Luz Caresani
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REFLEXIONES EN TORNO A LA PARTIDA
Vadenuevo no se va
Por Miguel Millán Sequeira
Era un desenlace previsible: razones financieras, poderoso caballero es don dinero. Fueron dieciséis años, un número por mes, los que quedarán colgados en el universo de internet para quienes quieran leer, investigar, consultar. Ilustrados siempre por un artista plástico. De todo esto escribirán lo editores con mucho más autoridad y detalles.
Por agosto de 2007, Walter Olazábal (San José, 1943 – Montevideo, 2016), contador, exsenador de la República, me anunciaba que estaban preparando el primer número de una publicación con estas características y me invitó a escribir. Recuerdo el momento, el lugar, su casa de entonces en la zona de Villa Dolores, una de las tantas despedidas y bienvenidas que tuvimos a lo largo de muchos años de una amistad cómplice de peregrinos transitando la misma ruta. Le respondí, a modo de aceptación, con un reclamo: que escribiría, pero sobre temas literarios. Demoré mucho en decidirme, recién lo hice en el año 2012, impulsado por una sucesión de lecturas de la narrativa cubana “no oficial”. Escrituras incómodas para lectores castos.
Walter, uno de los fogoneros de Vadenuevo de la primera época, había sido adoptado por mi ciudad de nacimiento, mi lugar en el mundo, Mercedes, a orillas del río Hum. Había ido con su familia a instalarse como contador de la fábrica de azúcar de remolacha ARINSA, poco después del golpe de Estado. Desde allí construyó su famoso personaje “el ingeniero o el camarada Sánchez”.
Hacía una vida totalmente legal allí, jugaba partidas interminables con el capitán encargado de vigilarlo en el círculo de ajedrez de la ciudad, famoso por haber contado con varios maestros nacionales del deporte ciencia.
Como a muchos, al contador le gustaba el tango y los encuentros familiares con guitarras y cantarolas. Así conoció a mi padre y su primo, cantores de tangos. (Una digresión innecesaria, propia de quien se va por las nubes: mi padre, al que su padre lo había inscrito con el nombre Chaná del Hum, infiel, sin bautismo, a los catorce años quiso entrar al coro de una iglesia donde cantaba su primo, inscrito como Miguel Arcángel por su padre anarco asturiano en honor a Miguel Arcángel Roscigna -Argentina, 1891, primer flauteo de Montevideo a Buenos Aires, desaparecido en el Río de la Plata, en 1937-. Debieron bautizar a mi padre, condición para entrar al coro clerical, pero no aceptaban su nombre del pueblo originario de estas tierras, así que le eligieron el nombre del primo. Y yo lo heredé por partida doble).
Cuando pudimos intercambiar nuestros derroteros, Walter relató, en un mano a mano interminable, testimonio vivo absorbido como la visualización de una película de acción y aventuras, sus viajes clandestinos cada quince días a Buenos Aires a contactarse con Federico Martínez, otro de los fundadores de Vadenuevo, y luego, a la semana siguiente, a Montevideo, a representar al PCU (Partido Comunista de Uruguay) en la mesa política del FA (Frente Amplio). Escribo esto y asaltan voces, ¡estás haciendo cuentos del siglo pasado!, ¡te atacó el viejazo!
En cambio, a Nicolás Grab (Hungría,1936 – Montevideo, 2019) no lo conocí personalmente hasta que fui a un encuentro de la barra de Vadenuevo, una especie de club de Tobi que se reunía una vez al mes en el corazón del barrio Palermo en el “Enrique López” de la calle Ejido, y me recibió recitando mis dos nombres y dos apellidos haciendo gala de una de sus características más sobresalientes: acordarse de todos los casos que pasaron por su escritorio de abogado en el exilio. Había recibido la denuncia sobre mi pasaje por la cárcel de la dictadura uruguaya para trasladarla al organismo de derechos humanos de las Naciones Unidas.
Con esos dos invitantes a escribir en Vadenuevo era imposible negarse, y allá la emprendí. Leí y comenté libros de los cubanos Pedro Juan Gutiérrez (Cuba, 1950), Ena Lucía Portela (Cuba, 1970), Reinaldo Arenas (Cuba, 1943), Leonardo Padura (Cuba, 1955), Antón Arrufat (Cuba, 1935-2023); realicé comentarios sobre un cuento de Juan Carlos Onetti, una novela de Gustavo Espinosa (Las arañas de Marte, 2011), sobre Las cenizas del Cóndor (2014) de Fernando Butazzoni; escribí semblanzas y recuerdos de Alfredo Zitarrosa, de Alfredo Gravina (Tacuarembó, 1913 – Montevideo, 1995), artículos de interés general como “el complejo carcelario industrial” o el último día en el Penal de Libertad de Tomás Rivero, el 10 de marzo de 1985.
En mi caso, han sido once años de colaboraciones a los saltos, a partir de los impulsos de uno y otro lado, pero siempre siguiendo de cerca la lectura de la revista que salía todos los primeros miércoles de cada mes, con ilustraciones de artistas plásticos uruguayos conocidos y no tan conocidos, lo que le agrega(ba) un interés mayor aún.
Desde hace un tiempo, leía el encabezado de los editores aclarando que la revista es de lectura gratuita para los navegantes, pero que tiene un costo, y para afrontarlo casi imploraban colaboración de los lectores cómplices que permitiera sostener el emprendimiento. Leía ese llamado y pensaba, no sin cierta angustia: ¿hasta cuándo aguantarán?
Llegó el final, lo bueno siempre tiene su hora postrera. Seguiremos buscándonos y encontrándonos por los vericuetos insulares de tanta aplicación en los celulares, en los televisores Smart, los gritos cada vez más lejanos del hincha al borde del alambrado.
No es descabellado intuir que seguiremos escribiendo, esta práctica tan antediluviana, con el destino cierto del analfabeto que mira entre intrigado y perplejo, pensando: estos no pagan ni la electricidad que consumen, gastando tiempo en esa actividad inútil. Condena y destino, moriré de frío y desolación, pero seguiré escribiendo para el analfabeto que me lee, cita y robo de un verso del cholo inmortal César Vallejo.
Supongo que cuando llegue puntualmente el primer miércoles del último mes de Vadenuevo, estará pronta la edición de mi último libro, un conjunto de once relatos cuyo título general es Vivir sin pasado. Esta primera edición será online y gratuita, en la editorial Sitios de Memoria Uruguay. Confío que prontamente salga una edición papel, principalmente para los lectores anteriores a la generación del milenio.