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MITOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (I)

 Publicado: 04/03/2020

La “superioridad racial” y la capacidad militar alemana


Por Fernando Britos V.


Pronto se cumplirán ochenta años de la derrota de Francia a manos del ejército alemán, en mayo de 1940. Esa campaña marcó el cenit del poderío militar germano, afirmó la popularidad de Hitler y el nazismo y produjo el desarrollo de algunos mitos persistentes, acariciados no solamente por los generales prusianos sino por muchos analistas franceses, británicos y estadounidenses: el mito de la extraordinaria capacidad militar alemana y sobre todo el mito de la originalidad avasallante de la Blitzkrieg, la guerra relámpago.

LA MAYOR BATALLA DE CERCO DE LA HISTORIA

A las 5:35 hs. del 10 de mayo de 1940 -después de 9 meses de "guerra boba" en el frente occidental entre la Alemania nazi y sus enemigos: Francia, Gran Bretaña, Bélgica y Holanda- miles de cañones empezaron a machacar las posiciones fronterizas de los Aliados. Como en 1914, los oficiales usaban sus silbatos para ordenar el avance de la infantería de asalto y ahora rugían los motores de los tanques, los semi-oruga, los camiones y los coches de comando. Encima de ellos cientos de bombarderos Junkers 88 y Stukas se lanzaban sobre sus objetivos.

La actividad más frenética se desarrollaba en el extremo norte de la línea del frente. La famosa línea de fortificaciones que los belgas habían erigido sobre el río Mosa (Maas en alemán y holandés, Meuse en francés) fue tomada por asalto mediante audaces operaciones de comando por tropas especiales que llegaron antes del amanecer en silenciosos planeadores. Al mismo tiempo, cientos de paracaidistas alemanes descendieron en las afueras de La Haya, sobre el puerto de Rotterdam, y aseguraron los puentes en Moerdjik y Dordrecht. La sorpresa se completaba con la embestida del Grupo de Ejércitos B de la Wehrmacht que se dirigió rápidamente hacia la línea del río Mosa.

Esto era lo que los Aliados esperaban, y en una maniobra bien ensayada el grueso del ejército francés, respaldado por la Fuerza Expedicionaria Británica, marchó enseguida hacia el norte para apoyar a los belgas y holandeses y contener a los alemanes cerca del Canal de la Mancha, en una línea que se extendía de norte a sur entre Breda en Holanda y Dinant en Bélgica.

Si el alto mando Aliado hubiera enfrentado el plan original que los alemanes habían preparado en octubre de 1939 (que no era más que una variante poco inspirada del Plan Schlieffen que el ejército del Káiser intentó en 1914), el movimiento hubiese tenido éxito y los invasores habrían sido rechazados con grandes pérdidas. Sin embargo, el ataque en Holanda y el norte de Bélgica era un amague, un verdadero sofisma de distracción. Cien kilómetros hacia el sur, en las serranías boscosas de las Ardenas, la Wehrmacht había concentrado siete de sus nueve divisiones blindadas como punta de lanza del Grupo de Ejércitos A.

Este era el ataque principal. Filtrándose por cuatro pequeñas carreteras poco transitables y llenas de curvas, al amparo del bosque, los Panzer se apresuraron hacia el oeste, atravesando el sur de Bélgica y Luxemburgo rumbo a la frontera francesa. Su objetivo eran los puentes sobre el río Mosa, al sur de Dinant (el mismo campo de batalla en el que los alemanes habían propinado la derrota definitiva a Napoleón III en 1870). Llegado allí, el Grupo de Ejércitos A penetraría sin oposición en el vacío que habían dejado los franceses e ingleses en su apresurada marcha hacia el norte.

El plan ejecutado por la Wehrmacht se cumplió a la perfección, sus dos grupos de ejércitos giraron formando una pinza que encerró a los Aliados. La inteligencia francesa o británica y la vigilancia aérea no habían percibido la maniobra. A la luz de cualquier doctrina militar, el plan alemán era extremadamente audaz, si no temerario, porque si los franceses hubieran dispuesto de reservas en su retaguardia, la infiltración de los blindados alemanes habría sido muy vulnerable a un contraataque y aun a un envolvimiento por los Aliados. Los puentes de Sedán y Dinant cayeron en poder de los Panzer el 13 de mayo antes de que los jefes militares franceses se dieran cuenta de que habían caído en una trampa. 

