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INSERCIÓN INTERNACIONAL E IDEOLOGÍA

 Publicado: 04/03/2020

La incómoda presencia del mundo en la política nacional


Por Rodolfo Demarco


Con frecuencia, los análisis políticos que hacen los partidos, en campañas electorales o fuera de ellas, exhiben déficit en el tratamiento de la política internacional. No es que el tema no se incluya, pero muchas veces se lo trata insuficientemente y sin tener en cuenta los grandes cambios producidos en las últimas décadas. Sucede en todo el arco ideológico. 

La inserción en el mundo es fundamental para los países, cuando el contexto global pone en cuestión la capacidad de los gobiernos nacionales de tomar decisiones soberanas a favor de sus intereses y evitar situaciones negativas o, lisa y llanamente, críticas. Acaso el desafío más difícil para un gobierno contemporáneo sea impedir los efectos perjudiciales exógenos. 

¿Qué son, después de todo, los mentados “riesgo país” y “grado inversor”? No otra cosa que mediciones -no necesariamente acertadas- de las fortalezas y debilidades de un Estado para hacer lo que le conviene en el mundo que le ha tocado. Naturalmente que sobre “lo que conviene” hay visiones diferentes, que responden a los intereses económicos y sociales que se priorizan. Pero en cualquier caso, independientemente de la orientación de un gobierno, lo que se puede lograr depende en alto grado de factores internacionales, de las condiciones -económicas, financieras, comerciales, políticas- existentes más allá de las fronteras nacionales. 

No tenerlo en cuenta en toda su complejidad dificulta el accionar político. Y no es un asunto que competa solo a lo financiero, a lo económico-productivo y a lo comercial. También a factores intangibles como la confianza que trasmita un país, su solidez institucional, su grado de democracia, entre otros. 

CELULARES Y VACAS

El escenario en el que se realiza la producción de bienes y servicios es, en gran medida, internacional. Para ejemplificar al respecto suele apelarse a lo que sucede con la fabricación de un celular, aparatito que tiene incorporadas materias primas, mano de obra e innovaciones tecnológicas procedentes de decenas de países. Pero también una vaca uruguaya es resultado de aportes de diversos orígenes: tiene trabajo efectuado en la tierra del país; en laboratorios dispersos por el mundo; en centros de investigación agropecuaria uruguayos (como el INIA[1]) y de otras naciones; en procesos de producción de maquinaria e insumos que tienen lugar más allá de fronteras; en el mundo sin patria de la informática, con computadoras instaladas en la propia maquinaria agrícola, en algún lugar del predio donde nace o se cría el vacuno, o a miles de kilómetros, en cualquier lugar del planeta, a través de múltiples manifestaciones de la tecnología. Todo eso y mucho más interviene decisivamente en la producción, trazabilidad, controles de calidad e instancias de procesamiento y comercialización del animal. Dicho sea de paso, es una simplificación considerar que el ganado uruguayo contemporáneo es una simple “materia prima” o “producción primaria”; más allá de que se genera a partir de un recurso natural, culmina con un producto que tiene incorporada ciencia y tecnología como cualquier artefacto de la industria electrónica, salvando las obvias diferencias.

Los países casi no pueden producir ni vender algo por sí solos; no pueden hacerlo sin contar con otros aportes materiales e intelectuales extranacionales. Por lo tanto, la inserción internacional es un asunto clave para cualquier Estado, y está directa o indirectamente relacionada a su existencia en los planos económico, social y cultural en un amplio sentido. No se trata solo de comercio, de importación y exportación. Cada vez cuentan más las cadenas de valor, la complementación científico-tecnológica, la captación de inversión, el vasto universo de los servicios…

POR DERECHA

Integrantes del gobierno recientemente asumido en Uruguay, y en particular el presidente Luis Lacalle Pou, han reiterado que en cuanto a relaciones internacionales hay que atenerse a “lo que le conviene al país” y “desideologizar” el tema. Pero no viene actuando así la coalición de derechas. Y ya desde el comienzo, al considerar a quiénes había que invitar y a quiénes no al acto de trasmisión de mando, el primer mandatario sostuvo que solo se ha optado por países con “democracias plenas”. En América solo Uruguay, Costa Rica y Canadá tienen esa calificación según el índice de democracia global que cada año elabora la Unidad de Inteligencia de The Economist, con sede en Londres, y que no ha recibido cuestionamientos en el sistema político uruguayo. No invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela porque “no son democracias plenas”, como sostuvo el presidente, raya el disparate. ¿Lo son la mayoría de los países que estuvieron representados en el acto del domingo 1º de marzo? ¿Lo es China, por ejemplo? ¿Lo son otras naciones invitadas que no hacen elecciones ni respetan los derechos humanos?

