Sergio Altesor
Compartir
CONOCIMIENTO Y PENSAMIENTO CIENTÍFICO
La aceleración del conocimiento en los últimos tres milenios
Por Antonio Pérez
Los inicios
La separación entre los primeros homínidos y los chimpancés habría ocurrido hace alrededor de seis millones de años, en algún lugar de las actuales Etiopía, Tanzania o Zambia, aunque podría haber sido más cercana al sur de África. Los homínidos eran plenamente bípedos entre 2,9 y 3,4 millones de años atrás, cuando su cerebro alcanzó los 400-500 cm³. La evolución posterior llevó al género Homo y finalmente al Homo sapiens, hace unos 200 mil años, siempre en África. Ese proceso de selección natural fue favorecido por las primeras “ideas” o descubrimientos: en particular, las herramientas de piedra (utensilios para cortar) hace 2,8 millones de años, con lo cual comenzaron a comer carne; y el dominio del fuego, probablemente 800 mil años atrás, que permitió cocinar los alimentos y así disminuir el tamaño de los órganos encargados de la alimentación, emitir sonidos más finos y perfeccionar el lenguaje. El tamaño del cerebro de los Homo sapiens modernos, un indicador de la capacidad cognitiva, varía entre 1200-1850 cm³.
Las primeras migraciones dieron origen en Europa a los llamados Neandertales y a otros “primos”, como el Hombre de Flores en Indonesia y el Hombre de Denisova en Rusia. Posteriormente, los Homo sapiens emigraron sin éxito hace unos 90 mil años; y definitivamente hace 70 mil años, a través del extremo sur del Mar Rojo. Desde allí se desplazaron principalmente en tres direcciones: hacia el este, llegando a la India y el sureste de Asia; al norte y oeste para poblar Medio Oriente y Europa; y al noreste, hacia Asia Central y China. Integrantes del primer y tercer grupo llegaron finalmente a Siberia oriental, habitaron lo que se conoce como Beringia y pasaron caminando a América entre 18-15 mil años atrás, antes de que la temperatura aumentara al término de la última glaciación y el Estrecho de Bering se llenara de agua.
Por razones que todavía se debaten, incluyendo la mayor o menor violencia del proceso, los Sapiens predominaron y sus varios “primos” se extinguieron. El siguiente hecho significativo para estos cazadores-recolectores fue, ya en el Neolítico, el inicio de los asentamientos urbanos cuya consolidación fue asegurada por otra “idea” fundamental: la domesticación de las plantas y los animales silvestres. Este proceso comenzó hace unos 10.500 años, cuando la temperatura aumentó y se estabilizó, en el llamado Creciente Fértil o Medialuna Fértil (actuales Irak, Líbano, Palestina, Israel, Siria, Jordania, sureste de Turquía y partes de Irán y Egipto), ambiente originario del trigo, cebada, lentejas, arvejas y garbanzos, lo mismo que de melones y otras frutas, olivos, y lino y cáñamo para fibra; también allí se domesticaron después, por su orden, cabras, ovejas, cerdos y vacunos.
La siguiente domesticación independiente ocurrió mil años después en China: arroz, soja y, posteriormente, algodón, cerdos y búfalos de agua. Aunque con un retraso de casi 5.000 años, la tercera domesticación significativa correspondió al centro y sur de México y zonas adyacentes de América Central: maíz, porotos, calabazas y pavos (ningún animal grande). Aproximadamente en la misma fecha, la región andina incorporó la quinua, papas, llamas y alpacas, mientras que en la cuenca amazónica adyacente ocurría lo mismo con la yuca o mandioca. El caballo habría sido domesticado hace 4 o 5 mil años en las estepas al norte de los mares Negro y Caspio.
