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ESPERÁBAMOS… ¡Y SE VINIERON!

 Publicado: 07/11/2018

La espera y los golpes


Por Eduardo Platero


ESPERÁBAMOS…

Todos los días hacíamos cosas: recorrer los sectores para conversar con los compañeros y que supiesen que seguíamos en la lucha; editar y repartir nuestra hojita a mimeógrafo que tantos militantes nos costó pero que no interrumpimos; cobrar la cuota; ¡abrir el local todos los días, mantenerlo abierto y a la noche dejar el luminoso prendido! Reunirnos en grupos pequeños para evaluar la situación; mantener un contacto fluido tanto con la CNT como con cada una de las filiales de la Federación.

¡Hacíamos cosas! A un costo cada vez más alto y con límites más acotados, pero sin dejar de hacer cosas: en lo esencial, esperábamos.

Ya he mencionado “el informe de la cebollita” que tal vez algún día se encuentre. Ejemplar, nada de paños tibios, “largo, duro y difícil”.

Así sería y nosotros esperábamos conscientes de que lo peor estaba por venir.

¡Y SE VINIERON!

Cuando eso sucedió teníamos cosas a favor, que nos robustecían, y cosas en contra, que dejaban flancos expuestos.

A nosotros se nos reducía el activo, pero nos fortalecía la claridad con que se planteaba el enfrentamiento y el contacto permanente con la sociedad. Con nuestros compañeros, pero, más allá, con la sociedad que nos respetaba y protegía.

Los “políticos” no se hacían ver. Jamás les perdonaré que ni siquiera hayan intentado reunirse en otro local que no fuese el Palacio Legislativo que el Goyo les cerró con llave.

Como jamás perdonaré al genuflexo Poder Judicial que calló con la Ley de Estado de Guerra Interno que le quitaba jurisdicción en materia de derechos humanos irrenunciables y que después acató sin una queja que le pusieran un Ministro de Justicia por encima.

Esas ausencias nos dejaban, frente a la gente, como los únicos en la resistencia.

Los flancos estaban referidos, en lo fundamental, a que la clandestinidad es un largo aprendizaje que recién estábamos practicando. En ella, cada error se paga dos veces: en el que cae y en la información que van acumulando. No precisa que “cante”: simplemente él es un vértice de un triángulo a completar. “Militante de…”, “posiblemente vinculado a…”, “detenido por…”.

No quiero llegar a la etapa que abrió el “300 Carlos” sin antes rendir mi emocionado homenaje a los resistentes de todas partes. Municipales era tan sólo un pedacito de la vasta epopeya.

La epopeya, dándole ese nombre a algo vasto y profundo; la epopeya de la resistencia es algo muy difícil de describir, ya que los escenarios eran variados, discontinuos y tan solo unidos por el común denominador de la oposición a la dictadura.

Se puede relatar con detalles y acentos dramáticos o rasgos singulares lo que le sucedió a una persona o a un grupo limitado de ellas, pero es muy difícil, por no decir imposible, relatar lo que vivió todo un pueblo.

Incluso, y pongo como ejemplo a los mineros chilenos que luego de larguísimos días fueron rescatados, ese relato, siendo de un colectivo, necesita destacar más a algunas personas para poder volverse inteligible. Diríamos, necesita de “el muchachito” y de los demás. Del Coro y los protagonistas, como en la tragedias griegas.

Mientras “esperábamos” sucedían cosas que han quedado fuera de mi relato. Todo lo sucedido en la Universidad, por ejemplo.

Se ganaron las elecciones, se produjo el confuso incidente de “la bomba en Ingeniería”, el dramático y aparatoso cerco de todos los edificios universitarios con minuciosos allanamientos que no encontraron nada. ¡Absolutamente nada! Pero de cualquier manera se la intervino con Narancio, que no demoró en elaborar una “Fe Democrática” intragable. No sólo debías firmar tu devoción sumisa a la Democracia, tal como ellos la entendían, sino que, además, te comprometías a ser espía de tus compañeros y denunciar cualquier “desviación”.

Fue tan brutal la exigencia que fue rechazada con tanta unanimidad que, de proceder a las destituciones con que se amenazaba, la Universidad habría quedado acéfala.