Esta primera decisión de política internacional del gobierno estuvo impregnada de ideología y entraña mucha hipocresía: China es el primer socio comercial de Uruguay; los pronunciamientos sobre Venezuela y Cuba constituyen reverencias a Estados Unidos e intentos de aprovechar situaciones externas que, según suponen algunos, pueden serle políticamente redituables.

Hay represión y violaciones a los derechos humanos en países tan diferentes como China, Chile, Venezuela o Colombia. No obstante, el nuevo gobierno uruguayo -como lo hizo el anterior- deberá mantener las relaciones diplomáticas con esos y tantos otros países buscando incrementar los intercambios comerciales, de complementación productiva, cultural, en el área de los servicios, etcétera. Pero ello no obsta para que ante hechos injustificables haya pronunciamientos de condena por parte de Cancillería y, mucho más aún, de los partidos políticos, estén o no en el gobierno.

Esto parece elemental. Sin embargo, como en los casos señalados, se actúa con doble criterio, ideologizando la política internacional, lo que puede ocasionarle al país perjuicios en su relacionamiento exterior.

POR IZQUIERDA

En la izquierda, por su parte, perviven ataduras a esquemas que no responden a la realidad contemporánea y parecen formulados para la era bipolar. También, como en tiendas de otros signos políticos, hay doble discurso y se hace un manejo interesado al caracterizar a los gobiernos según supuestas afinidades ideológicas. En el Frente Amplio (FA) hay sectores que analizan el escenario internacional como si no hubiese desaparecido el bloque del “socialismo real” encabezado por la Unión Soviética y como si este hecho fundamental de la historia contemporánea no hubiera cambiado los parámetros de la política mundial. No se advierten las características de las nuevas derechas[2]; se hace una presentación de los poderes financiero, económico y cultural como si operaran de la misma forma que en el siglo pasado. 

Esa metodología conduce a ubicar las piezas del rompecabezas mundial en dos grandes bandos. Lleva a simplificaciones maniqueas como, por ejemplo, sostener que los males de Argentina se deben exclusivamente a Macri y los de Chile a Piñera. Ambos gobernantes de derecha fueron muy duros para las grandes mayorías populares, no caben dudas. Pero un análisis de izquierda debería reconocer lo que significaron, además del menemismo, los gobiernos kirchneristas en Argentina, o la incapacidad de la izquierda y centroizquierda chilena, y también la derecha que ya había gobernado con Piñera, para poner fin a herencias del pinochetismo y abordar desafíos más recientes. 

O sea, ante la complejidad de los hechos, hay análisis que optan por instalarse en la comodidad de lo conocido, en lo ya dicho; en un mundo en el que haya “buenos” y “malos” que se parezcan a los del siglo pasado, sin admitir, por ejemplo, que muchas veces hay “malos” de un lado y “malísimos” del otro. 

El gobierno del FA evitó ese anclaje en un pasado que ya no existe, pero en la fuerza política existen sectores que no lo han hecho. Tal posicionamiento dificulta el accionar político y varias veces le complicó la vida a su propio gobierno. El Frente Amplio debería incluir estos aspectos en su prometido examen autocrítico.

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Independientemente de las orientaciones políticas y los intereses económicos y sociales que se defiendan, más vale entender y tener en cuenta cómo se ha ido reconfigurando el mundo. Mundo en el que cada país debe negociar, lograr mercados e inversiones, preservar su soberanía, su derecho a la autodeterminación, la paz, la libertad y la justicia, sus posibilidades de desarrollo humano... Y contribuir a abrir caminos alternativos a un “orden” internacional injusto y peligroso.

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