Cabe destacar dos hechos: la mayor dotación natural del Creciente Fértil, no solo en alimentos y fibras, sino también en medios para el transporte, labores agrícolas y la guerra; y la orientación oeste-este de Eurasia, que permitió que las domesticaciones de cada lugar quedaran luego utilizables en los 15.000 km que van desde las Islas Británicas hasta Japón. Junto al caballo, ambos fueron factores importantes de la evolución posterior de los Sapiens en Eurasia y América[2] (Diamond).
Hasta un milenio a.C., con el crecimiento urbano, se incorporaron las tecnologías de la cerámica, el cobre y el hierro; diferentes lenguas, y la escritura cuneiforme y la pictográfica/jeroglífica, que obligaba a recordar miles de “palabras” y cuya complejidad la hizo útil solo para textos breves, de uso limitado al círculo de los monarcas, y otorgó gran poder a los escribas. Sirvieron para registrar las relaciones con los dioses, observaciones astronómicas de utilidad práctica, matemáticas básicas, relaciones comerciales y primeros códigos legales en China, Mesopotamia, Persia y Egipto.
El siguiente hito significativo de la escritura fue el cambio al sistema silabario y luego al alfabético. La puesta en práctica definitiva del último, poco antes del año 1000, se debió a los fenicios, que ocupaban las costas del Mediterráneo un poco al norte y al sur del actual confín entre Líbano e Israel. En buena medida, respondió a que la dependencia de los escribas y la complejidad de la escritura jeroglífica dificultaban su expansión por el Mediterráneo y el registro de las actividades comerciales fuera de su lugar de origen. El alfabeto fenicio constaba solo de consonantes (22), lo mismo que, después, el hebreo en Israel. Los griegos lo adaptaron y agregaron las vocales, y el suyo fue la base de los alfabetos latino, árabe, cirílico y otros (Watson, Vallejo).
Los comienzos del mundo racional
Hasta hace menos de tres milenios, seis millones de años después del comienzo de la peripecia humana y 200.000 desde la aparición de nuestra especie, las civilizaciones más desarrolladas todavía atribuían a sus dioses el origen y la tutela del mundo; creían en los mitos (incluso el propio Homero); disponían de escrituras rudimentarias que limitaban su comunicación y el registro de la historia, para lo cual dependían de la memoria; la tierra era el centro del universo, “debajo” del cielo habitado por dioses y apoyada en fuertes columnas o algún otro material; y la observación y la experiencia no constituían las bases fundamentales para conocer, explicar y dominar la naturaleza.
El pensamiento crítico comenzó en el siglo VI a.C., en Grecia, cuando ya había abolido la monarquía y se mantenía fragmentada, a diferencia de los grandes imperios. Y el lugar exacto no fue Atenas, que floreció más de un siglo después, sino la Jonia, pequeña región de la costa de Anatolia (Turquía), formada por una docena de ciudades y pequeñas islas independientes. Su economía dependía de los olivos, la pesca y sobre todo del comercio. Junto a las mercancías viajaban las ideas, facilitadas por la nueva escritura. Rovelli personifica en Anaximandro de Mileto (610-546 a.C.), discípulo de Tales, el mérito principal. Otros autores incluyen a Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito y Anaxágoras, también jonios.
Schrodinger, citado por Watson, identifica tres razones para que la ciencia comenzara allí: la región no pertenecía a ningún Estado poderoso, normalmente hostiles al pensamiento libre; era un pueblo de marineros, ubicado entre Oriente y Occidente, con el cual se mantenían sólidos vínculos comerciales; y no tenían “sacerdotes” o castas hereditarias interesadas en mantener su poder, como Babilonia o Egipto. Tampoco estaban sometidos al patrocinio de un emperador, como sus contemporáneos chinos que debían ser más circunspectos en sus opiniones y rara vez discutían libremente.
