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VADENUEVO DE COLECCIÓN: DEL NÚM. 103 (ABRIL DE 2017). UN AÑO MÁS. NADA MÁS.

 Publicado: 05/04/2023

Genocidio por 102


Por Andrés Vartabedian


Los niños lloraban hasta morir, los hombres se tiraban contra las rocas, las madres arrojaban a sus hijos a los arroyos, las mujeres embarazadas se arrojaban al Éufrates cantando. Murieron todas las muertes de la Tierra, las muertes de todos los tiempos.

Armin Wegner – Carta abierta a Woodrow Wilson

1.

La larga mentira se inció hace 102 años. La mayor parte de los que la llevan adelante la llaman “Genocidio Armenio”. Mis abuelos son algunos de los que colaboraron con ella durante buena parte de este tiempo. En Adaná -hoy Turquía-, donde nacieron, nunca atacaron a los armenios. Ellos no perdieron a su familia -la mía, por ende- ni la madrugada del 24 de abril de 1915, cuando dicen que arrestaron y mataron a los intelectuales, ni entre los soldados armenios del Imperio Otomano, a los que -también dicen- utilizaron como mano de obra antes de eliminarlos, ni durante las inexistentes “deportaciones” a través del desierto.

Ellos -mis abuelos- nunca estuvieron allí, como contaban; tampoco sus familiares. Tal vez nunca sepamos ya por qué dejaron de verlos, por qué llegaron hasta aquí sin parentela ni pertenencias, únicamente con amor para dar y brazos para la labor. Dudamos hasta de que hayan nacido en territorio otomano.

Siempre me pregunto por qué los armenios, después de 102 años, continúan mintiendo; por qué mi abuela contaba estas cosas en aquel español entreverado que -desconozco el motivo, decía- nunca pudo aprender bien: “Familia, mi papá, mi tío, tre tío, papá, un hermano... se fueron. Nosotro, yo, mi hermano, otro chico más, mi abola, mi mamá, va ir, porque dejan caminar. Usté adonde camina no poede cansar, moere allá, hambre. Camino murís. Alguno tiene chiquiline y... no podía upa caminar, dolía pierna, chiquiline dejaba allá; ella se vaba, chiquilín moría solo, hambre, llora... Y todo se fueron”.

Probablemente, según el Estado turco, yo no sea quien soy ni haya nacido en Uruguay.

2.

En 2015 escribí un artículo para Vadenuevo cuyo título establecía Mis abuelos nunca lo llamaron genocidio. Y fue así. No creo recordar que alguna vez hayan mencionado esa palabra. No existía en 1915 ni en años posteriores, mientras sufrían con los suyos. Lo atroz sí existía. Continúa existiendo. Y hoy, lo atroz se nombra así: genocidio.

El 9 de diciembre de 1948 fue aprobada, por unanimidad, la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio en el seno de la Organización de Naciones Unidas (ONU). La misma surgió luego de varias discusiones, deliberaciones y polémicas al interior de la ONU después de los genocidios judío y gitano llevados a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por el régimen nazi.

Esta normativa, en su artículo II establece:

En la presente Convención se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

En el artículo I, la Convención refiere que, el genocidio es un delito de derecho internacional “ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra”.[1]

Para el inventor de la palabra “genocidio”, el jurista judeopolaco Raphael Lemkin, esta no era la mejor definición. Sin embargo, luego de años de cabildeos para que el término se incorporara a la jerga jurídica, se conformó con el mal menor: la Convención existía. Aun cuando la misma no creara un tribunal criminal internacional. No creyó que fuera el momento; los Estados no lo soportarían, sería una ofensa demasiado grande a su soberanía. Se conformó, para el tiempo que el mundo vivía, con el principio de “represión universal”, por el que cualquier Estado podría juzgar a un sospechoso de genocidio más allá de dónde se hubieran cometido los crímenes.