Por su parte, los generales alemanes explotaron brillantemente la ventaja obtenida: detrás de los primeros escuadrones de tanques se desplazaban en coches livianos desde donde ordenaban los movimientos por radio. Esta penetración desconcertó al Mando Aliado y le impidió establecer una línea de defensa. 

Sus laboriosos procedimientos de dirección y control fueron superados por el vertiginoso desarrollo de los acontecimientos. El grueso de las tropas francesas y británicas seguían moviéndose hacia el norte cuando el Grupo de Ejércitos A ya había completado el cerco por el sur. 

Al anochecer del 20 de mayo, diez días después del comienzo de la ofensiva, las avanzadillas y la 2da División Panzer alcanzaron Abbeville, a 10 kilómetros de la desembocadura del río Somme en el Canal de la Mancha. Un enorme bolsón de 200 kilómetros de largo por 140 de ancho encerró a un millón setecientos mil soldados Aliados (los ejércitos holandés y belga completos, la totalidad de la Fuerza Expedicionaria Británica y la flor y nata del ejército francés).

Fue la mayor batalla de cerco de la historia militar y, pese a algunas cosas que se escribieron después de la guerra, los desastrosos cercos que sufrieron los soviéticos en los primeros meses del ataque alemán no alcanzaron esta proporción. El 24 de mayo, solamente permanecían en poder de los Aliados los puertos de Dunquerque y Ostende. Aprovechando el respiro que debieron tomarse los ejércitos alemanes (la primera pausa en una ofensiva continua por quince días), los ingleses evacuaran a 370.000 hombres. Cien mil franceses pudieron eludir el cerco y escaparon hacia el sur pero debieron abandonar todo su equipo, artillería y ametralladoras, tanques y cañones, camiones, provisiones, combustible y municiones.

La derrota fue total. Los alemanes tomaron 1.200.000 prisioneros y, como dijimos, ninguno de los desastres sufridos por el Ejército Rojo entre junio y diciembre de 1941 es comparable con el descalabro anglofrancés de mayo de 1940. Aunque una dura lucha continuó durante unas cuatro semanas más (hasta que Philippe Petain pidió un armisticio el 17 de junio), la Wehrmacht había alcanzado la mayor victoria militar de toda la Segunda Guerra Mundial y lo había hecho a un costo relativamente modesto. La conquista de Francia produjo 49.000 muertos y desaparecidos a los alemanes y la dureza del choque hizo que los militares franceses sufrieran 120.000 muertos en seis semanas.

ALGUNAS CONSECUENCIAS DEL DESASTRE ALIADO

Para la mayoría de los alemanes, la victoria en el Oeste fue la reivindicación plena de Hitler y el régimen nazi. El Führer había promovido permanentemente la guerra y desde un principio insistió en la ofensiva para evitar a toda costa que Alemania se viera envuelta en una guerra de desgaste en la que las posibilidades de victoria hubiesen sido nulas. Hitler había apostado fuerte y había ganado. Ahora su régimen disponía de todos los recursos de Europa Occidental y los británicos habían sido expulsados del continente.

La Wehrmacht había reimplantado orgullosamente su rancio militarismo como el factor decisivo en las relaciones internacionales. Para los militares alemanes, que habían jurado fidelidad a Hitler, la victoria sobre una potencia de primer orden como Francia era una especie de demostración de que, con experiencia, formación bélica e impulso decidido, era posible conseguir grandes resultados a pesar de recursos relativamente modestos.

Uno de los efectos de la racionalización de los acontecimientos de mayo de 1940 fue el "mito de la Blitzkrieg" o guerra relámpago, presentado como una nueva y deliberada estrategia bélica. La Primera Guerra Mundial dejó marcados a los militares y a la gran burguesía alemana por el temor a una prolongada guerra de desgaste en la que consideraban que la posición geopolítica de Alemania haría imposible la victoria. Por otra parte, los terribles sufrimientos que había provocado esa guerra mundial y sus secuelas tampoco entusiasmaban al pueblo alemán en la década de 1930. 