Los jonios fueron los primeros en comprender que los fenómenos naturales, sus causas y sus relaciones, se pueden entender sin molestar a los dioses ni a los mitos. Según Rovelli, algunas contribuciones o intuiciones de Anaximandro, aunque en parte equivocadas, son todavía actuales: los fenómenos meteorológicos tienen causas naturales y el agua de lluvia es agua del mar y los ríos, evaporada por el calor del sol; truenos y relámpagos son causados por el choque violento de las nubes, y los terremotos por fracturas de la tierra; la Tierra es un cuerpo finito que flota en el espacio;[3] el Sol, la luna y las estrellas giran alrededor de la tierra cumpliendo círculos completos; las cosas que forman la naturaleza derivan de un origen o “principio”, ilimitado, indefinido; el mundo nació cuando una especie de bola de fuego creció alrededor del aire y de la tierra; todos los animales vivían en el mar y los primeros animales fueron por lo tanto peces que luego conquistaron la tierra; los hombres no pueden haberse originado en su forma actual, derivaron de otros animales, con forma de peces.
Como se sabe, los aportes de la Grecia antigua constituyeron un legado difícil de superar. Allí tuvieron origen la democracia, la filosofía, la historia y la medicina; la poesía lírica, la comedia y la tragedia; la escultura y la pintura; los principios y las normas de la arquitectura. Para ilustrar el avance civilizatorio, en este texto nos concentramos en la astronomía, la física y la biología.
El mundo helénico capitaneado por Alejandría continuó esa tarea. Alejandro, cuyo preceptor fue un anciano Aristóteles, conquistó el Mediterráneo y Oriente Medio, y fundó en 331 a.C. la gran ciudad que se convertiría en el centro del saber antiguo. A su muerte, Ptolomeo I, general suyo y primer monarca griego de Egipto, fundó las más grandes instituciones de la ciencia antigua: la Biblioteca y el Museo. Cada navío que fondeaba en Alejandría debía depositar los libros abordo: se copiaban y se devolvían a la nave. En el Museo, intelectuales pagados por la ciudad estudiaban las disciplinas más variadas. Una parte significativa de lo que hoy aprendemos en la escuela nació en estas instituciones: la geometría de Euclides; la determinación de la circunferencia de la tierra y la duración del año; el sistema de latitudes y longitudes todavía en uso; la óptica; las bases de la anatomía y el empirismo médico; la estática, los fundamentos de la astronomía y algunas leyes matemáticas del movimiento de los astros (Watson y Rovelli).
El retorno del pensamiento mítico-religioso
El predominio mítico-religioso renació durante el Imperio romano tardío. En 380 d.C., el emperador Teodosio estableció al cristianismo como religión oficial; sucesivos decretos instauraron la intolerancia religiosa y un violento monoteísmo. Se cerraron las escuelas filosóficas, los centros de poder antiguos fueron destruidos, la gran Biblioteca fue devastada e incendiada, los templos paganos fueron transformados en iglesias y los textos fueron quemados durante décadas. Los vestigios de la cultura helénica permanecieron enterrados en los escasos manuscritos que sobrevivieron, y después fueron estudiados y transmitidos por sabios indios, luego persas y más tarde árabes. Hasta Copérnico no se avanzó en la astronomía y la física.
Durante la Alta Edad Media, los principales centros de la civilización urbana eran ciudades musulmanas, en particular Bagdad, Damasco y Córdoba, cuya tolerancia religiosa les permitió preservar y hasta aumentar algunos avances de Grecia y Alejandría. Viajeros de Oriente a ciudades europeas cerca del año 1000, encontraron a sus habitantes “carentes del sentido del humor, sus cuerpos son grandes; su carácter, grosero; sus modales, bruscos: su entendimiento, escaso; y sus lenguas, toscas […] Cuanto más al norte se encuentran más estúpidos, más estúpidos y brutos son” (Watson).
La Baja Edad Media y el Renacimiento
Después del año 1000, algunos acontecimientos prepararon la eclosión del Renacimiento europeo y la declinación de anteriores centros mundiales.