La palabra que Lemkin había acuñado en 1944 era un híbrido que combinaba el derivativo griego génos, que significa raza o tribu, con el derivativo latino cidio, de caedere, matar. Le satisfizo por su brevedad, novedad y la facilidad con que podía ser pronunciada -sus estudios de filología ayudaron-. Además, y si bien su preocupación y ocupación por la temática se habían iniciado en los años 20, luego de enterarse de lo sucedido con los armenios, estaba convencido de que su asociación con los horrores provocados por el nazismo la harían duradera y provocaría el escozor en quienes la escucharan.

De algún modo tenía que pasmar al oyente e invitar a la condena instantánea. En la página de uno de sus cuadernos que quedan, en lo demás indescifrable, Lemkin anotó: “La palabra”, con un círculo alrededor y una línea que salía del círculo hacia la frase trazada con energía: “Juicio moral”. Su palabra lo haría todo. Sería el término que llevara en sí la repugnancia e indignación de la sociedad. Sería lo que llamó “el índice de la civilización”.[2]

Y lo logró. De algún modo, lo logró. Lo hizo, aun sin llegar a verlo. Hoy día, incluso a nivel popular, se suele tildar de “genocidio” todo tipo de crímenes, y de “genocidas” a todo individuo o régimen al que se considere responsable de determinados abusos y delitos que atenten contra la vida de ciertos individuos o grupos, sin interesar cualquier otra clase de tipificación posible. El poder de la palabra. Usada y abusada.

A nivel académico-teórico las discrepancias son numerosas y existen diversas definiciones, que otorgan diferentes dimensiones a este crimen, dependiendo de los factores constitutivos de un genocidio en los que se ponga el acento: ¿Quién es el asesino, el sujeto del exterminio?, ¿quién o qué es la víctima, objeto de exterminio? ¿Cómo es llevada a cabo esa destrucción, en qué forma? Estas son cuestiones fundamentales a la hora de analizar y evaluar nuevas conceptualizaciones en torno al tema, en las que los especialistas en la materia aun no se han puesto de acuerdo. Incluso, hay quienes hablan de masacres genocidas, de genocidios totales, o genocidios en parte.

Más allá de lo valioso y enriquecedor que pueda resultar toda esta discusión en la materia, tantas divergencias y controversias en torno al tema han llevado a que el término genocidio se haya vulgarizado de tal manera que se definen como tal hechos demasiado disímiles entre sí, lo que  conduce a que su utilización pierda especificidad y devenga en diversas confusiones.

De acuerdo a la definición de la Convención, que el Estatuto de Roma hizo suyo en 1998 para la Corte Penal Internacional, para que el genocidio se perpetre no es necesario que el mismo haya sido “exitoso” y haya acabado con el grupo completamente. La destrucción puede ser cometida con parte de ese grupo o haber sido detenida antes de que se completara. Lo que es imprescindible para la tipificación de genocidio es que la intención del perpetrador sea la eliminación de ese grupo como tal y su accionar vaya en tal sentido.

Por otra parte, y en ello me detendré en esta oportunidad, la Convención establece que cualquiera de los actos mencionados en el artículo I, si fueran cometidos con la intención de destruir al grupo total o parcialmente, constituyen un acto genocida. “Cualquiera” en sí mismo; no necesariamente deben darse los cinco a los que se hace referencia.

Entonces...

3.

Documentemos mínimamente el caso armenio.

A) Matanza de miembros del grupo

Las órdenes emitidas por parte del gobierno del Comité Unión y Progreso (CUP), brazo político de los denominados Jóvenes Turcos, llegaban a las autoridades locales de dos maneras: por un lado, las que corrían por los canales habituales de la burocracia oficial, que eran las que se debían archivar, en las que se instaba a cumplir con la ley y velar por el destino de las poblaciones deportadas -“reubicadas”, según el eufemismo gubernamental-; por el otro, se encontraban los telegramas cifrados, codificados, los que debían ser destruidos. Aquellos que posteriormente investigaran en esos registros, encontrarían únicamente el rastro de una medida sin mayor importancia. Pero hubo documentos que escaparon a tal suerte debido a la conciencia, por parte de ciertos funcionarios estatales, de las atrocidades cometidas.

