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A PROPÓSITO DE UN LIBRO RECIENTE DE AURÉLIEN BARRAU

 Publicado: 04/03/2020

Hacia un programa de salvación ecológica


Por Luis C. Turiansky


El astrofísico francés Aurélien Barrau, autor de numerosos trabajos científicos y también de libros de divulgación sobre el cosmos y sus misterios, se ha plegado a los luchadores por la protección del medio ambiente y, tras haber lanzado en 2018, junto con la actriz Juliette Binoche, un llamamiento público signado por 200 personalidades, [1] publicó en mayo de 2019 un interesante librito de 143 páginas que retoma el título del citado llamamiento, “El desafío más grande de la historia de la humanidad”, agregando “Frente a la catástrofe ecológica y social”, subtítulo que sin embargo no figura en la versión española.[2]

Se trata de una visión algo diferente de los muchos intentos de respuesta a los desafíos ambientales. En primer lugar, trata la “crisis ecológica[3] en su amplitud global y no exclusivamente desde el punto de vista climático. Por otro lado, se detiene en subrayar la esencia social del problema, lo que lo distingue netamente del resto. Vale la pena por ello prestarle especial atención.

LA ORIGINALIDAD DE AURÉLIEN BARRAU

El autor creyó necesario aclarar desde el comienzo que la ecología no es su especialidad. No obstante, sintió que no podía dejar de manifestarse, dada la gravedad de los desafíos que tiene ante sí la humanidad. En efecto, dice: “La vida en la Tierra está agonizando. La amplitud del desastre corresponde a los excesos de que somos responsables. Callarlo es a la vez insensato y suicida.”[4]  Su resquemor académico por no ser un especialista en el tema es sin duda exagerado, sabe más que Greta Thunberg, la adolescente sueca defensora del clima, invitada a la tribuna de las Naciones Unidas sin haber terminado siquiera el liceo. 

Tal vez el hecho de no ser un especialista en ecología le permite, por el contrario, encarar el tema con mayor amplitud de miras, englobando todos los aspectos de la crisis ecológica como parte del problema general de la crisis del capitalismo. Porque ha de saberse que, además de científico, Aurélien Barrau es un crítico severo de la sociedad actual y se declara abiertamente “de tendencia libertaria”.

Algunas de sus propuestas pueden, por lo tanto, parecer exageradas y dar lugar a controversias. Es más, tampoco excluye la necesidad de emplear la coerción para llevar a cabo las medidas de saneamiento ambiental que propone, sosteniendo que lo justifica la preeminencia del interés por la supervivencia del género humano en su conjunto, sobre el interés personal, resumido en la disyuntiva “cambiar o morir”. Por otro lado, supone que la gravedad de la situación hará comprender a todos la necesidad de cambiar las formas de vida y de trabajo de la humanidad, llevando lógicamente a eliminar los obstáculos al progreso, entre los que figuran inevitablemente las formas actuales de actividad económica. Siguiendo la lógica del autor, que podrá compartirse o no, la crisis ecológica podría inspirar la transformación de la sociedad en su conjunto.

Es sintomático, en este sentido, que el libro haya sido editado en Francia, donde el 65% de la población está convencida, según una encuesta del Instituto Francés de la Opinión Pública (IFOP), realizada para la Fundación Jean Jaurès -nombre emblemático-, que “se acerca el fin de nuestra civilización” (citado por el portal informativo checo Echo24.cz el 15 de febrero de 2020).

EL DIAGNÓSTICO

Mientras somos testigos de la contraofensiva de los intereses económicos que niegan o minimizan los efectos devastadores de la actividad humana para el sistema ecológico de la Tierra, resulta instructivo seguir este prontuario escrito con el rigor de un científico. Las constataciones del libro de Barrau sobre el estado del mundo en lo que tiene que ver con el futuro de la vida son en este sentido escalofriantes:

“Ninguna especie viva se ha comportado [con tanta irresponsabilidad] como los humanos en toda la historia de la Tierra… La propia humanidad sufre en carne propia los efectos de la destrucción que ella misma provoca. Más de la mitad de la superficie terrestre, que abriga a más de dos tercios de la población humana, registra una pérdida tal de biodiversidad que ya no es seguro que pueda satisfacer en adelante las necesidades de los humanos… Asistimos actualmente a la sexta extinción masiva de especies desde el nacimiento de la vida en el planeta…”.

Un reciente estudio del Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia (CNRS, por su sigla en francés) concluye que “la vida está feneciendo y la tendencia actual es la aceleración de este proceso”. Ningún grupo se salva, de aves a insectos, pasando por los mamíferos y los peces. En los últimos cuarenta años, señala Barrau, más de 400 millones de pájaros europeos han desaparecido; mundialmente, ello ha sido el destino de cerca de la mitad de las especies silvestres. En el marco de las Naciones Unidas, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) estima que, desde comienzos del siglo XX, el número de especies animales extinguidas se ha multiplicado por cien. Incluso si la especie sobrevive, su población es mucho menor. Barrau se indigna: “Es un crimen masivo a escala global lo que se está perpetrando impunemente”.