El clima de nacionalismo patriotero que imperaba antes de 1914 hizo que la declaración de guerra en agosto de ese año fuera recibida con manifestaciones multitudinarias, festivas y alborozadas, al despedir a los soldados (y lo mismo pasó en Francia, Gran Bretaña y Austria), mientras que en setiembre de 1939 esas manifestaciones populares brillaron por su ausencia.

La derrota de Polonia al inicio de la guerra, en 1939, no parecía definitiva en cuanto a una perspectiva victoriosa a largo plazo. Sin embargo, la derrota de Francia condujo a que muchos extrajeran la conclusión de que el Tercer Reich había creado un nuevo tipo de organización militar que mediante el rugido de los blindados y los aullidos de los bombarderos en picada (los Stukas munidos de una sirena que sonaba mientras ametrallaban y bombardeaban) podían alcanzar la victoria de un solo golpe. Desde este punto de vista, los sucesos de mayo de 1940 se consideraban extraordinarios y atribuibles al éxito del régimen nazi en lograr una síntesis estratégica para resolver los dilemas geopolíticos de Alemania. Según estas tesituras, al reunir la tecnología bélica, la capacidad de mando, la planificación militar, la diplomacia y la organización de la economía, el nazismo había conseguido una eficiencia devastadora que hacía de la Wehrmacht una fuerza invencible.

En apoyo a esta idea, podía argumentarse que desde 1936 Hitler había estado señalando que "el tiempo operaba contra Alemania" y que lo apropiado eran los golpes de mano, los ataques por sorpresa, porque una guerra prolongada acarrearía la destrucción del país. Sin embargo, al examinar con más detenimiento el enfrentamiento de mayo de 1940, el "mito de la Blitzkrieg" comienza a desvanecerse. 

Para empezar, el ejército alemán que atacó a Francia en 1940 estaba lejos de ser una organización blindada moderna y bien templada. De las 93 divisiones alemanas en orden de combate en aquel momento, solamente 9 eran blindadas (Panzer) y contaban con un total de 2.439 tanques. Enfrente se encontraba un ejército francés dotado con más y mejores tanques (3.254 para ser más precisos). Sumando los tanques belgas, holandeses y británicos, los Aliados disponían de más de 4.200 blindados.

Por otra parte, la inferioridad cuantitativa de la Wehrmacht no se compensaba con una mejor calidad de sus tanques. De hecho la enorme mayoría de sus unidades eran los livianos Mark I y Mark II, endebles en blindaje y dotados de ametralladoras. Modelo por modelo, los blindados franceses, británicos y belgas eran superiores, particularmente los tanques pesados Char B franceses que fueron una pesadilla letal para los alemanes.

El mito de la Blitzkrieg se complementaba con el aserto de que la concentración de los tanques alemanes en divisiones especializadas les daba una ventaja decisiva. Los tanques franceses operaban en medio de unidades de infantería pero la verdad es que la cantidad y calidad de los mismos les permitía hacerlo. Además los mejores tanques de los galos estaban agrupados en unidades blindadas que eran equiparables a las divisiones Panzer.

La Luftwaffe, un ingrediente esencial para la "guerra relámpago", tampoco tenía superioridad en cantidad o calidad de sus aviones. En mayo de 1940, los alemanes contaban con 3.578 aviones de combate mientras que los aparatos de los Aliados eran 4.469. Poco antes del ataque alemán, la fuerza aérea francesa había recibido 500 aparatos estadounidenses de última generación.

En definitiva, los éxitos alemanes de hace 80 años no pueden atribuirse a una superioridad abrumadora en su equipamiento industrial para la guerra moderna. A favor del mito se ha dicho que Alemania había estado apuntando al desarrollo de una estrategia de guerra relámpago desde 1933 (para superar la ventaja en armamentos que le llevaban Francia y Gran Bretaña), pero que le había faltado tiempo para alcanzar su meta. Sin embargo, los estudios que se han llevado a cabo en los últimos años muestran que la carrera armamentista de Alemania sufrió numerosas marchas y contramarchas debidas a la situación económica del país, a la penuria en materias primas y a los problemas de balanza de pagos y disponibilidad de divisas durante toda la década de 1930. 

