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EL MAESTRO DE TRÉVERIS TIENE 200 AÑOS

 Publicado: 05/06/2018

Y sigue tan campante


Por Luis C. Turiansky


En su ciudad natal, Tréveris (Trier en alemán), los comunistas chinos donaron una estatua de seis metros en su honor y a su descubrimiento asistió Jean Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea. Unos comerciantes astutos ofrecen a los turistas imitaciones de billetes con la efigie del fundador del comunismo, de un valor nominal de cero euro. Cuestan tres euros. Podría pensarse que es el triunfo del mercado sobre la utopía social, pero en el fondo el valor nominal nulo también podría simbolizar el fin del dinero, una de las metas de la transformación de la sociedad según el homenajeado.

Los billetes se venden solos y, en general, la avalancha de turistas a la histórica ciudad junto al Mosela es actualmente más visible que de costumbre. ¿Por qué? Simplemente: el 5 de mayo se cumplieron doscientos años del nacimiento de Carlos Marx.

TODAVÍA TIENE QUÉ DECIR

El éxito turístico de los actos recordatorios en Tréveris es solo un hecho circunstancial que acompaña el interés renovado por las ideas emancipadoras de su ilustre ciudadano, varias décadas después de haberse declarado el fin de las corrientes ideológicas por él inspiradas.

Tras la caída del modelo soviético de socialismo y la perplejidad que esto produjo en los partidos comunistas del mundo, el viejo "topo de la historia" (como decía él mismo) siguió horadando los cimientos de la sociedad capitalista. Hoy los perplejos son los economistas de la escuela neoliberal, que no encuentran solución a la crisis global. De ahí que haya sido necesario sacar de los estantes polvorientos El Capital y ponerse a estudiar.

Es el capitalismo contemporáneo, en su formato global, el que se ha encargado de terminar esa obra inconclusa, confirmando a la vez sus previsiones. Yanis Varoufakis, en Marx predijo nuestra crisis actual (The Guardian, Londres, 20.4.2018), escribe, al referirse en particular al Manifiesto Comunista, publicado por primera vez en 1848:

"Ver más allá del horizonte es la ambición de todo manifiesto. Pero conseguir, como hicieron Marx y Engels, una descripción precisa de lo que iba a suceder un siglo y medio más tarde, y analizar las contradicciones y las opciones que hoy tenemos por delante, es algo francamente pasmoso. Hacia el final de la década de 1840 el capitalismo estaba apenas en pañales, era de ámbito local, fragmentario y humilde. Y con todo, Marx y Engels avizoraron lejos y previeron nuestro capitalismo globalizado, financista, engalanado de acero, cantante y danzante. Esta criatura vino al mundo después de 1991, en el mismo momento en que las fuerzas dominantes proclamaban la muerte del marxismo y el fin de la historia".

Varoufakis hace bien, al reivindicar a Marx, en mencionar un trabajo hecho en común con Engels, su inseparable amigo y compañero de búsqueda intelectual y de lucha. El valor de este último no debería quedar a la sombra de Marx, el fundador. Fue cuando su pensamiento provocó polémicas y división en el seno del movimiento obrero, que surgió el atributo "marxista" para designar a los fieles, concepto que Marx rechazó reiteradamente. Pero dejemos este tema. Lo que mueve a Varoufakis es destacar el carácter premonitorio de muchos postulados, sean estos firmados por los dos o por uno solo, y la forma paradójica en que tuvo lugar su comprobación mucho después:

"Yo recuerdo, dice, cómo a principios de los 70 hasta economistas de izquierda cuestionaban la predicción fundamental del Manifiesto, sobre que el capital se extendería por todas partes, estableciéndose por doquier y creando sus conexiones en todo el mundo. (…) Tuvo que producirse el colapso de la Unión Soviética y la inserción de dos mil millones de trabajadores de China y la India en el mercado capitalista del trabajo, para que esta predicción se cumpliera. La verdad es que, para que el capital se globalizara plenamente, fue necesario primero que los regímenes que proclamaban sus raíces en el Manifiesto cayeran derrotados. ¿Produjo la historia una ironía más contundente?"