Cabe destacar, entre otros, la creación de las primeras universidades (Bolonia, 1088; Oxford, 1096; París, 1150) y de multitud de monasterios en un mundo europeo comunicado por el uso del latín; en ese período, en cambio, se difundió una interpretación más integrista del Corán, que limitó la anterior apertura del islamismo a otras religiones, ideas y personas. Algo después, las enseñanzas de Tomás de Aquino (1225-1274) en París contribuyeron a la recuperación de Aristóteles y el conocimiento clásico, y atenuaron el cristianismo. Distinguiéndolo de lo sobrenatural y divino, Aquino sostuvo que el orden natural se podía estudiar, lo mismo que aceptar el estado secular; no se debía temer la búsqueda de la razón porque Dios lo ha creado todo y lo único que hace el pensamiento secular es revelar esa creación con más detalle, lo que ayuda al hombre a conocer a Dios.
Por su parte, una nueva preocupación por la exactitud determinó que, en el corto período entre 1275 y 1350, se introdujeran innovaciones que cambiaron los hábitos del hombre: el reloj mecánico bien visible en las torres de las iglesias; la aplicación de las matemáticas a los problemas militares y civiles; la profundidad de campo en la pintura y la escultura (Giotto); la contabilidad por partida doble y la generalización nuestros números indo-arábigos en lugar de los romanos, ambos esenciales para las nacientes banca e industria; y una nueva notación musical, incluyendo los actuales pentagramas, imprescindible cuando a la música gregoriana se agregaron la polifónica y partituras más complicadas. Se pasó en esos años de un mundo cualitativo a un mundo con mentalidad cuantitativa y más exacto (Crosby). En el siglo siguiente, la generalización del uso del papel y la invención de la imprenta, en 1457, bajaron los costos de los libros y estimularon la lectura y la cultura en general.
La (segunda) revolución científica
Copérnico (1473-1543) fue uno de los iniciadores de la renovación de las matemáticas, la física y la astronomía, seguido por Kepler (1571-1630), Galileo (1564 -1642) y Newton (1642-1727).
Copérnico desplazó a la Tierra del centro del universo y afirmó que las estrellas estaban muchísimo más lejos de lo que todos pensaban. También intuyó las razones de la existencia de las estaciones. Kepler fue más allá y advirtió que Marte y todos los planetas describen órbitas elípticas; y calculó las órbitas, velocidades y distancias de los planetas con relación al sol y otras constantes planetarias, todo lo cual apuntaba al tema de la gravedad. Aplicando el telescopio holandés a la exploración del cielo, Galileo encontró miríadas de estrellas en lugar de las dos mil que pueden observarse a simple vista, lo cual tuvo profundas implicaciones para el tamaño del universo y la teología existente. Lo mismo ocurrió cuando confirmó experimentalmente la teoría copernicana de que los planetas giran alrededor del Sol. Además, la lejanía de las estrellas permitió medir el tiempo absoluto, con lo cual los navegantes pudieron determinar las longitudes en el mar. Sus estudios sobre el péndulo condujeron a la noción de la fuerza centrífuga, mientras que los de la parábola que describían las balas de cañón llevaron a su teoría de los proyectiles: ambos condujeron a la gravedad y a Newton.
Describo sintéticamente los grandes aportes de Newton.[4] En las matemáticas puras basta citar el cálculo infinitesimal y el diferencial. En la astronomía y la física imaginó que los cuerpos se movían en el espacio, un gran contenedor vacío, una inmensa estantería en la que los objetos viajan en línea recta hasta que una fuerza los hace curvar. Explicó la inercia y la razón por la cual las cosas caen y los planetas giran velozmente sin que esas cosas y nosotros mismos volemos por la tangente: la llamó fuerza de gravedad, que contrasta con la fuerza centrífuga. Elaboró su famosa fórmula según la cual la gravedad entre dos planetas[5] es directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de sus distancias. La guardó para sí por mucho tiempo y solo a instancias de Halley escribió los Principia Mathematica, donde el universo fue sistematizado y desmitificado. Los cielos pasaron a formar parte de la naturaleza, la historia sagrada se convirtió en historia natural. Después Newton trabajó en la óptica y descubrió que la luz consistía en rayos, modernamente llamados fotones (Rovelli y Watson).