Telegrama cifrado del Ministro del Interior del Imperio Otomano, Talaat Pasha[3]:

Al gobierno de Alepo -Marzo 9, 1915-. Todos los derechos de los armenios de vivir y trabajar en suelo turco han sido completamente cancelados. Con respecto a esto, el gobierno toma toda la responsabilidad y ordena no hacer excepciones de ninguna especie, incluyendo las criaturas recién nacidas [...] Haciendo caso omiso a sus protestas, sírvanse evacuarlos, ya sean mujeres o niños e incluyendo a los incapacitados físicos; y no dejen al pueblo turco protegerlos, ya que debido a su ignorancia, atribuye mayor importancia a los valores materiales que a los sentimientos patrióticos, sin poder apreciar la gran política de este gobierno [...] En lugar de tomar medidas indirectas de exterminio, usuales en otros países (tales como severidad en las deportaciones, miseria, etc.), podrán ser tomadas medidas directas sin mayores miramientos. Por lo tanto, trabajad con ahínco. [...] Ministro del Interior, Talaat.[4] (El énfasis es nuestro).

Por aquellos días, el embajador de los Estados Unidos de América en el Imperio Otomano  era el abogado y banquero Henry Morgenthau, quien desempeño dicha función entre 1913 y 1916. Varias fueron las ocasiones en las que protestó, sin mayores resultados, ante las autoridades turcas por el destino de la población armenia. En sus Memorias dio cuenta de varias de las atrocidades de las que fue testigo durante su mandato.

Refiriéndose a la situación de los hombres armenios que habían sido enrolados en el ejército al comenzar la Gran Guerra y que habían sido desarmados y puestos a trabajar como mano de obra, en cierto pasaje comenta y analiza:

Pasados algunos días otros 2000 soldados fueron mandados a Diarbekir solo para matarlos a campo abierto. Sistemáticamente se los dejaba sin comer; de ese modo no tenían fuerzas para resistir o escaparse. Agentes del gobierno precedían a las caravanas y prevenían a los kurdos para que bajaran de las montañas y asaltaran los regimientos debilitados por el hambre; hasta las mujeres kurdas atacaban con cuchillos de carniceros para ganarse la recompensa de Allah por cada cristiano que mataban. Estas matanzas no eran hechos aislados; podría detallar mucho peores; por todo el imperio turco se trataba de matar sistemáticamente a todos los hombres robustos y capaces, con un doble fin: eliminar los hombres que podían engendrar una nueva generación de armenios, y tener una presa fácil en el pueblo ya debilitado.[5]

En otro pasaje, menciona la situación de algunos varones armenios previo a la partida de los deportados de pueblos y ciudades:

Antes de que empezaran las caravanas se solía separar a los jóvenes de sus familias, atarlos en grupos de a cuatro, conducirlos a los suburbios y fusilarlos. Las víctimas, cuyo único delito era el de ser armenios, eran constantemente ahorcadas en público sin juicio previo. Los gendarmes demostraban interés particular por aniquilar a los más cultos e influyentes.[6]

Arnold Toynbee, el gran historiador, quien comenzara a trabajar para el departamento de Inteligencia del Foreign Office británico en 1915, en su libro Las atrocidades en Armenia, hace referencia a un sinnúmero de testimonios, recogidos por funcionarios de su gobierno, que probarían la planificación y sistematicidad de las masacres.