¡Cayó Narancio! Y con él su Fe Democrática únicamente comparable al juramento de fidelidad personal con el cual Hitler amarró a todo su pueblo. La que se redactó posteriormente y se exigió a todos los funcionarios públicos era tan inocua que la podía firmar hasta un monárquico.

Pero no hay batalla sin víctimas. Y no me refiero a los catedráticos sino a los funcionarios. En el funcionariado también se exigió y hubo destituciones.

Seguro, la Universidad podía destituir a humildes funcionarios sin que eso afectara su funcionamiento de la forma en que lo hubiese hecho la destitución de catedráticos.

Y lo hizo.

Rindo homenaje a quienes vivían de ese sueldito y fueron al sacrificio por principios. No sé ni cuantos fueron, ni si alguna vez fueron restituidos. Pero hubo destituciones en el funcionariado. Incluso continuaron cayendo sobre algunos que habían intentado sobrevivir firmando.

Ese sacrificio, ese acto de resistencia que en el relato descuella el papel de los catedráticos, tuvo soldaditos humildes y anónimos.

A ellos, desde el más encumbrado al más humilde, les debemos agradecimiento ya que libraron a todos los funcionarios públicos de la obligación que hubiese significado la Fe Democrática de Narancio.

Bueno, ni qué decir de los reiterados golpes sobre las fuerzas políticas opositoras. Las condenas recaídas sobre los compañeros del GAU.

Estaban detenidos en el Cilindro, tipo Medidas de Seguridad, y de golpe y porrazo les cayeron condenas durísimas.

Seregni preso desde el 9 de julio con un número creciente de oficiales. Si bien tenemos la lista de los militares detenidos, nadie ha hecho la de aquellos que, sin salirse del marco, fueron radiados a cargos sin importancia o simplemente, estacados en su carrera.

Ya lo he dicho: barrieron sistemáticamente con todos los intentos de los restos del MLN por rehacerse como grupos de apoyo. Liquidaron a los grupos armados menores y pusieron otra pata a seguir a los exiliados. Digo, “oficialmente”, porque desde siempre hubo colaboración subterránea entre los aparatos represivos. Aquello de las “fronteras ideológicas” no fue alarde sino doctrina oficial.

Me restan dos escenarios que no puedo dejar de mencionar: el Interior y el Partido Comunista.

Creo que son contadas, si es que las hay, las ciudades en que no hubo muertos. Los cuarteles eran una especie de amenaza pendiente que, cada tanto, se descolgaban con operativos que terminaban con muertos.

Ya mencioné lo de Colonia. En Paysandú me tocó también salir de una ciudad enmudecida por un asesinato: un compañero portuario que estaba cobrando la cuota sindical en la cola de pago y que en horas entregaron muerto. De Artigas salí con la noticia de “muertos” en el cuartel que habían traído de Bella Unión. Cuando me bajé de la ONDA en Melo me asombró lo que vi. En la primera cuadra había dos policías patrullando a pie que, antes de llegar a la esquina, eran relevados por otra pareja. Lo mismo en la calle, vi pasar dos jeeps con esa distancia, menos de una cuadra. Descapotados, con cuatro soldados, fusil en mano y cara de guerra. Caminé muy poco por Aparicio Saravia, desde un zaguán sentí que me nombraban y una mano me metió para adentro. Era Márquez, un compañero de MPU y primo de Gloria, una de las más firmes militantes de Adeom. Alarmado me dijo que ni me asomara, que el patrullaje era constante y en toda la ciudad y que, ni bien me reconocieran: ¡marchaba!

Efectivamente, era una ciudad ocupada. Me consiguió una casa y me hizo los contactos con gran discreción. Y con la misma me embarqué subiendo al ómnibus cuando ya estaba maniobrando para arrancar.

Salto, ni arrimarse a las obras de la Represa, igual que Fray Bentos con el puente.

Hasta el Interior no habían llegado las instrucciones de la tortura “científica” que vino a enseñar Mitrione y a patadas y culatazos te matan muy rápido.

Respecto al Partido, fueron acumulando información ayudados por la fortuna y por el descuido inicial de los comunistas. Pasarse a una “casa de seguridad” pero mantener el mismo chofer fue una ingenuidad que se pagó cara.

