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AL PIE DE LAS LETRAS

 Publicado: 03/10/2018

De ángeles…


Por María Laura Blanco


Bajé del camión con las dos alas apretadas contra mi espalda por el largo viaje. Una ola de polvo me hizo cerrar los ojos.

La calle de tierra era larga y sinuosa. A los costados unos pocos ranchos y un alboroto de cotorras alrededor del único árbol visible: una acacia vieja, tirada ya contra el suelo, hastiada de albergar intrusos.

El camión paró unos minutos para dejar las garrafas de gas, unas bolsas de papas y tres paquetes que parecían libros.

Quedé inmóvil tratando de ver quiénes me rodeaban mientras el vehículo, ruidoso y destartalado, se alejaba, perdiéndose en el polvo rojo. Los niños, descalzos, casi desnudos y los pelos pegados a la frente, dieron vueltas a mi alrededor sin pronunciar palabra.

Sentí que en cualquier momento me desplomaría derretida por aquel sol.

Quise aproximarme a la acacia para descansar debajo de su escasa sombra pero no pude moverme, los niños tironeaban con fuerza de las alas impidiéndome avanzar.

A lo lejos vi un carro bamboleante como un ebrio, tirado por un hombre viejo y lento. El viejo tiene un cigarrillo en la boca y sus pies descalzos se ven amoratados.

En el carro trae unos bidones con agua, algunos panes redondos, negros y cuatro gallinas con los ojos vendados chocándose entre si.

Es el ángel, es el ángel que estábamos esperando, gritan los niños.

La voz del hombre ronca y segura espantó a los pequeños que se fueron corriendo hacia el lado del mar.

No encontré palabras para agradecer aquel gesto y cuando reaccioné habían desaparecido el carro, el viejo y los niños.

Un silencio extraño, como de final, se adueñó del espacio. Al mismo tiempo el viento fuerte, casi agresivo, hizo desplegar un poco más las alas.

Sentí presencias, ojos observando en cada ventana. La mochila pesa pero creo que es una fuerza invisible la que me impide avanzar.

Recordé que a veces, cuando uno cree que todo termina, en realidad, recién comienza.

Veo salir humo de algunas chimeneas, eso me tranquiliza. Sé que no estoy sola.

Un rancho con una cruz de madera me indica que allí está la iglesia.

Me detengo y entro pisando los pastos altos. Las paredes del rancho están torcidas, el techo tiene algunos agujeros y hay telas de araña en la puerta.

Tendré tiempo de ventilar, pienso. Hay que sacar todas las cosas al sol que ahora se deja caer vertical sobre mi cabeza.

Abro cada ventana y recorro las piezas que están frescas y con olor a humedad. Parece que revivo, me siento en un taburete de madera, rústico frente a la puerta que da a la calle.

En pocos minutos comenzó el desfile: enanos, gigantes, amputados, niños y viejos, viejísimos seres con cara de tortuga y otros con caras de gaviota. Pasan en lenta procesión y cada uno deja algo en mi puerta. Aún con las alas me acerco y abro los brazos en forma de saludo. Uno se esconde detrás del otro con súbita vergüenza. Luego los galgos ladran con desespero. Escucho voces murmurando un rezo.

Acomodo mis cosas, primero las esferas de cristal, luego los zancos y el traje para subir al trapecio. Por último cuelgo las alas que mis tías confeccionaron con paciencia y perfección.

Así fue el inicio de mi vida en el lugar.

Un día, mucho tiempo después, el pájaro entró por la ventana y supe que era el momento.

En la plaza del pueblo me aguardaba el cable de acero, alto, tan alto que parecía tocar las nubes.

Con extremo cuidado me coloqué las alas y con las bolas de cristal reflejando un arcoiris por la calle de tierra, aquel mediodía, muy parecido al que me trajo el camión, caminé sin prisa, hacia donde todo termina o donde todo comienza.