Mientras tanto, la población humana crece sin cesar:

Cada año, la superficie urbana aumenta en unos 400 millones de metros cuadrados. La desforestación con fines agropecuarios es aún más inquietante. Mundialmente, tan solo un cuarto de las tierras ha escapado a los efectos materiales de la actividad humana. Al cabo de los próximos treinta años ya no quedará más que el 10%, en su mayor parte desiertos, montañas y regiones polares.” Al mismo tiempo, “la contaminación ambiental mata proporcionalmente casi tres veces más que el SIDA, el cual se cobra unos seis millones de víctimas por año, proporción que tiende a aumentar, sobre todo en los países pobres y las regiones de desarrollo industrial intenso.” 

La fenología vegetal, que estudia la relación de las plantas con el clima, registra grandes modificaciones como resultado de una reducción dramática de la diversidad. La misma repercute en el calentamiento de la atmósfera, ya que la disminución de variedades vegetales aumenta la presencia de nitrógeno en los suelos, lo que conlleva a un aumento de su temperatura media. Estamos en consecuencia en un círculo vicioso.

La pesca industrial es otra fuente de destrucción inescrupulosa de la vida marina. La técnica generalmente utilizada es brutal:

“Al recoger las redes, la descompresión provoca la explosión de la vejiga natatoria, los ojos saltan de sus órbitas y no pocas veces el estómago es expulsado por la boca. Los sobrevivientes mueren lentamente, por asfixia o fracturas múltiples, siendo que el conocimiento de las capacidades cognitivas y sensoriales de los peces ya no permite hoy dudar de que sí sienten el dolor. Muchas son las especies amenazadas de extinción. Las redes de pesca suelen recorrer hasta 30 millones de kilómetros cuadrados de aguas de los océanos, destruyéndolo todo sin distinción y sin descanso.”

En consecuencia, la alteración del clima no es el único motivo de preocupación. Pero es una causa importante, y también en ello cabe imputar en gran medida la responsabilidad al ser humano.[5] La alarma que produce la evolución de las temperaturas registradas se debe a que tiene lugar en un período de tiempo muy corto, lo cual permite calificar la situación de “singularidad” sin precedente. Sus consecuencias serán:

“[…] la subida del nivel de los océanos, el derretimiento importante de la costra polar y los casquetes glaciares, la inundación de islas y litorales, incendios frecuentes y devastadores, extinción masiva de especies vivas, el desarrollo considerable de enfermedades graves, aumento de la frecuencia de los ciclones, temperaturas extremas de efecto devastador, expansión de los desiertos y caídas notables de la población de especies animales.”

Inevitablemente, esto dará lugar a un aumento extraordinario de emigrados y fugitivos climáticos entre los humanos.

La Organización de las Naciones Unidas considera que, si no se cambia radicalmente de mira, de aquí a dos años estaremos frente a una “amenaza existencial directa”. El término tiene su propio significado: dado que la evolución no es lineal, existe un cierto número de puntos de referencia; si se sobrepasa el próximo, ni siquiera un ascetismo máximo podría revertir la tendencia.    

EL REMEDIO Y SU DOSIFICACIÓN

Aurélien Barrau considera que la causa principal de esta crisis ecológica es el consumo desmesurado de productos por parte de una población humana cuyo desarrollo demográfico ha alcanzado ya los límites de sostenibilidad. En consecuencia, siendo inadmisible una perspectiva de guerra y autodestrucción de inspiración malthusiana, o la emigración voluntaria o forzada de la población excedente a otros planetas, la única solución sería la disminución intencional del consumo

La serie de medidas propuestas son bastante utópicas y encontrarán sin duda resistencia. Por ejemplo, los carnívoros del mundo, como yo y muchos otros uruguayos, no vamos a aceptar que se nos prohíba comer carne.

Para evitar las colisiones, Barrau propone dos etapas del proceso de reforma: una etapa inicial menos dolorosa y, luego de un período de adaptación, y tras convencer al mundo que el cambio es necesario y urgente, se pasaría a la etapa de transformación económica, la que afectaría al gran capital.