La síntesis estratégica a la que han aludido los partidarios de la tesis de la "guerra relámpago" no ha sido respaldada por las evidencias. Aunque la aceleración del gasto militar fue impresionante desde el advenimiento de Hitler en 1933, lo que resulta evidente es que ni los nazis ni el Alto Mando alemán expusieron nunca una fundamentación racional estratégica que anticipara la Blitzkrieg. No lo hicieron en los planes gigantes de armamentismo de 1936 y de 1938. Tampoco en 1939, seis meses antes del desencadenamiento de la guerra, cuando esos planes fueron trastocados debido a los problemas de falta de divisas y de balanza de pagos en un país altamente dependiente de los insumos del extranjero.

El comienzo de la guerra sirvió para poner en sintonía a todos los sectores del gobierno y las fuerzas armadas en torno a la producción bélica. Sin embargo, para los mandos militares el asunto esencial era la producción de municiones (lo cual parece un reflejo anacrónico de lo que se requería en 1914). El énfasis de 1939 en la producción de los bombarderos bimotores medianos Junkers 88 parecía coincidir con la importancia del bombardeo a corta distancia para la guerra relámpago. Sin embargo, el desarrollo posterior de la guerra demostró que esa importancia era ilusoria. 

La falta de sustento para el mito de la Blitzkrieg es todavía más clara cuando se considera el proceso que siguieron las decisiones estratégicas y tácticas que se tomaron en mayo de 1940. Antes de setiembre de 1939 la Wehrmacht no había establecido un plan articulado para una ofensiva en Francia. El poder militar de Francia y sus aliados no hacía de esa ofensiva una perspectiva tentadora para el Alto Mando germano. En octubre de 1939, Hitler exigió un ataque a Francia cuanto antes, y para satisfacer al Führer se diseñó un plan que no convenció a nadie. De hecho, era una versión del Plan Schlieffen que se aplicó y se estancó en la etapa inicial de la Primera Guerra Mundial, y sin embargo era con lo que contaban los mandos alemanes a mediados de febrero de 1940. Entonces, dos oficiales incautos se perdieron en la frontera francesa y fueron asesinados. Llevaban un maletín con todo el plan de ataque alemán y el dispositivo operacional completo que inmediatamente llegó a conocimiento del Mando Aliado.

Este accidente fortuito llevó a que el general Erich von Manstein, Jefe de Estado Mayor del Grupo de Ejércitos A, desarrollara de apuro un plan alternativo, sumamente audaz y novedoso: la penetración a través de las sierras y bosques de las Ardenas y el movimiento de pinzas que culminó con el desastre Aliado. La victoria relámpago en Francia no fue el resultado lógico de una estrategia cuidadosamente preparada sino el efecto de una improvisación altamente riesgosa, un conejo sacado de la galera para enfrentar un dilema estratégico que ni Hitler ni el Alto Mando habían podido resolver antes.

Lo más interesante es que el mito de la Bltizkrieg fue muy útil para los generales franceses y británicos -que encubrieron la incompetencia que habían mostrado en mayo de 1940-, así como para los gobiernos derechistas de Francia y Gran Bretaña, que habían llevado adelante la estrategia de apaciguamiento hacia Hitler desde 1938 y esperado que la "guerra boba" contra ellos se prolongara hasta que los nazis se lanzaran contra la URSS, que fue su expectativa de larga data. 

La derecha francesa en el gobierno murmuraba que era "mejor un boche que un bolchevique" y los fascistas de Action Française lo proclamaban. Esa mentalidad permeaba a los mandos ultra conservadores y a los medios de comunicación (después vendría el colaboracionismo de Vichy con Petain a la cabeza). 

Paradójicamente, la propaganda alemana no hizo especial hincapié en la guerra relámpago sino en el heroísmo y la determinación de los soldados alemanes. El Oberkommando Wehrmacht atribuyó la victoria a la dinámica revolucionaria del Tercer Reich y a su liderazgo nacionalsocialista. El determinismo tecnológico, fundamental para el mito de la Blitzkrieg, no se llevaba muy bien con el voluntarismo y los axiomas anti materialistas que promovía la ideología nazi.