Si bien la mayoría de las matanzas se dieron sobre los varones armenios, también las hubo de mujeres y niños. Entre los testimonios relevados por Toynbee, seleccionamos únicamente uno de particular crudeza; el que, justamente, hace referencia al asesinato directo de armenios:

Se adoptó el método de quemarlos vivos, como el más rápido, para exterminar a las mujeres y a los niños en los campamentos de concentración. En Alijan, Megrakom, Khaskegh, y otras aldeas armenias, se dio fuego a grandes habitaciones de madera, y aquellas desvalidas mujeres, lo mismo que los niños, perecieron devorados por las llamas. [...] Y los verdugos -a quienes no conmovió aquel salvajismo sin nombre- agarraban pequeñuelos por una pierna y los lanzaban al fuego gritando, a la vez, a las madres que ardían en la hoguera: “Ahí tenéis a vuestros cachorros”.[7]

Leslie A. Davis fue otro de los diplomáticos norteamericanos presente en el Imperio Otomano al momento de desarrollarse el genocidio. Como cónsul de los EE.UU. en Jarput entre 1914 y 1917, observó y registró varios de los sucesos acaecidos:

“Finalmente me contó un turco en estricta confidencia que vio miles de cuerpos alrededor del lago Goeldchuk y se ofreció a llevarme al lugar donde estaban”. El cónsul calculó que “en el espacio de 24 horas vimos los restos de no menos de diez mil armenios asesinados alrededor del lago Goeldchuk. Esto, por supuesto, es aproximado... Estoy seguro, sin embargo, de que eran más, no menos, de ese número”. Tras describir las heridas abiertas de bayoneta en la mayoría de los cuerpos desnudos, generalmente en el abdomen o el pecho, a veces en el cuello, mostrando algunas víctimas “señales de mutilación bárbara”, el cónsul declaró: “Lo que tuvo lugar alrededor del bello lago Goeldchuk en el verano de 1915 es casi inconcebible. Miles y miles de armenios, en su mayoría mujeres y niños inocentes e indefensos, fueron masacrados en sus orillas y bárbaramente mutilados.[8]

B) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo

¿Podrán algunos de estos testimonios dar cuenta de ello? En la reiteración de relatos similares sobre situaciones similares vividas -en personas que desconocían que había otros que estaban siendo sometidos a las mismas circunstancias, inclusive en lugares del Imperio Otomano que desconocían, a cientos de kilómetros de distancia unos de otros- podemos hallar parte la prueba de la sistematicidad del intento de exterminio.

Fueron casa por casa dando el aviso de que en una semana debíamos abandonar la ciudad. Sabían nuestros nombres y apellidos y sólo notificaban a los armenios. [...] Nosotros compramos burros para llevar lo más elemental. Nos daban como motivo de la deportación, la guerra. [...] A mi padre lo llevaron al ejército. Formaba parte de los batallones de armenios que construían caminos. Se fue en 1914. Nunca más supimos nada de él.[9] (Testimonio de Sarkís Kupelián, sobreviviente del genocidio llegado al Uruguay).

Yo era un niño, tenía nueve años pero era consciente de todo lo que pasaba. [...] Iba junto a mi padre caminando cuando vi que un gendarme se había acercado a mi abuelo. [...] le disparó y cayó, no entendía qué estaba pasando, no tuve tiempo de reaccionar cuando vi que otro gendarme le disparó a mi padre. [...] Me fui sobre él agarrándole la mano [...] queriendo golpearlo, me arrojó al piso. Mi madre gritaba llorando: ‘¿Por qué? ¿Qué hicimos? ¡Asesinos!’ Estas expresiones se transformaron en un coro; a nuestro alrededor seguían cayendo los hombres. Toda la caravana era un mar de llanto y sangre, terminamos caminando sobre los cadáveres.[10] (Testimonio de Dikrán Bakkalián, sobreviviente del genocidio llegado al Uruguay).

Al segundo día de la caravana, al caer la noche, los turcos comenzaron a tomar a las mujeres, escuchábamos sus gritos, las golpeaban, [...] para luego violarlas. [...] Caminábamos todo el día, pasando por encima de los cadáveres que yacían en el camino, dormíamos a la intemperie, sin nada para cubrirnos, ya que sólo llevábamos lo puesto.[11] (Testimonio de Rebecca Elmasián, sobreviviente del genocidio llegada al Uruguay).

