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AMAR ENTRE MUROS

 Publicado: 07/11/2018

"Desobediencia": la libertad de las bestias


Por Andrés Vartabedian


De acuerdo a ciertas religiones, el libre albedrío ha sido siempre tanto un privilegio como una carga. El poder de elegir que Dios nos ha brindado, nos hace libres pero también nos sujeta a afrontar las consecuencias del ejercicio de esa libertad; muchas de ellas, no deseadas. Asumir dichas consecuencias, incluso las menos caras a nuestros intereses, y lidiar con ellas, nos hace más -o menos- responsables por nuestros actos.

Ronit Krushka (Rachel Weisz) ha decidido,  desde hace más de una década, mantenerse alejada de la fervorosa y cerrada comunidad judía del norte de Londres, en la que nació y creció, y en la que su padre oficiaba como rabino -el rabino más importante de la misma; un maestro de la Torá-. Se ha trasladado a Nueva York, donde desarrolla su carrera como fotógrafa y vive su sexualidad libremente. No ha pretendido retornar durante este tiempo. Al menos, no hasta ahora.

Sin embargo, alguien le notifica que el gran rabino ha muerto. Su padre, más allá de toda autoridad religiosa. Por lo tanto, la comunidad ortodoxa no sólo se verá convulsionada por el deceso del tan respetado y amado líder espiritual, sino que también lo hará por el retorno circunstancial, y sorpresivo, de su "controvertida" hija, siempre desafiante. Se prevé una semana de recuerdo y homenajes, de acuerdo a la tradición de la shivá (“siete”, en hebreo): período de duelo para familiares dentro de los primeros siete grados de parentesco.

Ronit no pasará desapercibida. El reencuentro con la mirada comunitaria, fría y cortante como el invierno que envuelve la ciudad, no será nada sencillo, a pesar del cuidado de las formas que todos intentan sostener. El rechazo será tan discreto como las apariencias que se procuran mantener, o como las propias costumbres de la observancia religiosa; incluso, como las ropas de los fieles, sus colores, o las propias sheitel (el yiddish para “peluca”) que utilizan las mujeres, una de las diversas formas de cumplir con el precepto de llevar sus cabellos cubiertos. Un rechazo austero, si se nos permite el adjetivo.

De todos modos, y por encima de los indudables esfuerzos iniciales que Ronit realiza por respetar algunas normas propias de ese mundo ya distante para ella, la tensión se percibe en el aire. En ciertos silencios, en ciertas palabras disfrazadas de amabilidad, en cierto cruce de miradas, en el desconocimiento de la recién llegada que se advierte en muchos miembros del colectivo congregado en torno a la muerte. Se percibe en el aire también desde la banda sonora compuesta con delicadeza y precisión por Matthew Herbert. Ciertos sonidos alterados parecen decir de la alteración de ciertos estados. La tensión flota, se atisba, amaga el resplandor y se apaga; asoma contenida, latente.

El fugaz sosiego que Ronit halla en el reencuentro con dos de sus más entrañables amigos de adolescencia, se desvanecerá al saberlos casados. Varios han sido los cambios que deberá asumir: él, Dovid Kuperman (Alessandro Nivola), se ha convertido en un importante rabino, y aparece como el sucesor del recientemente fallecido Rav Krushka; ella, Esti Kuperman (Rachel McAdams), se ha transformado en ama de casa y profesora en uno de los colegios religiosos de la localidad; es la esposa de Dovid, y ha asumido todos los preceptos religiosos y sociales que acompañan su nuevo rol. El reencuentro padece un freno en el acercamiento deseado.

Ronit no puede ocultar su contrariedad: Esti ha sido una de las razones por las que alejarse de aquel claustro comunitario se tornó una necesidad. Su relación homosexual fue descubierta por su propio padre. Las fuerzas de la comunidad -siempre discretas- actuaron al respecto. A la propia gravedad que comportaba la homosexualidad, vista desde la institucionalidad religiosa, se sumaba el hecho de a quién atañía.

Ronit prefirió la apostasía a la asunción de la censura y cierta reeducación de sus "costumbres" erradas. Esti permaneció como pudo. Tampoco supo mucho de aquella decisión de Ronit de "desaparecer" del mundo; de ése, su mundo. Un mundo particular, de reglas propias, que se impone a cualquier sociedad en la que se halle inserto.

Desde aquel momento, su amor adolescente había ingresado en la latencia. Este reencuentro despertará aquella pasión cancelada por la ley. Difícil batalla entonces, ante tanta autoridad reunida en oposición: paterna, religiosa, comunitaria; difícil batalla ésta, aun con otras, nuevas armas para afrontarla. Son nuevos también los mandatos, los compromisos, los intereses, que sus vidas han incorporado.

El crescendo del despertar de aquel amor silenciado será uno de los logros de Sebastián Lelio. El juego de rostros, de actitudes corporales, de acercamientos que pretenden no serlo… su revinculación afectiva, afectuosa, no carente de cuestionamientos, tomará el relato y también la pantalla, y tomará sus sentimientos y también sus cuerpos, hasta estallar en una fulgurante y recordable secuencia de reencuentro sexual de insoslayable poder erótico. De ésas que difícilmente pasen desapercibidas, de ésas que difícilmente nos mantengan distantes, indiferentes. De esas escenas necesarias, nada gratuitas, que se imponen en el devenir del desarrollo dramático y nos sumergen aún más en la convicción de su historia. Encuentro sexual que, de tanta entrega física, trasunta toda la nobleza e intensidad del amor de esos seres largamente reprimidos por normas que trascienden en mucho su individualidad; seres sumergidos entre muros de ortodoxia, cuyo sentimiento no entiende de libros sagrados que lo desconocen, y que intenta, a pesar del sufrimiento que su asunción comporta, atravesarlos de todos modos; aun a sabiendas de que resultará imposible. Afrontar el costo de ser libres de vivirlo -de ser libres, a secas- será una de las decisiones que deberán emprender.

La seriedad y sobriedad con la que Sebastián Lelio construye su Desobediencia no le impiden desarrollar dicho conflicto femenino, atravesado por reconocibles normas patriarcales, con absoluta sensibilidad. Sensibilidad que se desvirtúa, únicamente, sobre el final, cuando su apuesta se recuesta sobre el melodrama y olvida la rigurosidad sobre la que se sustentaba. Allí también se pierde un tanto de vista el apego al realismo -fundado en el respeto, el estudio y el asesoramiento- que la descripción de dicha comunidad judío-ortodoxa le había merecido. Sin embargo, la solidez con la que la trama se ha desarrollado hasta ese momento, permite dejar esa valoración en segundo orden.

Las finas, elegantes, y contundentes composiciones de sus tres protagonistas centrales, también colaboran grandemente en ello. Sus gritos ahogados, su denodada -y contenida- lucha entre los deseos y el deber, el respeto con el que se vinculan a pesar de tanto sufrimiento, la entrega con la que asumen el dramatismo de su existencia, y la sutil reivindicación de su lugar en el mundo, las harán sobrellevar con soltura el paso del tiempo.

Ficha técnica
 

Título original: Disobedience Reino Unido/Irlanda/EE.UU., 114 min., 2017

Dirección: Sebastián Lelio

Producción: Rachel Weisz, Ed Guiney, Frida Torresblanco

Guión: Sebastián Lelio, Rebecca Lenkiewicz; sobre novela de Naomi Alderman

Música: Matthew Herbert

Fotografía: Danny Cohen

Montaje: Nathan Nugent

Elenco: Rachel Weisz (Ronit Krushka), Rachel McAdams (Esti Kuperman), Alessandro Nivola (Dovid Kuperman)

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