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AMISTADES PELIGROSAS

 Publicado: 05/04/2023

“Los espíritus de la isla”: falsa disyuntiva entre el legado y lo simple de las cosas


Por Andrés Vartabedian


Una amistad de muchos años, quizá de toda la vida, termina abruptamente. Uno de los dos hombres involucrados en ella decide ponerle fin, sin previo aviso ni suceso desencadenante a la vista. Esta vez, Colm no sale de su casa. Como todos los días, Pádraic lo ha pasado a buscar para ir al pub, sin embargo, en esta oportunidad, no obtiene respuesta. Para mayor extrañeza de Pádraic, Colm se encuentra dentro, fumando como es habitual; simplemente no le responde, ni siquiera lo mira cuando aquel se asoma por la ventana. Al rato, alentado por el dueño del pub al que concurren habitualmente, Pádraic volverá e insistirá; mismo resultado. La sorpresa y el misterio se incrementan.

Es 1923 y nos encontramos en Irlanda, en una pequeña y bella isla de la costa occidental de aquel país, un país sumergido en guerra civil, aunque de esto y sus motivos saben poco nuestros protagonistas. Frecuentemente, pero a lo lejos, se escuchan detonaciones diversas. La guerra civil es una referencia en las noticias y en el horizonte, nada de que preocuparse. Tal vez para nosotros sea una señal de algo de lo que está por suceder. El que la guerra sea civil, que sea entre los propios irlandeses, parece no ser un dato menor.

En cuanto a signos y señales, la presencia de una mujer asimilable a una banshee (el título original del filme es The Banshees of Inisherin, “las banshees de Inisherin”) entre los personajes que rondan el pueblo tampoco es una información soslayable. En el folclore irlandés, las banshees son espíritus femeninos que, a través de gritos o llantos, anuncian a alguien la muerte de un pariente cercano. Por extensión, podemos hablar de alguien caro para dicha persona. Se las considera hadas o mensajeras del otro mundo. Para el caso, podríamos compararla con las brujas macbethianas, señaladoras del destino.

A pesar de estos pronósticos, algo lúgubres, en principio, el filme presenta un tono de comedia, podríamos decir; de comedia negra, tal vez. De todos modos, una de sus principales facetas es el contraste, la alternancia permanente entre momentos de humor y momentos dramáticos. Hay quienes consideran esto como parte del haber de la película; para este comentador, ni uno ni otro tono son lo suficientemente eficaces. Sin embargo, funcionan como el canal por el que se desplaza Los espíritus de la isla.

En este devenir, los dos amigos también contrastan: en edad, Colm (Brendan Gleeson) es, al menos, una generación mayor que Pádraic (Colin Farrell); en instrucción, Colm parece ser bastante “más leído” que Pádraic, además de contar con formación musical y tocar el violín; en el sentido que le otorgan a la vida, por lo pronto a partir de ese momento.

He aquí el punto neurálgico del conflicto: Colm ha comenzado a sentir que no puede perder más el tiempo en nimiedades, que necesita construir lo que será su legado; para ello ha decidido dejar de vincularse con Pádraic, a quien considera “aburrido” y con quien no puede sostener, ni siquiera, conversaciones interesantes. La trascendencia es algo que parece estarle vedado a su “examigo”, por lo tanto, no quiere, no debe -así lo siente- malgastar la vida que le queda por delante en horas compartidas con alguien que no le puede aportar nada a la memoria que desea construir. Le interesa reflexionar y componer; en términos de posteridad, tal vez asemejarse a Mozart. El arte es perdurable, no así la bonhomía, por ejemplo, que permanece en el recuerdo únicamente de nuestros seres más cercanos y por poco tiempo.

Dado que Pádraic no comprende este repentino cambio, no está de acuerdo con él, no llega, siquiera, a creérselo, insistirá una y otra vez en retomar su amistad, para lo que empleará distintas técnicas, estrategias. Esto no traerá nada bueno consigo: Colm enfatizará su decisión y tomará otras, mucho más drásticas, intentando que Pádraic lo entienda definitivamente. No hay posibilidad de dar marcha atrás.

El mismo Pádraic, un tipo básicamente bueno, simple, cariñoso con los animales, amable y respetuoso con todos, comenzará lentamente a destemplarse y a tomar medidas a partir de la tristeza y el despecho que le comienzan a ganar el cuerpo. Lo pacífico y apacible del paisaje también contrastará con la agitación interior de esos seres, cuyos actos comenzarán a ser perturbadores.

Los espíritus de la isla, sin dejar de ser compasiva con sus habitantes, hablará de esta especie de violencia normalizada (el policía del pueblo es un ser bastante desagradable, corrupto y prepotente, sin embargo, nadie osa contestarlo; el cura se muestra homofóbico, pero sigue siendo una referencia; el ser más inocente y tierno resulta ser el “tonto” del pueblo...), de masculinidades construidas tóxicamente, de soledades y depresión, de cierta irracionalidad de los seres humanos, de su terquedad y su ira, del ego mal entendido.

Todo esto suena realmente importante, es así. Sin embargo, quizá en ello radique uno de los mayores problemas de estos espíritus de la isla: solo “suena” importante. La película de Martin McDonagh no logra convencernos de que esto es verdaderamente importante, no logra atravesarnos el cuerpo con esa certeza, se presenta como una impostación, de alguna manera resulta sentenciosa, busca ser importante, decir cosas importantes, pero, la emoción que viven y sufren esos personajes no atraviesa la pantalla. La lucha entre lo trascendente y esencial y lo vano, efímero, fútil y trivial no nos pesa en el cuerpo, no se corporiza en nosotros. El asumir que es una falsa dicotomía, tampoco. Y es realmente una pena que no lo logre.

Una pena por esos personajes queribles que van apareciendo aquí o allá; pena por las contundentes caracterizaciones de sus actores principales; por la atmósfera que logra generar McDonagh a través de ese sitio encantador tan bellamente fotografiado, cargado de paisajes plenos de pesada bruma, ancho y hondo mar, verdes praderas, piedras eternas y acantilados infinitos; pena por el logrado tono melancólico e inquietante de su banda sonora...

Pena por comprobar, una vez más, que no siempre las partes logran conformar el todo.

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