Policía turco sacaron toda la gente afuera, con hambre, con desnudo, ropa no hay. Lloviendo. Para cocinar no hay con qué. Lloran chicos. Caminan. Tienen carpas, pero entra agua carpa. Viene kurdo, roba y lleva todo. No deja ni comida ni nada. Después tener que caminar. Caminar, caminar, caminar, caminar... No hay agua. No hay agua. Lloran chicos. No hay agua... [12](Testimonio de Vartanush Balián, sobreviviente del genocidio llegada a la Argentina).

¿Puede el intento de conversión al Islam ser considerado una forma de lesión mental? No dudamos en aseverarlo. Si esta conversión se transformó para muchos en el único modo de escapar al asesinato o la deportación a los desiertos, con más razón aun. La idea de “opción” desaparece. La conversión es otra forma de la muerte: la de la identidad, la de la propia fe; la de la libertad, para quien sostuvo en secreto su culto, sus ritos, y llevó adelante una doble vida, oponiendo lo público a lo privado, lo interior a lo exterior. En muchos casos, esto llegó incluso a transformarse en una experiencia netamente individual, ni siquiera familiar, ya que generaciones posteriores nunca supieron de su fe cristiana ni de su origen armenio. Se los denomina “criptoarmenios”. El profesor Uĝur Ümit Üngör da cuenta de parte de lo dicho:

Durante la Primera Guerra Mundial, el régimen de los Jóvenes Turcos toleró u organizó la conversión forzada de innumerables armenios y sirios al Islam. [...] Las órdenes oficiales del CUP muestran cómo se llevó a cabo el proceso de conversión en la vida diaria. En sus órdenes oficiales, Talaat Pashá autorizó la conversión de incontables armenios. Además de instrucciones específicas para las élites locales, Talaat emitió varios decretos nacionales en los que se definía a quiénes se perseguiría y a quiénes se deportaría. En junio de 1915, excluyó a los conversos armenios al Islam de las deportaciones al sur. La mayoría de los conversos no sufrieron más persecución y, mientras se mantuvieran en silencio, se les permitió seguir viviendo en sus hogares.[13]

Incluso se formó un comité de conversión forzada de armenios. De hecho, este analizó también la posibilidad de dar tierras de cultivo a los conversos. Sin embargo, al conocer que muchos de ellos se habían transformado en musulmanes únicamente “de la boca para afuera”, y continuaban profesando el cristianismo en secreto, inmediatamente se deshechó esa posibilidad. Es más, se revió la anterior exención de las deportaciones a los conversos y se los volvió a incluir en el plan de traslados. Del mismo modo, se llevó un importante control de quiénes habían sido los conversos, las características de dicha conversión y su vida cotidiana luego de la misma.[14]

Luego de finalizada la Gran Guerra, tampoco fue sencillo retomar su vida anterior. Más allá de la libertad concedida por el nuevo régimen turco de “volver” a su religión, fueron miles los que conservaron su “nueva fe” y no se dieron a conocer como armenios por temor a las represalias, tanto de los vecinos turcos -muchos todavía conservaban el poder localmente, más allá de la derrota en la guerra-, como así también, en ocasiones, de sus propios connacionales, quienes podían considerar su salvación como una de las formas de la traición.