En cuanto a la biología, Darwin (1809-1882) publicó su principal aporte en 1859, mucho después del viaje a bordo del Beagle (1831-1836). Además de dedicarse a otros temas y tomar un buen tiempo para extraer las conclusiones, demoró la publicación del Origen de las especies por selección natural pues sabía la tormenta que podría desencadenar. Según esta, “todos los individuos de cualquier especie son diferentes entre sí y aquellos más aptos tienen mayores posibilidades de reproducirse y convertirse en padres de la nueva generación. De este modo, resultan favorecidas aquellas variaciones accidentales que contribuyen a hacer a los individuos más aptos” (Watson). En realidad, la teoría explicaba cómo las especies se tornan más fuertes y mejores, pero no cómo mutan ni los mecanismos mediante los cuales las características hereditarias pasan de una generación a otra, cuestiones que resolvió Mendel en 1865. Darwin por fin explicitó su creencia en nuestro parentesco con los simios en La descendencia humana y la selección sexual, en 1871. Se trataba de una conclusión audaz, porque no había todavía nada en el registro fósil que apoyara semejante idea (Bryson).
Según Mayr, citado por Watson, las teorías de Darwin tuvieron implicaciones de gran relieve: reemplazaron la idea de un mundo estático por uno en evolución; demostraron lo inverosímil que era el creacionismo; refutaron la concepción cósmica judeo-cristiana, esto es, que el universo tenía un “propósito” y se justificaba en la aparición del hombre; y explicaron el “diseño” del mundo puramente en términos de procesos materiales. El impacto de el Origen de las especies se debió a la sólida reputación de Darwin y a que constituyó el último peldaño de la tesis evolucionista que ya venía siendo manejada. Pero no fue aceptada en su totalidad; mientras la evolución sí lo fue ya a finales del siglo XIX, pues podía coexistir con la idea religiosa del propósito, la selección natural fue resistida hasta la síntesis de la biología evolutiva, en las décadas de 1930 y 1940.
Lugar en el universo
Muy joven, en 1905, Albert Einstein (1879-1955) escribió tres artículos. El primero mostraba que los átomos realmente existen, el segundo abría las puertas a la mecánica cuántica, el mundo de la materia más pequeña, y el tercero presentaba su primera teoría de la relatividad, según la cual el tiempo no es el mismo para dos personas si una de ellas viaja a gran velocidad. Después se dio cuenta de que esta última no cuadraba con lo que se sabía de la gravedad, y de que la gravitación universal de Newton debería ser revisada. Diez años después publicó una nueva explicación de la gravedad, a la que dio el nombre de teoría de la relatividad general -según Rovelli, su obra maestra-, un salto adelante sin parangón, una teoría de simplicidad asombrosa, lo mismo que su fórmula.[6] Quizás lo sea para los físicos que la entienden; para los legos es en buena parte contraintuitiva.
Rovelli la explica así: el campo gravitatorio no está difundido en el espacio, sino que es el espacio. El espacio de Newton en el que se mueven las cosas y el campo gravitatorio que transporta la fuerza de gravedad, son la misma cosa: una impresionante simplificación del mundo. El espacio ya no es algo distinto de la materia, es uno de los componentes materiales del mundo. Es una entidad que ondula, se dobla, se curva, se tuerce. No estamos contenidos en una estantería rígida sino inmersos en un gigantesco molusco flexible. Los planetas giran alrededor del Sol y las cosas caen porque el espacio se curva; la luz deja de viajar en línea recta y se desvía; no solo el espacio es el que se curva, también lo hace el tiempo. El espacio no puede mantenerse inmóvil, tiene que estar en expansión a partir de la “explosión” de un joven universo, pequeñísimo y calentísimo. La experimentación posterior ha ido verificando estas predicciones teóricas.
