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AL PIE DE LAS LETRAS
“Pequeños sucesos de un atardecer” y otros textos
Por María Laura Blanco
1.
Se cae la luna en el arenal, el mar enfurecido, brama. Camino sin prisa, la cabeza envuelta en la pañoleta violeta con florcitas, al mejor estilo de las divas de Hollywood. El viento levanta arena hasta la mitad de la pierna que tuve la precaución de proteger con una babucha de bambula, ajustada en el tobillo. Un canguro de algodón grueso, con bolsillos enormes para proteger las manos; en el pecho se balancean los prismáticos, un regalo de mis hijos para avistar aves en un futuro. No hay nadie marchando ni en mi dirección ni en la contraria, mejor dije.
Se anuncia el temporal pero no estoy dispuesta a volver.
2.
Puede que la niebla me acorrale
pero si eso sucediera
saldré a buscar la luna
la semilla encima del algodón
germinador de estrellas
agazapadas en bóveda azul
para escuchar arrullos iniciáticos.
3.
Dedicado a R.O.
El arpa hebrea vibra en su boca
trae canción de pájaros en árboles
al atardecer de un día veraniego.
Los jóvenes llegan de la playa
sudorosos, sucios de arena y sal
la manguera en el patio
debajo del parral, espera.
La música se confunde con el viento,
la pastafrola, la cocoa fría, el mate.
De noche, ya limpios y frescos
se sentarán en el muro del frente
a ver pasar vecinos, a comentar
del ahogado, a olvidar.
Aunque ya sueñan las aves
hay alguien invisible, generoso
con sonidos y silencios prontos
para volar.
4.
Pequeños sucesos de un atardecer
Fuimos a la laguna para ver caer al sol. Llevamos un poco de galletas con la intención de atraer a los patos y a las gallaretas pico rojo que se arremolinan contra el alambrado. El caballo cambió de orilla porque el pasto está más crecido de este lado, saca la cabeza por encima de un poste y unas niñas se acercan a mimarlo. Es manso parece, igual no me da confianza. Ayer me pareció marrón pero es negro. El cielo se refleja en el agua y el movimiento de los patos yendo y viniendo, en fila o desordenados, genera infinitas ondas, vibraciones casi imperceptibles que hacen de la superficie un espejo atrapante. Recuerdo cuando armábamos el árbol de navidad con el pesebre, nunca faltaba el trocito de espejo oficiando de lago con sus tres patéticos patitos de plástico y un cisne de cuello negro. La luz va generando un clima extraño y el hombre sale de su casa con un berimbau, un perro negro y un banquito. Parece un personaje de tiempos bíblicos, es flaco, enjuto, tiene el pelo muy largo, casi hasta la mitad de la espalda, canoso y con raya al medio. Saluda y hace sonar el berimbau. Los patos se detienen a escuchar y nos cuenta que muchas veces cruzan hasta su casa, que el sonido los atrae. El lugar ya es una explosión de colores. Se acerca una pareja a preguntarle si su hija había llegado. Comenta que debe estar a punto de doblar la esquina. Hacen unas bromas acerca del perfume y me señalan como culpable. Es patchouli que compré en el kiosco de Cecilia.
Saco fotos y me regocijo como los patos. Ya las sombras comienzan a caer. Hablamos del tiempo, de que vino poca gente. El hombre cuenta que cada temporada sufre el terrible impacto de la invasión de turistas y luego el de su partida.
Hay que acomodar al cuerpo, si es posible con bastante alcohol, encurdelarse para resistir, dice. Y lo comprendo.
5.
Alebrijes sin colorear
sueños en blanco y negro
no se necesita más.
Camino y enfoco el ojo
sigo serpenteando abismos
ya llegaré.
Interesante narrativa de lo cotidiano, convertido en prosa hacen que esos momentos sean magicos.
Excelente
Muy lindo