Un testimonio de 1919 da cuenta de las dificultades que sobrellevaban los conversos. El agente británico Keeling refiere su paso por el norte de la Mesopotamia en estos términos:

Al día siguiente, varios armenios me llamaron, vestidos casi todos con las ropas musulmanas que habían comenzado a usar como medida de protección. Trescientos de ellos, sobrevivientes de las masacres y las deportaciones de 1915, deseaban volver a sus hogares en Harput, Sivás y Erzurum. Les aconsejé que esperaran hasta la primavera, cuando el viaje sería menos duro y el gobierno británico podría ayudar a protegerlos, tanto en el camino como una vez en su destino. Esta esperanza, dasafortunadamente, nunca llegaría a concretarse [...] Aún más urgente que la repatriación era lograr la liberación de los miles de mujeres y niños que vivían con kurdos, turcos y árabes. Prácticamente no había niñas de más de doce años que no hubieran sido esposas de algún musulmán. Había llegado un decreto de Constantinopla que ordenaba liberar a los cristianos de las casas de los musulmanes, pero los funcionarios lo ignoraron, y los hombres con quienes vivían las mujeres no deseaban dejarlas ir [...] Muchos niños fueron separados de sus madres, y esposas de sus esposos, simplemente porque nadie sabía dónde estaban. Algunos de los niños que estaban en casas musulmanas de hecho no sabían que sus padres eran cristianos.[15]

C) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial

En determinados lugares del trayecto de las caravanas que recorrían los extensos caminos hacia los desiertos de la Mesopotamia, se establecieron los denominados “puntos de concentración”, donde los prisioneros pasaban las jornadas a la intemperie en terrenos alambrados. En estas condiciones, las epidemias eran “el pan de todos los días”: tifus, cólera, paludismo, etcétera.

Uno de los informes que el cónsul de los EE.UU. en Trebizonda, Oscar S. Heizer, envía al embajador de su país en Constantinopla muestra claramente las condiciones en las que se encontraban estos seres:

Si se tratara simplemente de trasladase desde aquí a otro lugar, ello sería soportable; pero todos saben que los actuales sucesos los conducen a la muerte. El espectáculo de las caravanas provenientes de Erzeroum y Erzindjan, formadas por centenares de personas, disiparían las dudas que pudieran suscitarse respecto de lo afirmado. En varias oportunidades visité los campamentos y conversé con algunos deportados. Resulta imposible imaginar espectáculo más miserable. Todos -casi sin excepción- harapientos, hambrientos, sucios y enfermos. Lo cual no es de extrañar pues se encuentran viajando desde hace dos semanas sin haber cambiado ni una sola vez sus ropas, sin poder lavarlas, desabrigados y carentes casi de alimento. El gobierno suministróles una o dos veces raciones pero en cantidad insuficiente. Los observé un día en ocasión de la comida. Ni siquiera los animales salvajes podrían mostrarse más voraces. Se precipitaban sobre los guardias que llevaban los víveres, y éstos los rechazaban a mazazos, a consecuencia de lo cual muchos resultaban muertos. Apenas podía creerse en su condición humana, al verlos. [...] El estado de esta gente permite adivinar cuál ha sido la suerte de quienes han salido de aquí y la de aquellos que saldrán en el futuro. Hasta ahora no tienen noticias acerca de ellos, ni se tendrán, estoy seguro. El sistema adoptado parece ser el siguiente: se les expone, en el camino, al ataque de los kurdos para que éstos ultimen sobre todo a los hombres e, incidentalmente, también a las mujeres. El conjunto de medidas adoptadas constituyen, a mi parecer, la masacre mejor organizada y exitosa de este país.[16]

Armin T. Wegner, médico y soldado del ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial, cuyo destino fue el Imperio Otomano, es el fotógrafo por excelencia del Genocidio Armenio. Testigo privilegiado de los acontecimientos, al formar parte de las fuerzas aliadas de los Jóvenes Turcos, sus fotografías son una parte valiosísima del escaso registro visual que tuvo lo atroz.