LA BRILLANTE EJECUCIÓN DE UN VIEJO PRINCIPIO

Aunque no se había producido la "síntesis estratégica", el éxito del Plan Manstein dependió en realidad de la movilización de la economía alemana en 1939 y aún más significativamente de la configuración geográfica del escenario bélico de Europa Occidental. Las fuerzas blindadas de los alemanes no eran abrumadoras en mayo de 1940, pero las cosas podrían haber funcionado peor para ellos sin el incremento en la producción de tanques que se registró en 1939. 

Al terminar la campaña de Polonia, la fuerza de tanques alemanes estaba en uno de sus puntos más bajos: 2.701 unidades, la mayoría de las cuales livianos Mark I y II. Solamente 541 eran tanques medianos. Pero en los seis meses siguientes la incorporación de nuevos tanques mejoró: 785 Mark III, 290 Mark IV y 381 tanques medianos checos. Pese a esto, ninguno podía enfrentar con éxito a los Char B franceses, y los alemanes carecían entonces de artillería anti tanque para detener a esos enormes blindados que masacraron a columnas enteras de infantería germana.

A su favor los blindados alemanes contaban con muy buenos equipos de comunicación radial y una buena organización. Mucho dependía de la forma en que desplegaran sus fuerzas. Una de las explicaciones de la victoria es el brillante plan de ataque de Manstein. Sin embargo, este general no había establecido una doctrina novedosa para el empleo de blindados. 

Contrariamente a lo que sostienen algunas leyendas, Manstein no desarrolló su plan según una teoría revolucionaria de la guerra mecanizada en combinación con una fe mística en la superioridad del soldado alemán. Su clave fue el clásico principio napoleónico: concentrar una fuerza muy superior a la del enemigo en un solo punto.

La Wehrmacht enfrentaba a sus 135 divisiones con 151 divisiones de los Aliados. La superioridad puntual solamente podía conseguirse con una concentración extraordinaria y la misma debía alcanzarse mediante una sorpresa absoluta. El éxito de la Blitzkrieg no se explica por la superioridad en el equipamiento o por la moral de las tropas, sino por la exquisita aplicación de esos principios básicos de la doctrina operativa de Napoleón Bonaparte. 

El ataque hacia Holanda y el norte de Bélgica por el Grupo de Ejércitos B fue una diversión en la que se empeñaron 29 divisiones alemanas y que atrajo a las mejores 57 divisiones Aliadas. Al sur, a lo largo del valle del Rin, los alemanes desplegaron solamente 19 divisiones de segunda clase mientras que los franceses mantuvieron 36 divisiones encerradas en las moles de cemento de la Línea Maginot. En esas zonas, la Wehrmacht mantuvo una correlación desfavorable de dos a uno, lo que le permitió concentrar en las Ardenas 45 divisiones de choque ante las cuales se encontraban 18 divisiones francesas y belgas de segunda clase.

Loa alemanes eran inferiores en número a lo largo de todo el frente, pero superiores en una estrecha zona boscosa, reputada intransitable, en una relación favorable de tres a uno. La victoria germana de 1940 no controvirtió el principio de que los números son decisivos sino que confirmó que, en una situación equilibrada, la superioridad material necesaria para conseguir una ruptura solamente puede lograrse mediante la máxima concentración de fuerzas en un solo punto. Por añadidura, como no puede suponerse que el enemigo es pasivo, la ventaja solamente puede mantenerse mediante el engaño estratégico y la rapidez de maniobra.

A su vez, hay que advertir que un plan de este tipo conllevaba un enorme riesgo potencial. Los alemanes comenzaron el ataque sin contar con ninguna división blindada en reserva. Para alcanzar la superioridad máxima en el punto crucial, cada una de las divisiones fue empeñada en combate desde el primer día. Si el ataque hubiera fallado (por ejemplo por maniobras demoradas o fallas logísticas), la Wehrmacht no hubiera podido apelar a unidades móviles para enfrentar una contraofensiva. El combate fue intenso, la tasa de bajas, elevada, pero dado que la ofensiva se resolvió en un par de semanas, el costo en bajas y material fue aceptable.