Las dudas de algunos economistas que evoca Varoufakis podrían parecer hoy irrelevantes, pero han podido tener cierto peso en una época en que primaba la sistematización doctrinaria de las ideas de Marx y su formulación en postulados inamovibles, acompañados si se quiere de su complemento leninista. El "colapso" de marras fue tanto el resultado de los errores de interpretación de los mismos, como el de la propia dialéctica del proceso histórico, lo cual no deja de ser otro homenaje inesperado a su autor espiritual.

EL LEGADO

Podríamos limitarnos a dos aportes fundamentales del pensamiento de Marx que, en mi opinión, tienen validez universal: 1) el concepto de la lucha de clases como motor de la historia, y 2) el descubrimiento de la plusvalía como fuente de la riqueza capitalista.

Si la lucha de clases está actualmente en entredicho por considerar algunos que la clase obrera ya no existe, en cambio pocos dudan del papel de la plusvalía en los mecanismos de enriquecimiento de los dueños del capital a partir del valor creado por el trabajo. Aquí, si las opiniones divergen, esto solo tendrá que ver con su eventual justificación económica o, por el contrario, su injusticia y la necesidad de su superación histórica.

El desmoronamiento de las economías socialistas estatizadas y la búsqueda de caminos hacia el progreso social mediante la convergencia de corrientes diversas, al estilo del Frente Amplio, parecerían propiciar una estrategia de entendimiento en lugar de antagonismos sociales. De tal suerte, cuando algunas fuerzas o el movimiento sindical plantean críticas más o menos duras a la actuación de los gobiernos de izquierda, suelen despertar con ello la desconfianza o incluso el malestar de los políticos comprometidos. Algunas veces dichas críticas pueden ser una manifestación de impaciencia o de incomprensión por la lentitud en que se producen los cambios sociales. Pero también responden a la falta de voluntad de diálogo en las cúspides.

El malentendido puede ser incluso de carácter semántico, puesto que, de una manera general, para Marx y sus seguidores, "proletarios" no son únicamente los obreros fabriles, sino todos los trabajadores asalariados en general, carentes de medios de producción y por lo tanto obligados a vender su fuerza de trabajo por un salario que les permita vivir, ellos y sus familias. El tipo de trabajo que desempeñen, manual o intelectual, no es lo importante, ya que lo que los define como clase social es que no son dueños del establecimiento donde trabajan. Por otra parte, el capitalista moderno tampoco se parece a la imagen típica que nos muestran los viejos grabados alusivos del movimiento obrero, donde el patrón es un gordo holgazán que fuma habanos, expolia a sus obreros y abusa de las mujeres.

El lugar de trabajo es hoy muy distinto de lo que fueron los talleres infectos del siglo XIX, donde había que trabajar hasta doce o catorce horas en ambientes insalubres por un sueldo miserable. Tras cruentas luchas, que recordamos cada primero de mayo, la clase obrera consiguió imponer un límite legal al tiempo de trabajo, el derecho a organizarse en sindicatos y la negociación colectiva, así como otros importantes adelantos sociales. También las condiciones de vivienda han mejorado. Todo cambia, pero, curiosamente, la esencia de la explotación capitalista sigue siendo la misma que en tiempos de Marx y Engels.

Es más: nunca en la historia de la humanidad la brecha entre los más ricos y los más pobres y la concentración de la riqueza en pocas manos han sido tan elocuentes. Mientras la revolución tecnológica se refleja en el avance de la productividad, los ricos son cada vez más ricos pero su número relativo decrece. Aun aplicando la famosa ecuación de Marx por la cual la tasa de ganancia del capital tendería a disminuir, las ganancias acumuladas de esta gente sobrepasan lo imaginable, mientras millones de seres humanos viven en la pobreza.[1] ¿Y cuántos de los más ricos han invertido alguna vez en la producción de bienes? Esta contradicción es la que inspira la imagen apocalíptica de Varoufakis acerca del "capitalismo globalizado, financista, engalanado de acero, cantante y danzante".