En enero de 1919, como forma de intermediación proarmenia ante las negociaciones de paz que se llevaban adelante luego de finalizada la guerra, dirige una carta abierta al presidente de los EE.UU., Woodrow Wilson, potencial líder de lo que sería meses después la Sociedad de las Naciones. En ella sintetiza buena parte de las vivencias de las víctimas durante el desarrollo del plan de exterminio:

[...] estos grupos raleados eran llevados incesantemente descalzos por cientos de millas bajo el sol ardiente por lugares rocosos, por las estepas sin caminos, debilitados por fiebres y otras enfermedades, por los pantanos semitropicales, hacia el desierto y la desolación. Allí morían, asesinados por los kurdos, despojados por los gendarmes, fusilados, ahorcados, envenenados, acuchillados, estrangulados, azotados por las epidemias, ahogados, congelados, sedientos y hambrientos, y sus cuerpos en putrefacción eran devorados por los chacales. [...] En las arruinadas caravanas, los deportados se acostaban entre montones de cadáveres y cuerpos en descomposición, esperando la muerte sin que nadie les tuviera piedad. ¿Por cuánto tiempo sería posible alargar esa existencia miserable, buscando, para sobrevivir, algunos granos de maíz entre el estiércol de los caballos o comiendo pasto? Todo eso es sólo una parte de lo que yo mismo he visto y oído.[17]

D) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo

“...incluyendo las criaturas recién nacidas”, establecía el telegrama cifrado que citáramos anteriormente.

Más allá de la situación que vivieron miles y miles de niños huérfanos, a la que haremos referencia en el apartado siguiente, son innumerables los relatos de mujeres embarazadas a las que se asesinaba durante las deportaciones cortando sus vientres, o aquellos que testifican los juegos macabros de ciertos gendarmes, oficiales turcos o fuerzas irregulares que arrojaban a los bebés al cielo y los esperaban con sus bayonetas caladas. Quizá estas medidas fueran tomadas más producto de la saña y el sadismo con la que ciertos victimarios afrontaban su tarea que de estrictas órdenes al respecto. Sin embargo, fue una práctica reiterada de la que también han quedado numerosos registros.

Con la muerte de los niños, cualquier esperanza de reconstrucción del grupo víctima quedaba vedada.

Durante los procesos del Tribunal Militar en la primavera de 1919, unas dos docenas de turcos, que incluían médicos, oficiales de ejército, funcionarios de gobierno, y comerciantes, testificaron oralmente y por escrito a lo largo de 20 sesiones sobre los métodos utilizdos para liquidar a estos niños. Dos médicos turcos, el Dr. Ziya Fuad, inspector del Servicio de Salud, y el doctor Adnán, director del mismo en la ciudad, prestaron testimonio fundamentado en evidencia ofrecida por los médicos turcos locales de que el Dr. Alí Saíb, director de Salud Pública de la provincia de Trapisonda, sistemáticamente envenenó a infantes traídos al hospital de la Medialuna Roja de la ciudad, y ordenó el ahogamiento en el Mar Negro de aquéllos que se resistían a tomar sus “remedios”. Otro método que empleó el Dr. Saíb en una casa llena de infantes armenios fue “el baño de vapor”. Instalando ahí un aparato “etüv” del ejército, los bebés eran expuestos a vapor súper caliente y así morían al instante. El padre Laurent, superior capuchino francés de Trapisonda, testificó a través de un intérprete que vio personalmente apilar en canastos en el predio del hospital los cadáveres de niños envenenados, como animales de un frigorífico, que luego se arrojaron al Mar Negro.[18]

Si pensamos en el sometimiento de las mujeres embarazadas a las extenuantes caminatas hacia y a través de los desiertos mesopotámicos, y las condiciones en las que las mismas se daban -carentes de alimentos, de cuidados básicos, de la higiene más mínima; propensas, por lo tanto, a la adquisición de toda enfermedad que se presentara-, a las constantes vejaciones de las que eran objeto, y a la propia afectación psicológica de todo lo que sucedía a su alrededor, con sus familiares y connacionales, podemos inferir claramente cuál habrá sido el destino de sus criaturas.