El tamaño del universo y nuestro lugar en él
En 1918, en el observatorio del Monte Wilson, California, H. Shapley descubrió que la Vía Láctea era varias veces más grande que el período de treinta mil años luz estimado hasta entonces; y, además, que nuestro sistema solar no estaba en el centro de la Vía Láctea, sino en sus márgenes. Nuestro lugar en el universo (y con él nuestra autoestima) volvió a cambiar cinco años después, se supone que para siempre. Con un telescopio más potente, su sucesor en el Monte Wilson, Edwin Hubble, se llenó de gloria con descubrimientos sensacionales. Por un lado, identificó una estrella gigante dentro de la galaxia Andrómeda, 7.000 veces más brillante que el Sol; la luz que recibía en su telescopio era muy tenue e indicaba que la estrella se encontraba a un millón de años luz de la tierra, mucho más allá de los confines de la Vía Láctea: nuestra galaxia no era la única y a partir de allí se comprobó que existían miles de millones de galaxias, cada una compuesta por miles de millones de estrellas. Además, a partir del color de las estrellas, Hubble pudo expresar en una fórmula matemática las distancias entre ellas y también la velocidad con que se mueven: el gran descubrimiento de que el universo continúa expandiéndose.
Hubble no llegó a comprender la principal implicación de esto último: si las galaxias se mueven y apartan unas de otras, alguna vez debieron de estar más cerca, mucho más cerca, y un suceso muy violento ocurrido millones de años atrás debió arrojarlas al espacio. En 1927, el astrónomo y sacerdote belga de Lovaina, Georges Lemaitre, estableció la conexión obvia, prevista teóricamente por Einstein: el universo se expande desde un punto central, a partir del momento en que explotó una masa pequeña, muy densa y caliente. Nacía el Big Bang, aunque aún no se le daba ese nombre (Blom).
¿Somos muy viejos?
Descubrimientos arqueológicos de fines de la década de 1950, en Inglaterra y Francia, documentaron la existencia de hachas humanas junto a huesos de animales extintos largo tiempo atrás en Europa: el mamut, el rinoceronte, el uro, etcétera. Demostraron definitivamente, hace solo poco más de 160 años, la gran antiguedad del hombre, ya anticipada por científicos y viajeros, pero que la Iglesia seguía negando en favor de los 4 a 6 mil años de la Biblia. Más modernamente, el inicio de los instrumentos líticos fue datado 2,7 millones de años a.C..
Pero el universo es bastante más viejo. Se acepta actualmente que su formación comenzó hace aproximadamente 13.770 millones de años. La llamada teoría o modelo estándar de la física sostiene poder explicar científicamente su expansión desde una fracción infinitesimal posterior a la “explosión” inicial en aquella fecha. Y, experimentalmente, ya se ha localizado una galaxia nacida hace 13.500 millones de años.
El extraño mundo subatómico
En la primera mitad del siglo pasado, un grupo de científicos colaboró en la investigación del mundo de la materia a nivel subatómico; entre ellos varios alemanes: Planck, Born, Heisenberg, Schrodinger, el danés Niels Bohr y el inglés Paul Dirac. Sus hallazgos y modelos teóricos acerca de los componentes más pequeños de la realidad material fueron desorientadores e incluso inquietantes.