Esta situación es también fuente de tensiones sociales y alimenta la aspiración de cambio a escala mundial. Desde luego, cuando se habla en nombre del 99% de la humanidad contra el 1% de propietarios de la riqueza mundial, sin duda se exagera, o a lo sumo puede aceptarse como una licencia poética, ya que aun dentro del susodicho 99% los intereses no son homogéneos. Pero tal vez esa masa represente el germen de una futura coalición, todavía difícilmente imaginable, de fuerzas renovadoras.

LA NECESIDAD DE UNA RELECTURA CRÍTICA

El filósofo esloveno Slavoj Žižek, en su libro "Vivir en los tiempos finales”, (Living in the End Times, 2010), describe en estos términos las características del capitalismo en crisis:

"El sistema capitalista global se está acercando a su punto cero apocalíptico. Sus "cuatro jinetes del Apocalipsis" son la crisis ecológica, las consecuencias de la revolución biogenética, los desequilibrios internos del sistema (como los problemas relativos a la propiedad intelectual y las luchas próximas por las materias primas, los productos alimenticios y el agua), y el explosivo incremento de la división social y la exclusión." (Verso, 2011, traducción propia).

La cita corresponde a un libro escrito en momentos en que arreciaba una profunda crisis financiera global, provocada por la crisis hipotecaria que la precedió en Estados Unidos. Sin embargo, es opinión generalizada que sus efectos aún no se han podido superar y en cualquier momento puede estallar una nueva ola recesiva. Mientras el interés de lucro siga siendo el factor dominante a despecho de las necesidades globales, el sistema vigente, de no pararse, puede arrastrar a la humanidad a una catástrofe imprevisible.

En estas condiciones, vuelve a plantearse la disyuntiva de mantener, haciéndolo más potable, el sistema económico actual, o transformarlo de raíz, para lo cual las ideas de Marx tienen especial vigencia. Ahora bien, esto no significa, desde luego, que sea posible trasladar automáticamente a nuestra época todo el contenido de su obra, sin cambiar palabra. La utilidad actual de su estudio no consiste en repetir, sino en profundizar y aplicar sus conclusiones a las condiciones de hoy. Es lo que hicieron, o trataron de hacer, en su momento, sus sucesores más esclarecidos, como Kautsky, Lenin, Gramsci y tantos otros. Hoy sería oportuno revisitarlos sin los prejuicios creados por el dogmatismo ni por el revisionismo exacerbado de nuestra época sin fe, y sacar lo duradero de cada contribución honrada a la causa del progreso.

En segundo lugar, si en un tiempo Marx era el patrimonio casi exclusivo de los comunistas y de algunos socialistas, hoy paradójicamente son principalmente otros quienes se ocupan de estudiarlo. Los marxistas de otrora parecen considerar que, puesto que "ya lo conocen", no necesitan volver a él. Los nuevos autores, por su parte, traen al debate su ventaja de estar libres del peso doctrinario de los militantes organizados, pero no consiguen lograr una síntesis programática capaz de aglutinar muchedumbres.

El desafío de siempre, el hecho que Marx haya muerto sin terminar su obra principal, El capital, cuyo tercer tomo fue redactado por Engels basándose en las notas manuscritas dejadas por el autor y sus múltiples discusiones, puede ser por el contrario una suerte. No sabemos a ciencia cierta cómo se imaginaba él la sociedad sin clases del futuro y tampoco estamos atados por las recetas dogmáticas o voluntaristas, basadas en deseos que no tienen en cuenta la realidad cambiante. Para tener una idea más completa de la intención de este autor complejo, hay que considerar toda su obra en su conjunto. Hoy se redescubren algunas obras anteriores, en las que Marx expuso su pensamiento en forma sucinta, como sus notas conocidas con el título de "Bases para la crítica de la economía política" (1857-58), muchas veces citado en alemán "Grundrisse", o bien su "Contribución a la crítica de la economía política" (1859).