El siguiente testimonio de Henry Morgenthau da cuenta de varias de las situaciones enumeradas hasta el momento, de las varias formas del aniquilamiento sufrido por los armenios. Dentro del mismo, destacaremos lo que corresponde al punto que estamos abordando sobre los nacimientos dentro del grupo:

Apenas los armenios abandonaron sus pueblos natales comenzaron las persecuciones. Los caminos por donde transitaban eran apenas senderos para asnos; y lo que era al comienzo una procesión ordenada se convertía en una multitud confusa y revuelta. Las mujeres eran separadas de sus hijos y los maridos de sus esposas. Los ancianos perdían contacto con sus familias; estaban exhaustos y con los pies doloridos. Los turcos que conducían los carros tirados por bueyes extorsionaban hasta la última moneda de los armenios y de pronto los abandonaban en el camino junto con sus pertenencias, y volvían a los pueblos en busca de otras víctimas. Así, en poco tiempo, casi todos, viejos y jóvenes, fueron obligados a andar a pie. Los gendarmes que habían sido enviados por el gobierno supuestamente para proteger a los deportados, se convirtieron en sus verdugos. Los seguían con bayonetas caladas, punzando a cualquiera que tratara de aflojar la marcha. Los que intentaban descansar o que caían al suelo agotados, eran forzados brutalmente a reunirse con la muchedumbre. Hasta pinchaban con bayonetas a mujeres embarazadas; si alguna daba a luz, como pasaba a menudo, era obligada a levantarse y reanudar la marcha.[19] (El énfasis es nuestro).

E) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo

La “turquización” fue parte de la política que implementó el gobierno de los Jóvenes Turcos en relación a los niños armenios, una forma diferente de la destrucción del grupo. En muchos casos, su identidad fue transformada a partir de un trabajo especial en torno a ellos. Se los sometió, como primera medida al cambio de nombre y la circunsición, para luego islamizarlos y, finalmente, dotarlos de las ideas nacionalistas propias del nuevo régimen. Uĝur Ümit Üngör, en su estudio sobre el particular, refiere que, para el gobierno otomano, los niños “constituían una forma valiosa de propiedad nacional”.[20} El autor sintetiza de la siguiente forma el proceso que se dio en relación a los pequeños, en su mayoría ya huérfanos luego de la destrucción de sus familias:

Cuando empezaron las deportaciones generales de armenios, el 23 de mayo de 1915, una segunda forma de política poblacional agravó la persecución. Los niños armenios fueron distribuidos entre la población musulmana y enviados a orfanatos estatales. Desde junio de 1915 se ordenó que los niños armenios de menos de diez años fueran reunidos y llevados a orfanatos, algunos de los cuales aún no se abrían. El 10 de julio de 1915 Talaat amplió esta política de absorción de los niños armenios en la comunidad musulmana al ordenar que se “diera en adopción a los niños a los notables de las comunidades en donde no hubiera armenios”. Aquellos que no podían mantener a otro niño recibirían un pago de 30 centavos mensuales por niño. Dos días después, el 12 de julio de 1915, Talaat emitió un decreto similar a todas las provincias: “los niños que pudieran quedarse huérfanos durante la transportación de los armenios serán internados en orfanatos administrados por el gobierno cuanto antes”.[21]

Esta última afirmación por parte del Ministro del Interior del gobierno en funciones, delata, de algún modo, el destino que tendrían los armenios “reubicados”, de acuerdo al eufemismo empleado por el CUP y los sucesivos gobiernos turcos para referirse a las deportaciones. De ahí que se previera el futuro de esos niños que “pudieran quedarse huérfanos”.

Esta política fue supervisada durante los años de la Gran Guerra, coincidentes con los del Genocidio Armenio; se llevó un registro de esos menores y su paradero circunstancial; e incluso, en años posteriores, la cobertura se amplió hasta los niños de doce años. El sistema de orfanatos fue un sistema netamente citadino; en las zonas rurales se estuvo sujeto a la voluntad de las familias campesinas, ya que los chicos fueron distribuidos en hogares musulmanes ubicados allí.

4.

La Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, en su artículo II, establece: “En la presente Convención se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:

a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.

Cualquiera. Cual quiera.

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