En los años veinte, la teoría cuántica era poco más que una intuición de Planck, Bohr y otras mentes brillantes. Empezó a despegar cuando en 1925, a los 24 años, Heisenberg encontró su formulación matemática. En la física newtoniana, los electrones solo podían ser una onda o una partícula, nunca ambas a la vez; pero el alemán encontró que podía comportarse como una cosa o la otra, según las circunstancias y la posición del observador. La trayectoria del electrón alrededor del núcleo de un átomo no es estable, y solo es posible determinar su posición o su impulso, nunca ambos; cualquier predicción tiene carácter probabilístico. En 1931 Heisenberg escribió que “La física atómica moderna no trata de la esencia y la estructura de los átomos, sino de lo que percibimos cuando los observamos; el acento siempre hay que ponerlo en el proceso de observación”. La ciencia no es ya un espectador frente a la naturaleza, sino que refleja la interacción entre ambos. En suma, la física cuántica reconoce que el método o dispositivo experimental del investigador condiciona su objeto. Por lo demás, el movimiento de las partículas individuales (ondas) es esencialmente aleatorio y no se puede predecir con certeza. Incluso la causalidad, piedra angular de la física newtoniana, acabó rechazada en favor de la mera probabilidad (Blom, Rovelli).
Después de Bohr y Heisenberg la mecánica cuántica ha avanzado significativamente, sus ecuaciones se utilizan diariamente en la tecnología contemporánea y sus aplicaciones han transformado nuestra vida cotidiana (por ejemplo, el computador que usamos y los más poderosos que llegarán pronto, la energía atómica, la “inteligencia artificial”). Sin embargo, un siglo después de su nacimiento, no describe qué ocurre en un sistema físico, sino solo cómo un sistema físico es percibido por otro sistema físico (Rovelli).
La ciencia
Hasta el siglo XIX, una serie de leyes se consideraron una descripción objetiva del universo físico; este era un cosmos determinista que se podía expresar mediante ecuaciones matemáticas exactas; todo objeto tenía una identidad claramente definible, era una cosa o la otra, estaba aquí o allí. La mecánica cuántica demostró que no hay leyes naturales absolutas. La probabilidad estadística aparece en el corazón de la física, lo mismo que el principio de incertidumbre. La ciencia sigue produciendo avances prodigiosos, pero ya no pretende llegar a leyes absolutas.
El siglo XX se desembarazó de la idea de que las buenas teorías científicas son definitivas. La experimentación demostró que la teoría de Newton es en parte incorrecta; Einstein y Heisenberg encontraron un nuevo conjunto de leyes fundamentales que funcionan bien, por ejemplo, explicando el comportamiento de los electrones en el interior de los átomos. En el futuro, estas últimas teorías encontrarán también sus límites y serán reemplazadas. ¿Podemos fiarnos de la ciencia?
Rovelli responde afirmativamente. Por un lado, la ciencia es fuente de seguridad e incorpora resultados útiles para el progreso. La ciencia debe evaluarse principalmente por su directa dimensión cognitiva (la tierra es redonda, el ADN transmite las semejanzas con los padres, etcétera), o sea por su “capacidad para desarrollar una imagen del mundo, una estructura conceptual para pensar el mundo, eficaz y compatible con lo que de él sabemos”.
El conocimiento científico es el proceso de modificación y mejoramiento perpetuo de la manera de concebir el mundo, mediante la discusión selectiva y continua de ciertas hipótesis y creencias básicas, para encontrar las modificaciones que las harán más eficaces. Resulta de una lenta acumulación en la que se toman en serio las teorías existentes para construir sobre ellas. Pero, entonces, ¿si no cesa de transformarse, por qué es fiable? Simplemente porque en cada momento su descripción es la mejor que tenemos y permite progresar (Einstein vio más allá que Newton). En tanto, la ciencia continúa explorando y proponiendo nuevas visiones del mundo que serán lentamente sometidas a prueba por la crítica y por la experiencia (Rovelli).