La mirada de un ángel


Yunque, cobre
plata coloidal
mirada límpida
la carne arde
deshaciéndose
en la tarde
desgarros de risa
llanto sin motivo
buscamos al ángel
que se ha ido
con alas marchitas
no podrá volar
el ojo derecho
le tiembla
el izquierdo
mira atrás
vuelve a casa
mirón entrometido
no escapes del horror
eres fuerte, invencible
aunque hayas olvidado
las lenguas que te enseñé
vuelve, te necesitamos
aún no llegó la hora
de la muerte
estamos jugados al misterio
incansable de lo ínfimo
ven, recuéstate
te daré un beso en la frente
te lavaré los pies
te invocaré los lunes
y el resto de la semana
podrás partir
el misterio te pertenece
las nubes te acogerán
el viento es tu amigo
cuídate del fuego
con su rojo de sangre
cuídate del agua
con su prístino azul
lo transparente es confiable
la niebla un poco menos
oculta seres en sus partículas
te pueden convencer
el pájaro alimenta al pichón
lo esconde mientras sale
la pájara sabe
no debe exponerse
eres montículo
de cosas puras
apúrate, te necesitamos
al borde del abismo
en las agujas del dolor
caminamos
esperándote
confiamos en ti
aunque la risa sarcástica
del enemigo te señale
sabemos que estás
de nuestro lado
ayúdanos a rezar
y no temer
el siniestro castigo
de ese dios
que te ha condenado
al sacrificio.




Mandato de ángel


debes ser
donante de energía
susurró el ángel
temblé de miedo
cerré los ojos
al abrirlos estaba
a solas con el viento
el ángel ya era
un desaparecido
me pregunto
cuántas veces no vi
cuánto cerré los ojos
por cobarde
a quién ahuyenté
por pavura.




El ala del ángel

Al hermano de Santiago Maldonado, a Sergio


¿Cómo volverás a ver todos los colores?
se te quedó el color de la muerte
para siempre,
Lo viste crecer, jugar, hacer macanas
fuiste su ídolo, seguro
el hermano mayor
el más canchero
esas ocho horas cuidándolo
protegiéndole el cuerpo
basta ya de profanaciones,
pensabas
basta ya
de tanta tortura
pero no, faltaba aún
son implacables.
Te tocó ese lugar de férrea muralla
hubieras preferido ser árbol, cobijo
abrazarlo, cantar como borrachos
encender el fuego, calentarse
disfrutar el silencio
percibir el ala del ángel, rondando
desgarro, amputación hasta el fin de los días.
¿Cómo mirarás los ojos de tu madre?
¿Dónde te esconderás a llorar?
Y te imagino sentado a la orilla del río
en una piedra, con el cuerpo colgando
de tu hermano
casi una Piedad viviente
y nosotros tan lejos
sin capacidad de dar consuelo.

María Laura Blanco nació en la Villa del Cerro, Montevideo, Uruguay. Es Licenciada en Trabajo Social y madre de dos hijos. Ha publicado poemas en Cualquiercosario, La piedra mordida-La Pierre mordue (edición bilingüe), así como en diversas antologías y revistas. Coordinó ciclos literarios en Montevideo. Lee poesía en ciclos uruguayos, argentinos y chilenos; en escuelas, refugios para personas en situación de calle, liceos, facultades y lugares a los que se la invita. Durante cinco años participó del Taller de escritura Narrares (ex-alumnos de Mario Levrero). Ha realizado talleres de sensibilización para la escritura en situaciones de encierro (cárceles, refugios para mujeres víctimas de violencia de género).

Considera que cocinar para los otros es un acto creativo y amoroso.

Un comentario sobre “De ángeles…”

  1. Una escritora de excelencia. Su escritura encierra todo lo que tiene que tener un escritor con mayúscula :sensibilidad, misterio capacidad para atraparnos y la sabuiduría de alguien que sabe las cantidades exactas de una mezcla y nos brinda un manjar para nuestros ojos y nuestro paladar literario. Salud! María Laura

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