en plataformas que incluyan trabajo realizado en varios países, con intercambio de conocimiento. Al aludir a esas plataformas de valor, Astori habla de “la articulación y la superposición de actividades, sin límites claros entre ellas y con labores compartidas”.[8] Se revalorizará la transversalidad y la complementación que se gesta en cadenas de valor, que se desarrollarán cada vez más por encima de las fronteras nacionales y en el vasto escenario global. La complejidad del mundo actual deja atrás tradicionales criterios sobre la realización (producción, comercialización y consumo) de bienes y servicios, así como el intercambio de saberes. Uruguay deberá asumir y proyectarse hacia el futuro en estas nuevas condiciones.
El proceso hacia el desarrollo -se lo conciba priorizando sectores específicos, como creen algunos, o focalizado en misiones,[9] según enfatizan otros- será el gran desafío hacia el crecimiento con equidad social y de género, y sustentabilidad ambiental.
Más allá de diferencias sobre cómo concebir los caminos al desarrollo, hay coincidencias extendidas en cuanto a que el crecimiento de la producción, el desarrollo humano -que abarca múltiples aspectos- y la necesidad de afrontar adecuadamente el desafío ambiental reclaman la coordinación de las políticas de educación, investigación, tecnología e innovación “en el nivel estratégico nacional”, según lo expresa Pascale. Una coordinación harto difícil, tanto por su complejidad como por la diversidad de visiones políticas.
El conjunto de factores que hacen a la construcción del desarrollo requieren una política de inserción internacional que contemple los intereses del país mediante la apertura al mundo, aunque también esta es concebida de diferente manera según las concepciones de economistas, especialistas y políticos. En general, se acepta que la apertura es fundamental para un país como Uruguay, al tiempo de fortalecer el bloque regional que integra -también sobre esto hay posturas y énfasis diferentes-, en un mundo cada vez más competitivo y con potencias que son cada vez más proteccionistas.
En fin, es infinitamente más fácil decir (escribir) lo que aquí se intentó esbozar, que avanzar por el camino al desarrollo sustentable, más aun en esta época compleja, con tantos factores imprevisibles y con poderes fácticos que están por arriba de los Estados en medio de un orden internacional (“desorden”, prefieren llamarlo muchos) que multiplica las desigualdades y las inequidades y hace muy dificultosos los avances para países como Uruguay. De todos modos, más vale que se haga el intento y que mediante un amplio consenso se construya una estrategia nacional, más allá de intereses sectoriales. Sin embargo, dado que estos intereses existen, sean sociales o políticos, ideológicos o por conveniencias circunstanciales, este camino estará permanentemente puesto a prueba.