A modo de epílogo
Después de un largo proceso anterior, y a pesar de una prolongada interrupción posterior al comienzo de la era cristiana, los últimos tres milenios han cambiado profundamente la concepción del mundo. La tierra dejó de ser plana o con forma de disco; se volvió (casi) redonda, desplazada de su posición central en el universo y convertida en el mero satélite del Sol que, a su vez, no era más que uno de muchos en la Vía Láctea. Y, de pronto, nuestra galaxia ya no ocupaba todo el universo para ser una de miles de millones de galaxias, en un espacio no estático sino en expansión, lleno de materia y donde se mueven la luz y las cosas.[7] Por su parte, la selección natural contribuyó a adoptar la nueva visión de que la vida se desarrolla por procesos naturales accidentales o sujetos al azar, sin obedecer a ninguna meta, propósito o fin último. Tras el descubrimiento del gen y la genética, el darwinismo ha triunfado, salvo en escasos dominios precientíficos. Progresos recientes de la medicina y la biología han llevado a sostener que la principal ambición actual del hombre debería ser alargar considerablemente la vida, quizás alcanzar la inmortalidad (Harari).
La ciencia no ha podido explicar (todavía) el primer instante del universo, el Big Ban, ni el de la vida animal y vegetal. Pero se ha acercado lo suficiente como para sostener que ambos se originan en procesos naturales que no necesitan intervención divina.
La ciencia, las innovaciones y nuevos materiales han generado mayor bienestar en la humanidad. Hasta finales del siglo pasado la gran mayoría de los indicadores a nivel mundial han progresado, se trate de la esperanza de vida al nacer, la salud, la alimentación, la vivienda, la pobreza, la educación, el producto y el ingreso por habitante, los valores liberales como la vida en democracia, los derechos humanos, la dureza y los horarios de trabajo; incluso la distribución del ingreso entre regiones y países ha seguido mejorando, en tanto que la distribución personal a la interna de muchos países de Occidente dejó de hacerlo en la década de 1980. Buena parte de lo anterior se ha debido al aumento de la productividad total, es decir a la relación entre la producción y el conjunto de los recursos utilizados para obtenerla, en lo principal tierra, trabajo y capital acumulado; un cociente indicativo del progreso técnico.
¿Podemos mantener ese optimismo para el futuro?
La ciencia y las innovaciones han evitado crisis importantes. En el siglo XVIII, el carbón y la invención de la máquina de vapor sustentaron el crecimiento industrial, imposible si se hubiera seguido dependiendo de la energía animal, forestal y eólica-hidráulica (molinos). A mitad el siglo XIX, Charles Dickens creía que en pocas décadas Londres sería invivible a causa de los excrementos de los caballos, pronóstico fracasado por la llegada de los coches a combustión interna. En 1846, Thomas Malthus anticipó la probable extinción de la especie humana como consecuencia de hambrunas generalizadas resultantes del mayor crecimiento de la población respecto a la producción de alimentos; nuevas tecnologías agrícolas, con un componente importante de maquinarias movidas por petróleo y de productos químicos originados en él, han invertido esa relación.
Actualmente la humanidad enfrenta otra crisis, una crisis climática creada por los llamados gases con efecto invernadero, generados paradójicamente por el carbón, el petróleo y el gas[8] utilizados por las tecnologías que evitaron las crisis antes mencionadas.
Acerca de su importancia, me limito a citar una frase del borrador de un reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, excluida del texto después publicado. Afirmaba aproximadamente lo siguiente: el mundo y muchas de las especies animales y vegetales que lo habitan se aclimatarán y sobrevivirán a los efectos del cambio climático; pero sin medidas urgentes al respecto, no es seguro que el género Homo se encuentre entre ellas.
La mayoría de los científicos afirma que el conocimiento disponible acerca de las energías renovables, incluyendo la fisión atómica, permitiría resolver el problema climático. Pero las políticas destinadas a transformar la matriz energética por ahora no avanzan con la celeridad necesaria, los gases invernadero se siguen acumulando y no solo se requiere alcanzar un aumento anual neto cero de estos antes de 2050, sino también eliminar una parte de los ya presentes en la atmósfera. En los próximos 10 a 15 años sabremos el resultado.
Felicitaciones Antonio. Un fuerte abrazo.
Interesante resumen. Sos un optimista! 🙂