Pese a todas las lagunas dejadas por Marx al morir, su obra sigue siendo un instrumento indispensable para comprender la esencia del sistema capitalista. Desgraciadamente, roto el encadenamiento de la experiencia a través de las generaciones tras la derrota del proyecto socialista del siglo XX, es más bien la improvisación, el populismo y la utopía, lo que parece ganar terreno en las protestas populares contra el sistema dominante.

También sigue teniendo actualidad la advertencia de Federico Engels acerca de que "toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método; no ofrece dogmas hechos sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha investigación."[2]

Finalmente, en la fase actual del desarrollo histórico, la acción requerida y las soluciones propuestas serán seguramente de esencia democrática y plural, en todo caso más abiertas que en los tiempos de Marx y Engels. Ojalá los jóvenes de hoy lo comprendan mejor que sus antecesores.

[1] Thomas Pikkety, en El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014), explica esta aparente divergencia entre la disminución de la tasa de ganancia y el aumento de la riqueza acumulada, entre otras cosas, por la acumulación hereditaria de las familias más favorecidas. Es cierto, pero también es un hecho que los beneficios del aumento de la productividad de la que somos testigos van a parar sobre todo a las cajas fuertes de los capitalistas más que al bolsillo del trabajador.

Carta de Engels a Werner Sombart, fechada en Londres el 11 de marzo de 1895. La frase llegó a adquirir con el tiempo forma de lema: "El marxismo no es un dogma sino una guía para la acción", con lo cual, contradictoriamente, se convirtió en otro dogma.

3 comentarios sobre “Y sigue tan campante”

  1. Excelente la nota de Luis Turiansky, que además deja espacio para nuestras propias reflexiones.
    Los modos de producción como los seres vivos, nacen, se desarrollan y mueren. No es la misma dinámica pues en su desarrollo abarcan la vida de muchas generaciones de seres humanos y en su muerte primero muere su predominancia pero perduran por muchos años.
    Hoy necesitamos ayudar a esta predominancia a morir en paz y para ello es necesario medidas de transición que deben recurrir al pensamiento del maestro toda vez que se haya despejado la idea de la confrontación de sistemas con la cual se buscó confundir su pensamiento. La nota de Luis nos indica ya un reencuentro con ese camino.

  2. Tengo discrepancias con el artículo.
    Bajo el sub-título EL LEGADO en el 2do. parrafo » Si la lucha de clases…la clase obrera ya no existe»
    1-No existe en los países industrializados la clase obrera en las condiciones en que Marx y Engels la conocieron. Pero clase obrera como tal sigue existiendo. De no ser así, aquí (en el documento) hay una contradicción flagrante, pues es esa clase obrera la que con su trabajo genera la PLUSVALÍA de la que se apropia el CAPITALISTA como fuente de acrecentar cada vez más su riqueza (eso el documento lo rescata y es correcto).
    Párrafo siguiente «El desmoronamiento…en lugar de antagonismos sociales»
    2-Lo que plantea hacerse al estilo Frente Amplio es reformismo, no es revolucionario, no se eliminan las clases antagónicas. no hay ningún descubrimiento en esto puesto que es lo que han hecho desde hace muchos años las socialdemocracias europeas arrodillando a la clase obrera a los designios del capital.
    Quizás estemos en una fase recesiva de lla lucha en este momento histórico, pero no por ello debemos perder el objetivo de acabar con la clase explotadora e ir hacia la sociedad sin clases. mantengo el concepto de lucha de clases como motor de la historia que el documento también levanta.

    1. Gracias por sus comentarios. Permítame no obstante aclarar que la cita que figura en el primer párrafo está trunca, porque falta «por considerar algunos que», con lo cual me adjudica una opinión que no comparto.
      Luis C. Turiansky

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