En la etapa “dulce”, por ejemplo, figuran las siguientes reivindicaciones inmediatas:

  • incitación a una inflexión de la producción industrial mediante una reforma impositiva que penalice los embalajes de plástico, así como el empleo de energías a base de carbono cuando existan alternativas, y otras medidas similares;
  • información regular y sistemática al público sobre la evolución en materia de emisiones de CO2, temperaturas, reducción de la superficie de los bosques, derretimiento de los hielos, contaminación atmosférica y otros datos;
  • revisión del modelo agrícola actual para favorecer una explotación razonable sin plaguicidas, en el respeto de las personas y los suelos;
  • relocalización de la actividad económica y desarrollo del transporte colectivo en detrimento de los vehículos particulares;
  • introducción y aplicación estricta de leyes de reducción del uso de hidrocarburos;
  • lucha real contra la evasión fiscal e imposición de las ganancias de capital para financiar las medidas ecológicas;
  • defensa de auténticos servicios públicos orientados al bienestar común;
  • retroceso de la “economía de la gestión” en favor de una “política de asistencia”;
  • prohibición por ley de las conductas irresponsables de mutilación de la naturaleza y la vida;
  • implantación de una política económica solidaria, tendiente a redistribuir la riqueza con más justicia;
  • seguimiento obligatorio de los productos industriales y de transformación;
  • bloqueo de la urbanización galopante y requisición de viviendas deshabitadas por largo tiempo;
  • abandono de las políticas de estímulo a la natalidad;
  • enseñanza de la crisis ecológica y las soluciones posibles, ya desde la escuela primaria;
  • estímulo, en la medida de lo posible, de la alimentación vegetariana e incluso vegana;
  • creación de amplios “santuarios” de fauna y flora silvestres, estímulos fiscales a la conservación de tierras vírgenes;
  • cese de la construcción de nuevos ejes viales;
  • abandono de las técnicas de pesca industrial de efecto devastador;
  • acciones masivas de limpieza de los océanos;
  • aumento del número de especies protegidas junto con las respectivas prohibiciones;
  • apoyo económico a la reconversión profesional requerida por la transición ecológica.

LOS OBJETIVOS FINALES

Pese a la complejidad de algunas medidas previstas, Barrau piensa que esta primera etapa debería ser de corta duración, puesto que -argumenta- la inacción es también el resultado de la controversia sobre las causas del desastre: “si esperamos a que la gran causa (suponiendo que cada uno haya identificado en qué consiste) sea tratada a fondo antes de actuar, no arribaremos jamás”.

El método sustitutivo que propone se basa en consideraciones prácticas: identificar primero los objetivos ecológicos y luego, qué se requiere para alcanzarlos. La misma lógica puede dar por resultado que sea necesario transformar el sistema económico en su conjunto, dando prioridad en todos los casos a la supervivencia de la humanidad. Dice al respecto: “No es tarea fácil y hasta puede que sea realmente imposible en el marco del sistema económico mundial actual. De ser así hay que cambiarlo, para no perecer todos”.

Como suele suceder con los autores europeos, incluso los mejor intencionados, Aurélien Barrau pasa tal vez por alto que la concentración de la riqueza tiene lugar también entre los países. Es el norte dominante el que más consume y paradójicamente es en el sur donde asistimos a la mayor explosión demográfica, sobre todo de gente pobre, a la que difícilmente podríamos exigirle que consuma menos. El norte posee además el poder necesario, incluso militar, para detener un proceso mundial de reforma que afecte sus intereses, o desviarlo para que actúe sobre los países pobres únicamente. Por ejemplo, reclamará medidas para conservar la riqueza forestal amazónica, pero seguirá consumiendo madera tropical y comiendo carne (por ejemplo, brasileña) desaforadamente.

Pese a ello, en mi opinión el trabajo aquí reseñado es un aporte serio a la polémica sobre la catástrofe que se avecina y las medidas para enfrentarla, que, por lo visto, han de producir inevitablemente cambios revolucionarios. Lo interesante de esta óptica es precisamente que parte de un problema crítico al que todo el mundo es sensible, la crisis ecológica, para atacar las bases sociales de la economía global. El método recuerda la vieja táctica leninista de atacar el eslabón más débil del sistema

El argumento de la supervivencia sería entonces el motor de los grandes cambios que estamos buscando desde el siglo pasado. Puestos a introducir cambios en los objetivos de producción con el objeto de proteger a la naturaleza, se vuelve más imperiosa la necesidad de controlar el funcionamiento de la economía, lo que -afirma Barrau- es consolidar la democracia. Esto quizás lleve a modificar en su base la contradicción fundamental de la sociedad capitalista, creadora de una desigualdad social sin parangón en toda la historia de la humanidad, incluidos los imperios autoritarios de la Antigüedad.

Esta revolución “de carambola” parece algo nuevo, que rompe con todo lo que habíamos aprendido sobre la dialéctica de la historia, pero también es cierto que la situación no tiene precedente. Desde aquel famoso derrumbe del único socialismo real creado por el hombre, no se ha inventado nada diferente. 

Escuchemos, pues, a los científicos. Ellos tienen una manera de pensar más abierta y la práctica de laboratorio les ha enseñado a operar sin prejuicios, siguiendo métodos científicos rigurosos.         

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