Decenas y cientos de análisis de la ofensiva alemana y los sucesos de mayo de 1940 suelen omitir el hecho que el papel de la Luftwaffe fue mucho menos lucido. En el inicio de la ofensiva, la fuerza aérea alemana estuvo más comprometida aún que el ejército. En el bando contrario, los generales incompetentes del Alto Mando Aliado, que esperaban una repetición de lo sucedido en 1914, habían mantenido el grueso de sus fuerzas aéreas en reserva. 

Esto le permitió a la Luftwaffe mantener el dominio del aire en el terreno de operaciones durante los decisivos primeros días, pero lo logró a un costo insospechadamente alto. Solamente el 10 de mayo, para asegurar el dominio aéreo en el primer día del ataque, se perdieron 347 aparatos incluyendo virtualmente la totalidad de los transportes utilizados para asaltar Holanda y Bélgica. Para fines de mayo, la Luftwaffe había perdido el 30 por ciento de las aeronaves que empeñó en la campaña y un 13 por ciento había sufrido graves daños.

El principio de la concentración en un punto (el Schwerpunkt) hizo que la incidencia del golpe por las Ardenas se desarrollara en un frente increíblemente estrecho. En el sector del Grupo de Ejércitos A, el grueso de los blindados fue agrupado en una formación gigantesca, el Grupo Panzer Kleist, que contaba con 1.222 tanques, 545 carriers medio oruga y 39.543 camiones y coches, así como numerosas unidades de ingenieros y artillería antiaérea. Si esta concentración descomunal se hubiera puesto en fila en una sola carretera a partir de la frontera luxemburguesa se hubiera extendido por más de 1.500 kilómetros hacia el este.

A la hora del ataque el Grupo Kleist se lanzó a atravesar las Ardenas por cuatro sinuosas y angostas carreteras avanzando hacia el río Mosa. Cada una de las columnas tenía alrededor de 400 kilómetros de largo y debían abrirse camino combatiendo muy apremiadas por los tiempos. Las avanzadas debían alcanzar los puentes fundamentales el 13 de mayo con fuerzas suficientes para asegurar su control. Los riesgos de estas concentraciones y sus desplazamientos fueron enormes. Si los bombarderos Aliados hubieran logrado superar la sombrilla de los cazas alemanes podrían haber causado desastres. Nunca antes, y probablemente nunca después, se produjo una concentración tan enorme de vehículos automotores en un segmento tan pequeño de red vial.

El 11 y el 12 de mayo de 1940, el avance del Grupo Kleist pudo convertirse en el trancón más fenomenal de la historia. El embotellamiento fatal se previno mediante un enérgico manejo del tránsito llevado a cabo por oficiales en moto y en avionetas. El avance requirió un plan logístico rigurosamente calculado. Las reservas de combustible de Alemania, que en mayo de 1940 alcanzaban para cinco meses de guerra motorizada, se empeñaron en su totalidad para asegurar el movimiento. Los camiones cisterna cargados de combustible altamente inflamable se ubicaban entre los vehículos de combate a la cabeza de las unidades blindadas. A lo largo de todos los recorridos se habían establecido previamente depósitos de combustible en tanques de 25 litros que la tripulación de los blindados podía cargar sobre la marcha.

No solamente los vehículos debían marchar día y noche sin detenerse durante 72 horas. Para conseguir que los conductores manejaran sin interrupción se les suministraba Pervitin, la fórmula original de la anfetamina, actualmente conocida como "speed" pero que entonces era popularmente denominada "chocolate de tanque" (Panzerschokolade).

Ahora llega el momento de poner las cosas en su lugar. Esta operación, que ha sido muy estudiada por los organizadores militares, y utilizada a fines del siglo XX y en el XXI, está rodeada de un halo ilusorio que los hechos contradicen en forma inocultable. La impresión de modernidad y movilidad está envuelta en otros tantos mitos. El hecho es que el combustible y las anfetaminas estaban reservados exclusivamente para una docena de unidades de asalto. La enorme mayoría de las tropas llevaron a cabo la invasión a pie. Sus suministros fueron transportados como en el siglo XIX mediante carros tirados por caballos.