Cayó Arismendi, al que mantuvieron en Jefatura, separado de los otros comunistas que iban a dar a Punta Carretas procesados por “ataque a la fuerza moral de las Fuerzas Armadas”. Cayeron Jaime, Jorge Mazzarovich y una serie de cuadros importantes. El Partido nunca dejó de tener dirección, amén de la que había sacado al exterior, pero le picaban cada vez más cerca.

Eduardo Bleier sustituyó a Alberto Suárez en Organización y se ajustaron los criterios de seguridad. Ya conté los enroques a los que se procedió para cambiar los trillos.

Creo que no vale la pena detenerme en la fábula del “Fichero”, ya que desde el 73 la hacían rodar como elemento de desmoralización. Tampoco me detendré en la segunda fábula, la de que Arismendi fue cajeado por la entrega de las turbinas para Salto Grande. Si todos los países que tenían algo que vender o comprar hubiesen recurrido a obligar a la URSS poniéndole presos a los principales comunistas, ¡ni te cuento!

El asunto es que con Vadora afirmaron el principio de verticalidad y la cuestión sucesoria por “orden de derechas”, con lo cual calmaron el forcejeo interno. Ya estaba claro quiénes ascenderían, quiénes no ascenderían y en qué orden se harían los relevos.

También estaba claro que no manejarían la economía, de la cual se habían hecho cargo los rosqueros. Se habían esfumado las ilusiones de prosperidad, la carne valía 600 dólares la tonelada y el mercado se había achicado. Y los petrodólares se habían encaminado hacia donde era lógico.

Si te dan un millón de dólares para que te revuelvas, tenés que salir al mundo a buscar cómo multiplicarlos. Pero si ganaste diez mil millones como los jeques, tu interés no está en hacerlos crecer. Lo que necesitás es que el capitalismo no se derrumbe. Por eso las inversiones fueron fundamentalmente a fortalecer la economía yanqui. La única garantía de persistencia del régimen capitalista.

Además, se habían resignado a dejar la economía en los rosqueros luego de una serie de negociados y engañifas como las de Angelópulos. En cambio, para calmar ambiciones, se repartían “lo que se podía”.

Se aumentaron los sueldos y en todas las unidades nacieron las “compañías S.2” que se encargaban de las cuestiones de inteligencia y represión con una especie de doble dependencia. Nominalmente, del Comandante de la Unidad, pero, paralelamente, del servicio central de inteligencia. Donde ya no mandaba Trabal.

Decretaron que el 10% de las viviendas que se construyesen serían para militares y eligieron las mejores del Complejo Barrio Sur y Parque Posadas, dejando fuera a los civiles que, en principio, estaban en zona de adjudicación. Extendieron e hicieron legal una costumbre benevolente: cuando se trasladaba a un Oficial, si la esposa era maestra, se le buscaba una ubicación en el nuevo destino. ¡Barrieron con las mejores direcciones!

No puedo desprenderme de la bronca que me daba su pequeñez: las plaquetas de mármol para recubrir parrilleros; las viviendas que les gustasen; los carguitos para la señora; el uniforme para no hacer cola.

Este prólogo se está alargando demasiado; será, pues, en otra que me refiera en concreto a lo que llamaban el “300 Carlos”, el primer golpe masivo contra el Partido Comunista con que pensaban liquidarlo.

Ya tenían mucha información. Incompleta, pero que imponía un trabajo más sistemático. El “método argelino”: los triangulitos arrancados por medio de la tortura que les fuesen completando la información.

Lo habían utilizado los paracaidistas franceses en Argelia y los yanquis lo perfeccionaron en Viet Nam.

Detención, interrogatorio sobre la base de las enseñanzas de Mitrione: “el dolor justo, en el momento justo y con la pregunta justa”.

Extracción de la información y “disposición final”. Brasil, Chile y Argentina llegaron a completar la serie… Aquí fue más complicado.

No me explico por qué aquí no se vendieron las obras de un salvadoreño, Castellanos Mora; en la Argentina se vendían y su narración, que es terrible, no hace sino contar la verdad.

Allí, con ferocidad tan cruel como inútil, se aplicó durante años esta metodología que terminaba con la desaparición del cadáver.

Bueno, ya seguiremos… si quieren acompañarme.

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