A pesar de la eficiencia de la planificación logística y de la gran capacidad de marcha de los infantes alemanes, estos no habrían logrado el éxito si no hubiese sido por las características específicas del teatro de operaciones. La costa del Canal de la Mancha le proporcionaba a los alemanes un obstáculo natural, ubicado a unos pocos cientos de kilómetros de su frontera, contra el cual encerrar al enemigo. En este espacio, un sistema de abastecimiento motorizado, bien organizado, podía funcionar adecuadamente, y por esa razón la diferencia entre la velocidad de desplazamiento de las unidades blindadas y la del resto del ejército no fue excesiva.

Por añadidura, la Wehrmacht dispuso de una densa red de amplias carreteras pavimentadas y abundantes recursos en una de las zonas más ricas de Europa. De hecho podían desplazarse y alimentarse sobre el territorio en condiciones ideales. En Polonia los alemanes habían enfrentado situaciones muy diferentes y debieron realizar un enorme esfuerzo para mantener el momentum de su ofensiva. A partir del 22 de junio de 1941 volverían a encontrarse en condiciones muy distintas de las ideales de mayo de 1940, con el agregado de enfrentarse a enemigos que, en la enorme mayoría de los casos, nunca dejaban de combatir.

EL MITO DE LA BLITZKRIEG: TIMBA O TUMBA

El éxito de la ofensiva alemana y la derrota de Francia en 1940 pueden cuestionar las explicaciones que se apoyan en la lógica simplista de la fuerza bruta, pero suponer que el equilibrio material de las fuerzas enfrentadas es un factor irrelevante hace que los análisis caigan, irremediablemente, en el voluntarismo. 

Como dijimos, la Blitzkrieg no fue una alteración novedosa de las reglas básicas de la guerra. La victoria alemana de 1940 no es un acontecimiento misterioso capaz de ser explicado solamente en términos de un impulso combativo incontenible del ejército alemán y de la falta de voluntad para la lucha por parte de los franceses.

Las perspectivas de éxito de los alemanes no eran buenas pero tampoco eran tan negativas como para que los inconvenientes no pudieran ser superados por medio de una buena planificación y capacidad de maniobra. El análisis de la mecánica de la Blitzkrieg muestra que los alemanes alcanzaron un grado increíble de concentración de fuerzas en un punto débil del frente y que llevaron a cabo la maniobra por sorpresa, un despliegue de gran eficiencia y un avance sumamente veloz. Sin embargo, también resulta evidente que Hitler y el Alto Mando de la Wehrmacht efectuaron una jugada de altísimo riesgo donde las posibilidades de fracasar fueron enormes.

El Plan Manstein que permitió la aplicación consecuente del principio napoléonico era, al mismo tiempo, una jugada del tipo "un solo disparo", que podía fracasar por múltiples razones. Si el movimiento hubiese sido previsto o enlentecido, el castillo de naipes se habría derrumbado y la Wehrmacht hubiera perdido su capacidad operativa. Fue una jugada a todo o nada y salió bien, pero no fue un milagro. Las condiciones materiales y concretas de la guerra y la política indicaban que no era un éxito pasible de repetirse, porque Hitler y sus generales no habían descubierto una receta infalible para los milagros militares.

Al apreciar los enormes riesgos que entrañó el Plan Manstein, es inevitable la comparación con otra gran apuesta del nazismo: el ataque a la Unión Soviética, que se inició el 22 de junio de 1941. En ambas ofensivas la Wehrmacht no mantuvo reservas significativas. En ambas se jugó todos los boletos a la obtención de una rápida y decisiva victoria en la etapa inicial del enfrentamiento, y si esto no se lograba era previsible un desastre. Los resultados totalmente diferentes de la apuesta se pueden explicar en términos de la lógica militar convencional.

Los alemanes se enfrentaron con los soviéticos: un enemigo que disponía de ventajas materiales, mayor espacio para maniobrar, una conducción altamente capaz y sobre todo una moral combativa inesperada para los hitlerianos, ampliamente imbuidos de sus mitos de superioridad racial. Los conceptos napoleónicos básicos serían mucho más difíciles, si no imposibles de aplicar, pero esto será materia de un próximo artículo.

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